UN ÚLTIMO RECUERDO

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"Olvidar" es un hecho que los seres humanos no podemos evitar, con el que estamos condenados a vivir, enfrascados en ese sentimiento de decepcionante ira cada vez que nos vemos obligados a hacer algo tan sencillo como preguntar. Casi a diario aprendemos cosas nuevas, y con la misma rapidez nos olvidamos de ellas. Son cosas tan sencillas como el nombre de algo, la hora de una cita, la palabra que empieza por... ¡Exacto! Es eso a lo que me refiero con olvidar.

Pero qué pasa cuando el nombre que olvidas no es el de la señora del supermercado a la que sólo has visto un par de veces, o el de el portero del edificio que cambian cada 3 semanas, qué pasa cuando el nombre que olvidas es el tuyo, como pasó conmigo. Luche contra el impulso de olvidar mi nombre, lo escribía una y otra vez, hasta que un día simplemente olvidé que letras lo componían o en qué orden. Luego me di cuenta que no lo recordaría y seguí con mi apellido, pero ya era demasiado tarde.

Y es en ese momento, justo cuando la ira te absorve a ti y a todos los que están a tu alrededor, que te das cuenta que lo único que tu mente se empeña en recordar hasta el último momento, es el dolor. No ese dolor físico, sino ese dolor sentimental que te parte en dos y se queda ahí, arraigado a tus recuerdos, quemando cada vez que intentas entrar en ellos.

El alzheimer, una de las enfermedades que produce mayor muertes por demencia, una de las enfermedades que afecta a las personas en la vejez y en muy pocos casos, a algún joven que tiene una vida placentera, llena de memorables recuerdos, recuerdos que con el tiempo deberían fortalecerse en vez de desvanecerse, pero ella lo impide.

No es como un frasco que guarda tus recuerdos bajo llave y no permite que tu los veas. Es peor, mucho peor. Los mata. Los tortura haciéndolos sangrar. Y esa sangre quema mientras rueda por tu cabeza, limpiando todo rastro de recuerdos que hayan quedado, y dejando pintado de rojo el espacio en el que ahora hay una lápida sin descripción, una lápida más en un cementerio de frustración.

Eso es lo que yo siento, dolor, desesperación y frustración. Pero por primera vez en mucho tiempo, no siento que mi cabeza va a estallar de recuerdos. Será porque ya entendí que no los hay, que nunca los hubo, que mi mente siempre fue un mundo gris en un universo lleno de color, que mis recuerdos eran simples espejismos creados para destruir mi manera de pensar, creados para ilusionar y engañar.

Muchas veces, cuando escribía y leía todo lo que era mi vida para hacer este pequeño resumen, me di cuenta de lo fácil que es que algo se vuelva una sombra, y lo difícil que resulta iluminarla.

Me dio miedo la ignorancia que tuve cuando estaba "cuerdo", pero me dio más miedo sentir como todo se desataba en entendimiento. Yo me acostumbre a vivir bajo las sombras, y una luz desvaneció el camino oscuro que había labrado para mi, sin darme cuenta de lo que dejaba atrás, que realmente no era mucho, porque el camino se borraba cada vez que daba un paso, un paso hacia la única luz que yo podía tocar. Esa luz, entendí por fin, es el final, es la muerte.

Yo le temo, pero también la deseo, la ansio con desesperación, necesito tener algo en lo que confiar, y esa luz es lo único en lo que yo creo realmente ahora.

Ya no veo el pasado, y mi presente está entre las sombras al igual que yo, pero mi futuro, de el si puedo decir con absoluta sinceridad, que por más que tarde en llegar -y yo espero que no sea mucho-, estará iluminado y lleno de una vida que no está en el alcance de los "vivos". Una vida en la muerte.

No entiendo como las personas describen la muerte como algo oscuro, cuando es la luz al final de el túnel, el comienzo de algo totalmente desconocido, un oasis en el desierto de miseria en el que nos acostumbramos a vivir. Al menos así es como lo veo yo.

Tal vez, para una persona que se ha encargado de llenar de recuerdos su vida, esta sea un poco más soportable. Pero una vida como la mía, en la que no hay nada detrás, nada después de cierto punto, esa es una vida más amarga y cruel, es como si no tuvieras nada por lo que vivir, aunque lo tengas, ¡Vaya que lo tienes! Yo tengo mucho por lo que vivir.

Tengo una madre que amo, tengo una novia que aún recuerdo a ratos, tengo pinturas y colores escondidos bajo una escalera de mi casa, tengo sueños e ilusiones, sé que están ahí, sé que existen. Yo sólo, no lo recuerdo.

No reconozco a mi madre cuando la veo, no recuerdo el tono de voz de Julia y mucho menos cuales eran mis sueños y aspiraciones. Tengo que recurrir a las palabras que escribo para tener una vaga idea de como era mi vida antes de la frustración, antes de la demencia, y luego fingir, intentar parecer esa persona que existia, para que las personas que me quieren no se preocupen de el cambio que puede tener una persona que no recuerda nada.

¿Saben qué es lo más gracioso? Siempre, todas las mañanas de las que tengo memorias, lo primero -quizá lo único- que recuerdo, es que tengo esta terrible demencia en mí, y junto con el recuerdo llega la ira, la decepción, la tristeza y luego de golpe, el pensamiento cruel y agrió de la muerte.

Como yo la veo ahora, es más una amiga que una rival de la vida. Ella me va a salvar de los recuerdos. Tengo la esperanza de que incluso se compadezca de mí y me regale nuevos recuerdos, unos que sí pueda guardar y sacar cuando yo quiera, o tal vez, me deje ver los recuerdos que debería tener.

No se como funciona todo después de la vida, pero yo busco un laguito de recuerdos del que pueda beber sin ser envenenado, y si es así, no puedo esperar para que ese momento me absorba.

Estoy ansioso, como dije al principio, lo que haré con estos escritos será encerrarlos, no voy a volver a escribir, voy a vivir lo poco que queda de mi vida con dignidad y pasión, y de ahora en adelante, además de esperar la muerte, trataré de forjar una nueva personalidad y no de recrear la que tenía antes.

Debo decir que esta fue una experiencia enriquecedora, al menos para mi, y que espero que el mar, el viento o lo que sea que vaya a llevar en un infinito camino mis escritos, sepa que son las memorias de alguien que ya no va a tener mucho que contar, y haga con ellas lo que mejor le parezca, porque yo ya conté todo lo que tenía que contar.

Debo decir que esta fue una experiencia enriquecedora, al menos para mi, y que espero que el mar, el viento o lo que sea que vaya a llevar en un infinito camino mis escritos, sepa que son las memorias de alguien que ya no va a tener mucho que cont...

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José Alexander Gómez Ortíz murió por demencia, alzheimer de inicio precoz, un año después de que lanzara sus memorias al río. Su madre y Julia pusieron un retrato suyo en una lápida blanca en un cementerio en Bogotá, porque así lo había pedido él en una carta, explicando a su madre que ese era el último recuerdo que tendrían de él.


NA:

Okay.... Última parte! :(

Espero que les haya gustado o que al menos se hayan entretenido un rato con esta corta (pero escrita con mucho amor) historia :)

Realmente son importantes para mi todos y cada uno de los votos y comentarios que dejan, así que no dejen de hacerlo :'3

Espero que les haya gustado este fruto de mi imaginación ;) y que si vuelvo a escribir más cosas también las lean :D

Pd. Tengo una historia "Algo que contar" que es como un librito lleno de mini historias (más cortas que esta) y frases y cosas locas que escribo, así que si les gusta un poco el drama o mi manera de expresarme, no duden en pasar por allí y dejarme unos votitos :D

Un abrazo psicológico para todos los que están leyendo eso! Y gracias. Me hacen muy felices.

Hasta pronto!

Epílogo De Un DementeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora