Debimos haberlo sospechado.
El gobierno hizo sólo dos cosas previas al estallido. Primero regaló remedios a los civiles junto con cajas de alimentos. Después clausuró todo tipo de comunicación con otros países; teléfonos, internet, computadoras, hasta creo que por un tiempo confiscó la correspondencia.
Luego las cosas fueron dándose solas. Los supermercados y farmacias se clausuraron, lo mismo pasó con los negocios de barrio. La comida que dio el gobierno se fue acabando, duró alrededor de tres semanas. Comenzaron los saqueos de viviendas, los asesinatos y los suicidios. Las personas se atrincheraban en sus casas y no salían por nada ni nadie. Sólo algunas personas, como yo, salíamos a ver el estado de la ciudad.
Cuando todo comenzó yo tenía 18 años. Ya han pasado seis y no hay avances.
Me capacitaron como médico y durante cuatro años de servicio me asignaron a muchos pelotones. Fui mostrando algunas de mis capacidades y me ascendieron varias veces, hasta ser una de las doctoras más capacitadas de nuestras tropas. Con tan sólo 24 años. Tenía un futuro por delante...
Antes del estallido, me fascinaba todo lo relacionado con la salud. La medicina era mi perdición, así que por ese lado no fue tan catastrófico no ir a la Universidad. Al menos para mi. Todo lo contrario para Isabel, la otra médico de mi escuadrón, una pequeña de 18, que aún no asimilaba la situación del país. No la culpaba, a mi me había pasado igual.
-¿Preparada?
Asentí al Capitán que me lideraba. Éramos uno de los mejores pelotones que habían, por lo mismo nos asignaban ir al campo de guerra varias veces por semana. Ser uno de los mejor no consistía en curar mas cortes, magulladuras o aguantas más golpes del enemigo. Ser uno de los mejores era salir a ese cementerio y volver con el menor número de compañeros caídos y el mayor número de sobrevivientes del exterior.
Y a lo largo de todo mi trabajo, y en todos mis pelotones, había perdido a cero personas.
Todo un logro, considerando el contexto de mierda que reinaba el mundo.
Tomé la mochila y el arma, la cual nos entregaban al finalizar la capacitación, sólo para casos extremos. No obstante, no nos enseñaban a usarla. Uno la tenía y ya, lo demás era problema de cada quien.
-¡Formación!
Todos hicimos caso. El Capitán hizo la revisión previa a la salida y luego dio visto bueno. Cuando nos disponíamos a salir de la tienda, me llamó.
-Doctora. Acérquese.- Hice un asentimiento al resto del pelotón para que continuaran caminando y me esperaran afuera.
- A su orden, capitán.- Dije con la vista al frente, sin perder la postura de rigidez que nos habían enseñado.
- Puedes dejar las formalidades de lado, Valeska, estamos sólos.
Lo miré a los ojos.
- No comprendo, capitán.- El hombre enrolló un mapa y lo guardó en uno de los baúles que habían en el fondo de la carpa. Luego se levantó y se acercó a mi. Cuando estuvo lo suficientemente cerca para que lo escuchara, y lo suficientemente lejos para que nadie que pasara por fuera, oyera, habló.
- Te debo confesar algo. Hoy no es una misión como las otras de ir a buscar agua al campamento enemigo.- Hizo un gesto vago con la mano.- En esencia es lo mismo.- Se volteó y miró un arrugado documento que había sobre las cajas de madera que hacían el papel de mesa.-...el objetivo es el mismo. Pero los campamentos aumentaron la seguridad. Sus pelotones son mas grandes. Sus armas son mejores. Creo que hasta tienen electricidad.
Sí, ese era otro punto. Los científicos habían cortado los suministros de electricidad para crear agua en los laboratorios. Desde hace seis años. ¿Y los avances? No habían.