Capitulo 7

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Con una energía que admiro, Sofía se levanta temprano y recorre el barrio en busca de un departamento al que podamos mudarnos en pocas semanas, cuando comiencen las clases. A veces me pide que la acompañe, pero hace calor y estoy fatigado, mal dormido, con una quemazón en el sexo porque me he forzado con ella, y por eso camino malhumorado por este barrio tan hermoso, de calles empedradas, casas victorianas con buhardillas y árboles que la primavera llena de flores. Es penoso que no pueda disfrutar de tanta belleza, ensimismado en mi propia amargura, en esta pesadumbre que intento esconderle pero que ella percibe de todos modos. Por eso discutimos en la calle, le digo que no aguanto más el agobio de caminar bajo este calor y mirar apartamentos tan feos, que me regreso al departamento de Isabel a dormir una siesta y que no me moleste más pidiéndome que la acompañe a sus citas con agentes inmobiliarias.

Es la primera vez que discutimos y peleamos y ella se queda triste en una esquina, frente al edificio al que me he rehusado a entrar, y yo me subo a un taxi y regreso a la cama de Isabel y me toco pensando en Geoff, que está tan cerca, en Nueva York, y a quien podría ir a visitar en tren si tuviera el coraje de decirle a Sofía todo lo que estoy sintiendo. Comprendo entonces que esta vida de lujos no consigue mitigar mi infelicidad, que ésta es una vida forzada, lejos de mis sueños, de mis verdaderos deseos y apetencias. Ninguna antigüedad de las que adornan la sala, ningún departamento de un millón de dólares, ningún coche de lujo como el que conducimos compensa lo que tanta falta me hace, la pasión por un hombre que me recuerde quién soy en verdad, cuáles son mis miserias y mis debilidades, cómo es que me gusta gozar en la cama aunque luego me dé vergüenza.

Sofía es mi amiga y no quiero seguir peleando con ella, por eso se lo digo una noche, después de cenar, mientras escuchamos música clásica -el piano de Rachmaninov que ella adora- y bebemos vino tinto, algo que la desinhibe y que a mí, en cambio, me torna callado y sombrío: Quiero llamar a Geoff. Se hace un silencio pesado. Llámalo, haz lo que quieras, se rinde ella, sin disimular su tristeza y su cansancio, pues ha pasado el día caminando por todo Georgetown para encontrar un lugar bonito en el que podamos vivir juntos y yo escriba la novela tantas veces prometida, y ahora yo se lo agradezco diciéndole que necesito hablar con Geoff, el chico que le juré había sido sólo una aventura fugaz, intrascendente.

Me encierro en el cuarto de huéspedes y ella sube el piano. Llamo a Geoff, que me atiende con su voz dulce, se queja de que me he perdido y nunca devolví sus llamadas, y le digo que estoy en Washington y que podría tomarme un tren y pasar un fin de semana con él. Se alegra mucho, me ruega que vaya y le prometo que iré, y siento que mi ánimo se recompone y que mi espíritu se llena de alegría cuando un hombre como él me dice que me extraña. Soy bisexual, no puedo evitarlo, y aunque vaya de escritor solitario, al final del día necesito el cariño de un hombre para sentirme bien. Es triste pero es la verdad, y no me queda sino decírsela a Sofía, anunciarle que me iré en tren a visitar a mi chico neoyorquino.

Empaco en silencio, avergonzado de mí mismo, salgo del cuarto de huéspedes y me presento en la sala con mis dos maletas y mi cara de bisexual torturado. Sofía me mira triste y no dice nada, mientras el piano de Rachmaninov me clava aguijones en el corazón. Me voy a Nueva York a pasar el fin de semana, digo. Ella permanece en silencio y me mira con una tristeza que la sobrepasa y le impide hablar. Aunque trata de evitarlo, llora, me mira y llora, y hace apenas un gesto, un ademán contrariado como diciéndome vete, vete ya, no me hagas sufrir tanto. Le digo entonces no creo que vuelva, es mejor que me vaya, lo nuestro no puede ser, no tiene futuro. Ella se cubre el rostro con las manos, sin poder creerlo, sin entender por qué un viaje que prometía tanta felicidad termina así, de un modo tan penoso.  

Camino a la puerta con mis maletas y entonces me vence la tristeza, me echo a llorar, me doy vuelta y la veo destrozada y no puedo hacerlo, no puedo abandonarla, no puedo ser tan canalla para irme a tener sexo con Geoff y dejar tira-da a esta chica linda, que se desvive por hacerme feliz. No puedo ser tan insensible, tan egoísta. La amo, a pesar de todo. Me rompe el alma verla llorar. Me siento a su lado, la abrazo, lloramos los dos y ella me dice si tienes que irte, ándate, no te quedes por pena, y yo le digo no me quedo por pena, me quedo porque te quiero, no puedo dejarte así, y ella no te preocupes, ya se me va a pasar, y yo tranquila, mi amor, todo va a estar bien, perdóname, fue sólo una mala idea, ya pasó, no me voy a ninguna parte, y ella ¿pero por qué no estás contento, por qué quieres irte, por qué te entran estas crisis inexplicables?, y yo no me atrevo a decirle crudamente la verdad, que necesito a un hombre besándome la espalda, las tetillas, el cuello, por eso digo simplemente tú sabes que yo siempre quiero estar donde no estoy, que siempre quiero tener lo que no tengo, lo imposible, lo prohibido, y ella sonríe y me mira con una nobleza que yo sé que nunca encontraré en mi corazón.

El Huracán Lleva Tu NombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora