1. Nudillos rotos.

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Primera cuerda, afinada.

Segunda cuerda, le falta, un poco más alto, de acuerdo afinada.

Tercera cuerda, casi afinada, listo.

Cuarta cuerda, afinada.

Quinta cuerda, un poco más bajo, casi, tan solo un poco más, de acuerdo, afinada.

Sexta y última, ando de suerte, afinada. Lista para tocar.

-Aquí estará tu desayuno hijo -dijo sonriente mamá, achicando los ojos, mientras dejaba el desayuno sobre la añeja mesa de mi cuarto, con la que solía estudiar.

-¡Gracias! -respondí amablemente, mientras mamá se iba. Giré mi cabeza para fijar mi vista nuevamente en la guitarra.

Pasé toda la mañana tocando, repasé las canciones de mis grupos favoritos, aquellos grupos de décadas pasadas. Sin duda son los que más me gustan, desde que era niño. Recuerdo que me escapaba a la casa de un amigo, habré tenido unos... ¿diez años? Bueno, Patrick Coman, ese era su nombre, este chico era hijo de un fanático de la música, le regalaba discos y discos, por lo que era común ver a Patrick con unos audífonos puestos.

Pasábamos noches enteras escuchando distintos grupos, la mayoría del pasado, creo que éramos los únicos que no estábamos a la ''moda'', ya que todos nuestros amigos escuchaban grupos del momento. Patrick ayudó en gran parte a formar mis gustos musicales, los cuales aún no han cambiado.

Luego de algunos intentos fallidos de componer alguna melodía para mis letras dejé la guitarra y solo me acosté, tal vez no sirvo de compositor. Apoyé mi cabeza en la almohada, con vista en el techo y crucé mis pies. Muchas cosas pasaban por mi mente, obligaciones, sueños y necesidades.

Pero de imprevisto recordé algo que me dejó asombrado, la imagen de una chica se instaló en mi mente, no salió por un buen rato. La reconocí de enseguida, una chica, como olvidarla, jamás lo haría, sin embargo me hizo sentir tristeza y felicidad a la vez. Aunque más de la primera.

Decidí dormir, y así abandonar los pensamientos, pero me costó, siempre me ha costado, más aún en las tardes, pero hoy tenía que hacerlo. Es la última noche de trabajo, y recibiré mi tan esperada paga. Así podré ayudar a mi madre, tal vez le compre algo para ella, no algo para la casa, sino para ella, que se dé un gusto, y así poder verla contenta, sonriente.

A pesar de la ansiedad había podido ganarle al insomnio, y me sumergí en un sueño increíble, de esos larguísimos. Sin embargo, algo lo interrumpió.

De repente desperté, acerqué mis manos para limpiar mis ojos de las lagañas, estaban durísimas, como piedra. Hecho esto rápidamente me giré, quise ver el despertador, tal vez fue la alarma pero no, aún faltaba media hora para que sonara. Muy pocas veces despertaba por sí solo, siempre con el despertador, se me hace muy difícil dormir, pero una vez que lo logro no abro más los ojos. Tal vez esta vez sí desperté de manera natural, pensé, ya que no oí ningún ruido más.

Aún faltaba una hora para entrar al trabajo, por lo que decidí levantarme. Alejé las mantas de mí y las lancé hacia los pies de la cama, la ventilaría un poco para luego hacerla. Me puse de pie y me estiré como nunca, se me escapó una sonrisa, estaba contento, hoy recibiría el dinero después de todo un mes de trabajo.

Aun sin que desapareciera mi alegría caminé hacia la puerta de mi habitación, quería ver a mi madre, saludarla, y preparar algo para cenar, un buen café, acompañado de unas tostadas, sonaba mi estómago de hambre.

Iba a girar la manilla de la puerta, pero de repente mi pecho se estremeció.

Escuche un grito, y mis ojos se humedecieron al instante. Giré la manilla de inmediato y me dirigí corriendo hacia dónde provenía aquel grito, sabía muy bien de quien se trataba aquella voz.

Bendita Miseria.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora