Palabra del Señor

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De aquello, mi primer visión onírica fue el sustrato de sus lustres ojos de aguamarina, luego delgados labios carmín, un triangular mentón forjado en pómulos geométricos y una tez de pálido frío invernal. Era un ensueño de belleza, una tersa caricia para los ojos hambrientos de estética y delicadeza, pero su estadía entre mis párpados se tornaba más bien tormentosa e impúdica a su claroscuro macabro.

—Tráelo a mí, Gil. Al hijo de las tinieblas, al traidor de tu señor. Sé el hijo pródigo nacido de nuestro milagro, a no ser que desees, con la misma insolencia de tentación, hacer el llamado de tu traición— La criatura reluciente y sublime me despojaba el aliento bajo sus repetitivas líneas en esa acústica voz enmohecida, atiborrada con desprecio y soberbia.

La primera noche que le soñé me desperté sudoroso, tembloroso de cuerpo entero y con el pecho agitándose hasta provocarme un leve mareo. Habíame incorporado de la alcoba para dirigirme al baño, busqué mi imagen en el espejo sobre aquel acabado lavabo blanco: mi bronceada piel empalidecida con un enfermizo tinte amarillo; mechones lacios de negro azulado engrasados y adheridos a mi frente como asas de pincel en acuarela; la zona debajo de mi clavícula enrojecida y censurada hasta donde la camiseta de tirantes negro lo permitiese. Advertí mis ojos hundidos, con una tenue negrura alrededor de mis pestañas. Me decepcioné al ver tan delusorio hombre, parecía más la apariencia de un humano acabado y desplomado por las tragedias mínimas de la vida. El fracaso del sistema, eso era.

Quise olvidar rápidamente el sueño invasor, y como se puede evitar el dolor con otra lesión mayor, me replantee aquella pregunta existencial del porqué estaba ahí: en un baño repleto de hongos y sarro, en un departamento deprimente que ofrece alojo a pestes y alimañas escurridizas tras éstas cuatro paredes. Sí, alguna vez disfruté el placer de la comodidad y lujos, propios de una clase media alta que aprende a mirar un poco por encima de los demás. Desgraciadamente el dinero es un flujo errático que nunca permanece estable, y con ello la caída de mi cuna fue un puñetazo duro, a la vez que predecible. Creí que si me iba del drama familiar y formaba mi fortuna desde cero, con los contacto adecuados, podría amasar un respetable estatus, sólo que he sido siempre una persona ingenua y orgullosa. Nunca vi a mis aliados como mis rivales, sin embargo mis aliados me apreciaban más como un rival. Me volví entonces en un muñeco para su vudú, agujeraron cada trozo de mí hasta dejarme en desuso.

A mitad de mi lamento personal, tuve que parpadear repentinamente. El foco del baño volvía a mostrar interferencia con su luz intermitente. Usé los nudillos de mis dedos índices para tallarme los ojos, por la fuerza ejercida, diminutos garabatos de colores se superponían en mi visión. Intenté enfocar la vista a través del espejo, y en medio de ese enfoque una lejana piel blanca se acomodaba a mis espaldas, en el umbral del baño, bañado con risos de oro, nariz chata color hueso y mirada espectral con la pincelada de un verde cenizo.

Le reconocí de inmediato, me sentí nauseabundo y con los miembros petrificados. Era la cara de aquel ser funesto, ese maligno acosador y verdugo de almas fatigadas. Como si su existencia se hubiese concebido en un encuentro lúcido, recordé sus palabras replicándose, una y otra vez.

Traerle al hijo de las tinieblas o ser un traidor. Se escuchaba cual amenaza, pero lo era sin que yo supiese las circunstancias. ¿Dónde tenía yo aquello que buscaba? ¿Aquel me escuchará? ¿Se podrá razonar con este cruel y perfecto ser?

Apenas reunir fuerzas para encarar a mi persecutor, registro por el rabillo que su aterciopelado rostro se esfumó tan repentino como apareció. Respiré con profundidad, con la carne palpitando y una sensación de calor en el rostro. Desmerité mi terror en consuelos mentales, me regresaron el respirar, aunque la necesidad paranoica de revisar mi espalda empujaba cínicamente mi falso alivio.

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