Sobre las murallas de Apolo

43 3 2
                                    

El gobernador Ateniense nos había encomendado la misión de recuperar Corinto, que había sido tomada por los hijos de los lobos.

Atravesamos el Egeo desde Salónica y luego de un mes de viaje desembarcamos en el Istmo hacia el alba y, finalmente para la madrugada de la siguiente semana ya habíamos alcanzando la cima del Acrocorinto.

Elevé mi mirada y pude observar como aquel cielo antes iluminado por Helios ahora se resumía en lúgubre oscuridad acompañada de brillantes y coloreados luceros pintados por los dioses que se cernían más allá de los confines de este mundo, observándonos y protegiendo nuestros pasos.

Recordé también aquellas guerras que desataron tanto horror y muerte, guerras dadas siempre en nombre de la paz.

Volviéndose mi vista hacia esas estrellas pensé en los mundos infinitos que podrían ocultar. Me di cuenta de mi insignificancia en esta mota de polvo y el transcurrir de nuestra efímera vida en comparación con la inmensidad del universo que ahora, en medio de la noche, sobre las murallas de aquella ciudad una vez poseedora de un etéreo palacio que había llegado a tomar como propio, y que en estos instantes sólo albergaba muerte y desolación, me encontraba contemplando. Sólo cuando fui capaz de comprender la ironía de esta, mi "titánica misión" voltee una vez más, en esta ocasión para admirar al ejército que a mi obedecía. Ante sus gritos de gloria penetramos esa barrera que parecía inquebrantable en pos de lucha, lucha contra las bestias que se enorgullecían al llamarse a si mismos hijos de lobos.

-¡Oh, Zeus, gran Dios del Olimpo, infundid vuestra furia sobre aquéllos qué osan acabar con la vida de tus fieles!

-¡Oh, Apolo, hijo de Zeus y protector de Corinto, cuidad a los nuestros e iluminad a los injustos con la luz de la verdad!

Mientras coreabamos estas plegarias no había entonces ningún indicio que me llevase a pensar que se tratarían de mis últimas palabras, hasta que esa daga se clavó en mi pecho, tiñiendo de rojo mis sueños de libertad. 

Mientras intentaba aceptar mi muerte a manos romanas logré entender que no había ya nada por lo que pelear; Mis soldados masacrados, mi orgullo pisoteado, mi cuerpo agotado y fatigado y la maravilloso ciudad que nos disponíamos a liberar no era más que un valle baldío bajo la falda de una montaña que hace ya mucho la había visto perecer de la misma forma en que yo ahora lo hacía.

Sobre Las Murallas De ApoloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora