Mentiras

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«El mentiroso tiene dos males: que ni cree ni es creído.» Baltasar Gracián



Solo me faltaba recostarme contra la dura y rasposa superficie de madera, que hacía la función de pupitre en la última clase de hoy, y caería en el más absoluto de los sueños. Apenas había dormido un par o tres de horas antes de asistir a la universidad pero, en general, no podía quejarme por cómo estaba afrontando el día, demasiado bien después de trasnochar en exceso. Aunque seis horas seguidas de largas e interminables explicaciones sobre anatomía y bioquímica eran capaces de minar la resistencia de cualquiera, incluso la mía. 

Beth no tenía mejor cara. Estaba a mi lado, con la cabeza apoyada sobre la palma de su mano, bostezando de forma exagerada. Ella tampoco había dormido bien o eso parecía. El viejo sillón orejero, propiedad de los antiguos inquilinos de nuestro apartamento, no era un colchón de plumas precisamente. Mi amiga estiró los brazos por encima de la cabeza, como un gato perezoso, mientras yo y media clase la mirábamos con media sonrisa dibujada en nuestras caras. ¿Acaso no le daba vergüenza lo que pudiera pensar el profesor Jamison? La respuesta era evidente. No. 

-Córtate un poco, ¿no? –Le pedí, siendo yo la que empezaba a ruborizarse. Verla a ella tan apática y desinteresada me había despertado de golpe, tensando mis cansados parpados para mantenerlos abiertos sin gran esfuerzo. 

-¿Qué pasa? Estoy hecha polvo, además esta clase es un rollo, no me estoy enterando de nada de lo que dice este viejo estreñido –susurró haciéndome reír por lo bajo. 

-Va, que ya queda poco –musité, viendo como el señor Jamison desviaba su mirada hacia nosotras.

-Señorita Preston ¿sería tan amable de compartir con el resto nosotros eso tan interesante que no ha podido esperar a que yo concluyera mi disertación para contárselo a su compañera? -Dijo el viejo catedrático, alzando una ceja, regocijándose por pillarme infraganti. 

Sabía cuánto le molestaba a este profesor que sus alumnos tuvieran algo mejor que hacer durante sus clases que prestarle toda su atención. Tragué saliva, haciendo uso de mi buena memoria, para rebuscar en ella algún fragmento de su espesa perorata. 

-Le estaba preguntando el nombre del libro que usted ha pedido que usemos en nuestro trabajo sobre la síntesis de las proteínas –comenté con un hilo de voz y la respiración contenida.

Rápidamente pude ver el efecto positivo de mis acertadas palabras. Las pronunciadas arrugas de la frente del señor Jamison, similares a los surcos de un campo de cultivo, se relajaron levemente mostrándome un rostro algo menos duro, pero sin llegar a ser amable. 

-Lo escribiré en la pizarra por si alguno más de ustedes necesita dicha información y se ve obligado a interrumpir mi clase con su falta de atención.-Se volvió hacia la pizarra, liberándome de su dura mirada. 

Suspiré aliviada, la excusa había colado. Beth me propinó un codazo y me dedicó una gran sonrisa. Acababa de sonar el timbre que anunciaba el final de esta horrible clase. Siempre pasaba igual. A mi amiga nunca la pillaban, mientras que yo caía constantemente en las garras de los profesores. Pensaba que en la universidad tendría más libertad, que nadie se percataba de mi presencia en el aula y menos aún los profesores. Pues de eso nada. Esto era como el instituto, bueno quizás no tan severo, pero tampoco el paraíso de libertad que yo esperaba. 

Me había costado horrores decidirme por una carrera en concreto. Siendo sincera, el simple hecho de si seguía estudiando o no ya había sido una cuestión complicada. Finalmente opté por biología humana. No tenía muy claro si esa era mi verdadera vocación, pero desde que conocía la naturaleza de Erik sentía un especial interés por conocer mejor mi propia naturaleza y así compatibilizar más aún nuestras distintas especies. A lo mejor hasta podía ayudarlos en la investigación para localizar la cura contra la enfermedad que amenazaba a su civilización. La cuestión era que tenía por delante una larga carrera universitaria que, por cómo la había iniciado, no pintaba fácil. 

Tormenta de ArenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora