La Calle de los perros

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El estafalario nombre de "Callejón de Riales", con que el vulgo motejaba Doña Nicolasa Rojas, se debía a que cuando algún indiscreto aludía a las muchas riquezas que se presumía estaba reuniendo, ella contestaba con voz quejumbrosa: "apenas un cajoncito de riales para mantener a mis animalitos", porque su casa contenía multitud de perros de todos tamaños, razas y colores.

Su oficio era prestamista, y los infelices que caían en sus garras dejaban sus objetos más indispensables a cambio de unas cuantas monedas que no siempre los sacaban de apuros.

Si cumplido el plazo que ella fijaba, no rescataban la prenda se mostraba inexprorable y sacaba en pública subasta los objetos empeñados y así era como por medio de tan inmoral comercio, unos pobres eran despojados y otros obtenían por precios irriosorios, útiles para su persona y hogar.
Su casa estaba situada detrás de la calle de la Estación del Ferrocarril, y era la mejor y más grande de aquel barrio, la ancha puerta tenía un postigo por donde hacía sus "operaciones financieras" a fin de que nadie penetrara a su antro, cosa que nadie deseaba por temor a los perros.

Un mozo del Rastro, le llevaba todos los días la abundante ración, carnes para sus animales.

Todo el mundo la aborrecía igualmente que a su canina familia por el alboroto que armaban por las noches especialmente cuando había luna, los vecinos no podían dormir y un coro de maldiciones se alzaba en su honor.

Se rumoreaba que traficaba con alhajas robadas, pero nadie se atrevía a denunciarla.

En una ocasión, llegaron unos titiriteros a esta ciudad y pusieron su carpa en la "Plazuela de las Carretas", eran tres hombres y dos mujeres con aspecto de gitanos, un negro parecía el jefe. Una semana duró la carpa dando exhibiciones diarias y cosas rara "Doña Cajón", que nunca iba a ninguna parte asistía todas las noches a las funciones, a la salida el negro la acompañaba hasta su casa.

La última noche hasta la vieron cenar con los "artistas", en un fonducho cerca de la carpa.

Al día siguiente resultó robado el Santuario de Ntra. Señora del Patrocinio de La Bufa, una imdignación causó en toda la ciudad tan sacrílego atentado, las autoridades tomaron cartas en el asunto, pero nada lograron remediar, se presumía que los malhechores eran gente de fuera, ya que ningún zacatecano se hubiera atrevido a despojar a su reina de los objetos que ellos mismos le regalaban anualmente.

Pocos días después, hubo cambio de personal en el rastro y el nuevo mozo no supo de la obligación de llevar la carne de la casa de doña Cajón, por las noches los aullidos de los perros se hacían insoportables hasta que los vecinos alarmados por aquella espantosa jauría se vieron obligados a quejarse a las autoridades ya que ni de día ni de noche cesaban los ladridos.

El espectáculo que presenciaron los curiosos que acompañaron a los policías fue horrible; en un inmundo cuartucho yacía doña Cajón cual otra Jezabel, devorada por los perros.

En un gran armario fuertemente defendido había multitud de joyas y entre ellas las robadas a la Virgen del Patrocinio, igualmente que sus vestiduras.

Todo mundo atribuyó a justo castigo del cielo la muerte horrible de la prestamista.

Desde entonces la calle se denomina "Calle de los Perros"

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Holi, como pueden ver, esta es una leyenda de mi país y de mi ciudad. (Zacatecas, México)

Esa calle realmente existe (obviamente) junto con la casa de Doña Cajón y por esa razón me gustó mucho esta leyenda característica de mi ciudad y quise compartirla por aquí, y bueno espero que les guste ;)

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