Lo miré de reojo mientras caminábamos por la feria. Él miraba extrañado y curioso. Parece un niño. Es tan tierno... Y al mismo tiempo tiene algo tan siniestro y excitante.
Frunció el ceño cuando vio a un gran grupo de niños jugando y corriendo. Lo miré divertida.- ¿Pasa algo? - Le pregunté. Se giró a verme.
- Sí. Nunca he estado con tanta gente en un mismo lugar. - Me dijo.
- Eres muy antisocial para ser el Diablo. - Le dije divertida.
- ¿A si? - Me preguntó mirándome.
- Sí. - Le contesté sin dejar de reír. Él también lo hizo. Es tan devastador cuando sonríe.
- ¿Y que haremos? - Me preguntó. Giré a verlo.
- Jugaremos un poco. - Dije y tomé su mano para arrastrarlo hasta uno de los juegos.
***
- ¡Buen día! ¿Queréis jugar? - Nos preguntó el hombre del lugar.
- Sí. Dos fichas, por favor. - Le dije y me pasó seis pelotas.
Tenía que tirar la mayor cantidad posible de botellas para ganar un oso. Miré a Cameron, estaba bastante serio. Un poco más de lo normal. Parecía que algo le molestaba o dolía no sabría decir con exactitud.
En un acto fallido me encontré colocando mi mano en su nuca. La arrastré hasta su pelo y acaricié su cuero cabelludo.- ¿Qué pasa? - Le pregunté. Corrió su mirada a la mía.
- Me gusta que acaricies mi pelo. - Me dijo. Dejé de hacerlo y tragué saliva.
-Déjame enseñarte como se hace esto, Cam. - Le dije. Rió por lo bajo.
Tiré la primera pelota y fallé. Rió. Lancé la segunda y volví a fallar. Volvió a reír. Tiré la última que me quedaba y ¡mi-er-da, fallé! Él reía divertido y pude notar como el hombre del puesto también estaba tentado a reírse.
- Oh preciosa, no pensé en reírme tanto. - Dijo mientras refregaba sus ojos.
- Veamos si tu puedes hacerlo. - Le dije y me acerqué a su oído. - Señor Diablo.
Le di las otras tres pelotas. Se acercó más al estante. Lanzó la primera pelota y varias botellas cayeron. Lo miré sorprendida. Tiró la segunda y más botellas visitaron el suelo. Sólo quedaba una botella. Se giró a verme.
- Así es como se hace, preciosa. - Me dijo y lanzó la pelota sin dejar de mirarme. La última botella cayó. Giré sorprendida ante el sonido de eso.
- Felicidades, ha ganado el premio mayor. - Le dijo el hombre que le alcanzó un oso enorme y peludo. Era extremadamente lindo.
- Toma preciosa, para ti. - Me dijo y me lo dio. Cogí el oso y lo miré a él.
- ¡Es muy lindo! - Dije bobamente. La última vez que me habían regalado un oso fue con catorce años, y era del tamaño de mi mano.
- Como tú. - Dijo. Mordí levemente mi labio inferior.
-¿Quieres comer algodón de azúcar? - Le pregunté mientras nos alejábamos de allí.
- No es de mi agrado. - Contestó. Lo miré divertida.
- Bueno, lo tendrá que ser. - Lo miré desafiante.
Seguimos caminando hasta encontrar un puesto de manzanas acarameladas, palomitas de maíz, caramelos y algodones de azúcar. Compré el más grande y mullido de todos. Me acerqué hasta él.
- Vamos, come un poco. - Le dije. Me miró bien.
- De verdad preciosa no es de mi agrado. - Dijo sin dejar de mirar el colorido dulce que tenía en mis manos.
-¿Lo has probado? - Le pregunté. Me miró.
- No, pero algo que es rosa y se te pega a las manos como un chicle no debe ser agradable. - Me dijo. Reí divertida.
- Oh vaya, eres peor que un niño. Pruebalo, te gustará. - Le dije.
Me miró sin estar muy seguro. Tomó un pequeño pedazo con la punta de los dedos. De verdad parecía un niño al cual le estaba obligando a comer verduras. Lo levantó lentamente hasta su boca y lo comió con cierto asco. Yo sólo lo miraba.
- ¿Y...? - Pregunté.
- ¡Es asqueroso! - Exclamó frunciendo el ceño.
- ¡No seas mentiroso! - Le reproché divertida.
- ¡Yo no miento! - Dijo como si eso fuera lo más verdadero que dijo en su vida.
- Si claro, y yo soy Megan Fox. - Dije. Rió con ganas.
- Ay preciosa, eres tan graciosa. - Dijo mientras me metía un trozo de algodón en la boca.
- Y tu eres tan extraño. - le dije.
Volvimos a caminar y sin darme cuenta las horas fueron pasando.
La noche se hizo presente en Seúl. Fue tan rápido. Es tan extraño todo esto, la sensación de estar con él. Hay momentos en los que se me olvida y pienso que es un hombre normal. Pero cuando recuerdo que y quien es se me eriza la piel. Éste hombre, que ni siquiera es un hombre, sólo ha venido a mi con la intención de llevarse mi alma, nada más que eso.
- ¿Tienes hambre? - Me preguntó cuando llegamos al departamento. Lo miré.
- No, estoy que exploto. - Le dije. Se quitó la americana y ése deseo ardiente hacia él me consumió.
- Claro, si te las pasas comiendo porquerías... - dijo.
- ¡Oh, venga! ¿Ahora eres mi padre? - Le pregunté.
- No, gracias a Dios. - Dijo. Le golpeé levemente en el brazo. El teléfono comenzó a sonar. Corrí hacia él.
- ¿Hola? - Dije.
- Tiene un mensaje de voz, ¿desea escucharlo? - Dijo la fría voz de la operadora. Funcí el ceño. - Para escuchar su mensaje pulse uno.
- ____, soy Sara. Parece que no estás en casa, linda. ¿Donde o con quién estarás?
¡Ay, ya me lo imagino! Bueno, después me cuentas sobre eso. Sólo llamó para decirte que esta noche tampoco voy a casa. Matthew está más ardiente que nunca y no voy a dejarlo en estas condiciones sólo. Nos vemos mañana cariño, te quiero.Dejé el teléfono y reí por lo bajo. De verdad está loca. Negando divertida con la cabeza volví hacia la sala. Mi querido invitado estaba sin camisa. Todo el aire salió de mi cuerpo. Mis piernas temblaron levemente. Ese pantalón negro se amoldaba bien a sus masculinas piernas y cada músculo de su abdomen parecía estar hecho de roca y carne fibrosa. Mordí mi labio al imaginarlo sobre mí. Su peso calentando mi cuerpo. Sus fuertes manos sosteniendo las mías mientras estamos íntimamente unidos. Sacudí mi cabeza.
- Voy a tomar un poco de aire. - Le dije y salí de ahí antes de volverme loca.
Subí hasta el último piso de mi edificio. Entré en la abandona terraza. Este lugar está más desierto que... el desierto. Miré hacia el cielo, éste de color azul oscuro y por el brillo de la ciudad apenas se veían las estrellas. La Luna estaba blanca y casi redonda. Una linda noche. Ni frío, ni calor. Ni viento, ni humedad. Nada.
Me senté en el suelo y saqué un cigarrillo. No había fumado en todo el día, algo raro en mí. Ahora necesitaba uno con desesperación. Lo prendí. Aspiré ese contaminado humo que lograba calmarme. Suspiré levemente u me puse de pie. Me acerqué hasta las rejas de la terraza. La gente se veía pequeña y la ciudad ruidosa.- Es tan misterioso todo... ¿verdad? - Me sobresalté ante su profunda voz en mi oído. Me giré a verlo. Estaba tan cerca que sólo con estirarme ya podía besarlo.
- ¿Que... que haces aquí? - Le pregunté nerviosa.
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Demons. [Cameron Dallas, Adaptada]
Fanfiction¿Alguna vez pensaron en venderle su alma al diablo? Yo si. Nunca imagine a lo que eso podría llevarme... Créditos: Angélica Miranda.