La muerte del atardecer caía con lentitud ese día, pero no tardarían en llegar. Dorrety miró (por décima vez consecutiva) el enorme reloj que colgaba con gracia sobre la pared del vestíbulo, casi como si quisiera burlarse de ella. Seis cuarenta ¿No habían pasado las seis cuarenta al menos cinco minutos antes?
El incesante frufrú del vestido de tarde al compás del tic-clap de sus pasos contra la madera estaban llegando a desorbitarla, pero era ella quien no dejaba de moverse. Y es que, ¿cómo podía estar tranquila en un momento así? Buscaba y rebuscaba en su mente las palabras correctas que se ajustaran a la escandalosa situación a la que pretendía someterse. Aunque, a vistas de su fracaso en el ámbito del amor, no había mucho más que pudiese hacer.
Tal vez sus padres la entenderían. Claro,podrían esperarse algo así de ella, pues, jamás se había adecuado a la vida ordinaria. Nunca pudo ser considerada como alguien normal y nunca pudo adaptarse al régimen reglamentario que la sociedad imponía, por eso es que vivía en el campo. Allí nadie podía juzgarla por su piel morena, bañada por el sol o por gustarle llevar su cabello suelto y adornarlo con frescas flores silvestres. Sin más compañía que sus pensamientos, y por supuesto sus amables criados, nunca nadie se fijaría en la extensión de su meñique al levantar la taza de té o en sus pésimos modales a la hora de la cena. Disfrutaba pasar las horas sintiendo el viento en su rostro, hacer largas caminatas hasta el río, ¡hasta nadar en paños menores!, comer cerezas en el bosque y correr... No pensar y correr.
Sin embargo, últimamente algo no andaba bien. Ella sabía que no era bonita, poseía un cuerpo voluptuoso y era excesivamente alta. Su rostro reflejaba rasgos fuertes con su nariz perfilada y sus ojos oliva, feroces y audaces; su boca no estaba mal y su sonrisa era encantadora, ni qué hablar del magnífico cabello rojizo que caía bailando sobre sus caderas. Pero simplemente no estaba a la moda, demasiadas curvas para la época. Dorrety, era consciente de que la naturaleza de las proposiciones matrimoniales que había recibido no se debían ni un pizco a su poco tradicional belleza, ni mucho menos a su personalidad electrizante. Aquellos hombres sólo veían una cosa en ella: la enorme herencia que traía desde la cuna. Por supuesto, aún creía en el amor verdadero, pero estaba segura que no podría encontrarlo entre esos pomposos y estirados lores. Hasta había llegado a odiarlos. A todos.
De casarse sería con aquel que la amara sólo porque sí, con pasión, con cada átomo y partícula que su cuerpo, con cada espacio libre de su ser, porque de no hacerlo temería morir de dolor. No se conformaría con menos... Y lo deseaba tanto.
Por eso viajaría, trabajaría lejos de casa y encontraría su gran anhelo, aunque aquello le costara la relación con sus padres.
Tal vez podría casarse con un pintor, un escritor, ¿un novelista?, un... Interrumpiendo sus pensamientos llegó a su oído un traqueteo que conocía bien. Caballos, pensó.
Habían llegado.
Dorrety corrió desesperada hacia el vestíbulo, enredada entre el vuelo de las faldas. Y es que además de las buenas nuevas, ¡los extrañaba tanto! Sus padres sólo podían visitarla cada quince días desde Londres y aunque apreciara sus momentos de autismo, la espera por entablar una conversación con alguien resultaba agotador. Tal vez eso podría acabar pronto, sonrió.
-¡Madre, padre!- gritó mientras corría a sus brazos cual niña de cinco años.
- Hola cariño, mira lo bonita que estás. El verde es tu color querida te sienta increíble, pero casi es hora de cenar. ¿Por qué no te has cambiado? - espetó su madre desatándose del abrazo.
- Lo siento mucho, madre. No he tenido tiempo esta tarde, estuve pensado y...-
- Sigo sin entender cómo es que tu madre logra ver tanto con lo pequeños que son sus ojos. ¿Cómo estuviste estos días, pequeña?- preguntó su padre en voz baja.
- ¡Edward, te he escuchado!
- He estado muy bien. En realidad, he estado pensado mucho estos días y quiero mencionarles sobre... -
- Cariño, estoy ansioso por saber. Pero, ¿crees que podríamos hablar de esto tan importante durante la cena? No he probado bocado desde Londres y estoy hambriento, pues tu madre no ha querido compartir su sandwich conmigo -
- Lo siento, cielo. Pero las chicas me han mencionado durante el té que has subido de peso ¡y no pude soportarlo! -
- De ser así entonces te perdono - concluyó su padre, rodeando los hombros de su esposa con un brazo y ésta le estampó un beso tronado en la mejilla. Fin de la discusión.
Dorrety sintió desaparecer de la escena, pero se limitó a observarlos expectante. Con sus padres siempre había sido así y al verlos no podía esperar menos para ella misma, pues su madre siempre le había demostrado lo bien que se podía vivir rodeada de amor y compañía. Sin duda, ella había tenido suerte de encontrar a alguien como su padre, pensó. Tal vez y sólo tal vez, la vida le daría la oportunidad de enamorarse así, para siempre. Y para ser realistas, no estaba en plan de sentarse a esperar.
- Creo ser yo la sobrante aquí, entonces me retiro. Loretta ya ha servido los aperitivos y déjenme decirle que están buenísimos, lo he testeado hace algunos minutos- dicho esto, Dorrety se giró sobre sus talones sin esperar respuesta y caminó sonriente a su habitación a fin de alistarse para la cena. Sus padres estaban demasiado ensimismados como para siquiera notar su ausencia, pero eso estaba bien. Todo iba a cambiar esa noche, ya tendrían tiempo para prestarle atención durante la cena ¡y sí que lo harían!
Durante lo que duró la cena, pese a lo maravillosa que parecía, Dorrety no pudo probar ni un bocado. El incesante galope de sus latidos a razón de la adrenalina que sentía correr por sus venas a penas le permitían respirar y con el correr de los minutos la ansiedad se potenciaba aún más y más, sentía deseos de escupir sobre la mesa el tumulto de palabras que venía pensado desde hace tiempo. Podía sentir correr el sudor frío a través de la fina tela del vestido, y sus dedos parecían temblar al compás de las débiles llamas de las velas sobre los candelabros. Sus padres, sumidos en una interesante conversación sobre las bonitas flores que habían crecido en el jardín no lo habían notado aún.
Quizá este gesto podría parecer grosero para cualquiera, pero no para Dorrety pues, adoraba a sus padres. Ellos la habían acompañado en cada paso errado que había dado durante los últimos años, nunca habían reprochado sus malos hábitos o su escasa habilidad para encajar en la jaula londinense, ni siquiera cuando decidió no presentarse en sociedad para mudarse a Greenwood, pero tal vez esto fuera demasiado. Sin embargo, dentro de toda la locura que rondaba su plan era lo más sensato que habría hecho jamás. Ese era el momento, su ahora o nunca.
- Padres, necesito hablar - dijo - ahora, en este momento - y nunca se arrepentiría.
Sus padres, sonriendo cesaron la charla sin preguntar y, por los cielos, no habría creído que le prestaran atención con tal rapidez.
- Aquí voy - suspiró, resopló, cerró los ojos y siguió- He cumplido hace cinco meses veinticinco años, como saben. Aquí o donde sea, soy considerada una solterona declarada - levantó su mano en señal a su madre, quien había hecho un gesto en desconcierto - No digas nada, madre. Es mi momento y deseo hacer un monólogo gigante, no intenten interrumpirme por favor - aunque hubiera querido morir, realmente - Jamás he sido bonita y jamás lo seré, he tenido proposiciones, claro. Pero jamás me han amado y aunque creí haberlo hecho, jamás he amado tampoco y he vivido todos estos años anhelando eso, padres: amar.
» Quiero que sepan que los amo y los respeto, pero he tomado una decisión y pretendo llevarla a cabo con o sin su consentimiento, aunque lo significaría todo para mí si me lo dieran - Dorrety levantó la mirada por primera vez, para ver a su madre derramando las primeras lágrimas, pero todo iría bien. Continuó - He ahorrado y comprado un billete de ida a Brighton y dado que no sé cuando volveré no he comprado la vuelta. Trabajaré como criada, doncella o puede que limpie graneros, pero encontraré a alguien que quiera amarme por mí. Podrá parecer una locura y tal vez lo sea, pero no daré marcha atrás. Eso es todo.
Y el silencio reinó... Y su madre la abrazó y su padre la siguió y las velas siguieron consumiendo su cebo y el mundo le regaló esos minutos a ella , todos para ella y todo estaba bien ahora. Todo estaba bien.
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Más que una plebeya para mí
Romance"Cuando te veo, lo único que deseo hacer es correr en dirección contraria... Y luego volver para poder besarte" Dorrety Magory es todo lo que siempre quiso ser: una joven independiente, madura, segura de...