1. Primer día de clases

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No quería levantarme de mi cama. Mi madre ya me había llamado desde escaleras abajo avisando que estaba preparando el desayuno y me pidió por favor que no me demorara. 

-Borja, no me hagas tener que subir como cuando eras niño y levantarte con la fuerza de las cosquillas- volvió a llamar con un tono divertido.

Por suerte, le hice caso la noche anterior cuando me mandó a ordenar mi mochila para no tener que estar haciéndolo a las apuradas cuando me levantara. Con toda la pereza que una persona podía llegar a tener, hice mi mayor esfuerzo y abandoné mi tan adorada y deseada cama. Fui al baño y sentí como si mi vejiga me estuviese agradeciendo por haberla dejado de hacer sufrir en la espera de aguantar las ganas de orinar, sólo por disfrutar más tiempo acostado. Terminado ese trámite, me lavé las manos y tomé mi cepillo de dientes, coloqué la pasta y comencé a cepillarme mientras me miraba en el espejo. Era una costumbre hacerlo cada mañana cuando me levantaba, mirar mi reflejo y querer traspasar el cristal, imaginando que ahí dentro había otra realidad, donde podía verme a mi mismo continuar con la rutina diaria mientras, en ese mundo, yo sólo volvía al reino acolchado y continuaba durmiendo. Lamentablemente no ocurría. 

Terminé todos mis deberes de higiene matutina y volví a mi cuarto. No me tomé mucho tiempo en buscar qué vestir. Unos jeans negros y una camisa negra con rayas blancas, un par de zapatillas nuevas que decidí comprar el día anterior para dejar mis tan gastadas compañeras de tantos meses y lucir un poco más prolijo.

Bajé y mi madre ya estaba sirviendo las dos tazas de café y me miraba con la típica sonrisa contagiosa con la que me recibía cada mañana. Muchas veces me preguntaba cómo hacía esta mujer para lucir con tan increíble buen humor cuando apenas acababa de despertar, y terminaba llegando a la conclusión de que ella disfrutaba pasar la mañana conmigo, desayunando juntos, ya que era prácticamente el único momento en que podíamos sentarnos tranquilos a charlar un poco o simplemente acompañarnos. Estábamos acostumbrados a que fuera así desde que ella se separó de mi padre, hace ya cinco años y que mi hermana decidiera irse a vivir con él.

Yo sabía que a mi madre le había dolido esa decisión de su hija menor, pero no le había sorprendido tampoco, ya que mi padre siempre la había consentido dándole todos los caprichos que tuvo de niña. No hicieron falta abogados para la separación ni para la tenencia de mi hermana, ellos simplemente decidieron que ya no querían estar juntos, nos explicaron a mi hermana y a mi que era por el hecho de que ya no había amor entre ellos y dejaron que cada uno de nosotros decidamos estar donde queríamos, siempre y cuando visitemos a la otra parte. Yo amaba a mi padre, pero mamá era mamá.

-Buenos días, cariño

-Buenos días, mamá.- le di un beso en la mejilla y me empecé a devorar mi desayuno. Yo era el típico chico que cuando estaba nervioso no sufría de un estómago cerrado, sino que tenía un hueco en él, que sólo podía llenarse con comida.

- ¿Nervioso por tu primer día de clases?- cuando levanté la vista para verla, ella estaba mirándome sorprendida por el modo en que comía.

- No me lo recuerdes, por favor- seguí atacando las tostadas con queso de untar que me había dejado en un plato.

Sentía cómo me seguía mirando comer, mientras ella comía lentamente su parte. No tuvimos mucha más charla, era de las típicas mañana donde sólo con acompañábamos. Ella sabía que yo no estaba disfrutando la idea de volver a clases para ver a mis tan extrañados compañeros-o amado sarcasmo- sino todo lo contrario.

Terminamos el desayuno y, luego de una gran insistencia de su parte, dejé que me convenza de llevarme en su auto hasta el colegio, por ser el primer día, en lugar de ir en autobús como era de costumbre que lo hiciera durante el resto de la temporada escolar.

- Que tengas un hermoso comienzo, Borji- me dijo entusiasmada a través de la ventanilla baja, mientras yo me dirigía a la puerta de entrada del establecimiento.

- Seguro que sí- murmuré de modo que no pueda escucharme estando de espalda a ella. Luego giré y la despedí con una sonrisa, simulando entusiasmo. Me devolvió la sonrisa y se marchó.

Ya sabía cuál era mi aula y marché allí directamente. Había un acto de bienvenida en el patio principal, pero sabía que nadie estaría custodiando las aulas, así que no me importó ausentarme al mismo discurso de siempre. Esperaba que fuese lo suficientemente extenso para alargar un poco mi tortura de ver a los alumnos entrar al aula, pero no me dieron el gusto. En menos de media hora del comienzo del acto, comencé a escuchar cómo se iban acercando.

Estaba en un curso de no más de treinta personas, donde la gran mayoría eran chicos. No me había tomado la molestia de contar cuántos eran hombres y cuántas mujeres, pero juraría que eran aproximadamente 10 chicas. Pude notar la ausencia de algunas caras que solía ver, y también pude ver ciertas caras nuevas, pero no me importó mucho.

Me encargué de hacer notar cómo era mi forma de desenvolverme en clases, es decir, sin interesarme en pláticas. Era el primer día y no sería mucho trabajo. Los antiguos alumnos ya sabían cómo era, los nuevos no tardarían en notarlo. Me senté en la última mesa, en la fila del lado de la pared, la más lejana de la puerta de entrada al salón, colocando mi mochila en la silla de mi lado para que no intentaran ocupar su lugar y me coloqué mis auriculares.

Varios chicos se habían parado a un costado de mi mesa y señalaron mi silla, a modo de preguntar si podían sentarse allí. No me quitaba los auriculares, sólo los miraba de una manera que no demostraba emoción alguna y me limitaba a negar con la cabeza. Ya había logrado que un par de ellos me miren con cara de pocos amigos y no me afectaba en lo absoluto. Después de tantos años haciendo lo mismo, me había acostumbrado a esas expresiones.

Levanté mi vista lo suficiente para notar cómo dos chicas se sentaban en la mesa que estaba en frente de la mía. Reconocí que eran las chicas que solían sentarse el año anterior en otra fila, pero sus lugares habían sido ocupados esta vez. Sus nombres eran Emma y Valeria. Lo sabía, al igual que los de los antiguos compañeros. Que no hable con ellos no significaba que no supiera sus nombres.

Volví a bajar mi vista, tenía mi celular y estaba leyendo una historia en wattpad, mientras sonaban en mis auriculares música de piano que me había descargado para que tapase los ruidos de fondo y pueda concentrarme en la lectura. En eso, siento que me están llamando,

-Borja...- era Valeria la que me llamaba.

La miro y niego con la cabeza. Subí el volumen y continué leyendo. Pero, podía ver cómo movía la mano tratando de captar mi atención. Odio cuando hacen eso. Es decir, tengo auriculares y acabo de negar con la cabeza, eso significa que NO quiero hablar contigo. La miré sin expresión alguna y volví a bajar la cabeza, pero no fue suficiente, siguió agitando su mano delante de mi. Que frustrante...

- ¿Qué quieres?- le dije mientras me quitaba los auriculares.

- Bueno, yo...- me volví a colocar los auriculaes

- No me interesa.- le dije,seco.

Sin darme cuenta de que Emma me estaba mirando realmente enfurecida por el modo en que acababa de dirigirme a su amiga,  arrancó el celular de mis manos, logrando que el cable del auricular se desconecte.

Ella no acaba de hacer eso...

No quiero estar aquíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora