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-Lo siento.


Los ojos de aquella chica, su chica, estaban inundados a lágrimas, pero él podía ver la decisión a través de ellos. Esta vez era de verdad y era incapaz de creer que apenas veinticuatro horas atrás ella había estado entre sus brazos, en uno de sus mejores momentos. O eso pensaba. Su mundo se estaba desmoronando, debido a que su mundo era ella. Era ella y todo lo que habían descubierto juntos, todo lo que le había enseñado, era ella y cada una de sus expresiones, ella y cada una de sus palabras. Ella.


-Pero.. ¿Por... Porqué? Perdóname por lo que sea que haya hecho, de verdad, pero no soy capaz de vivir sin ti y lo sabes, y puedo hacer lo que quieras sólo te pido que te quedes, y...


Ella lo hizo callar con un dedo y sonrió melancólicamente. Sus ojos centellearon en la oscuridad y el frío de la noche que, juntado con las lágrimas y el gorro que le caía por el pelo, hacía que él se cuestionara su cordura. "Todo lo bueno se acaba" fue lo único que se le ocurrió pensar. Aún no podía concienciarse de que sí, de que realmente aquello se estaba acabando, mas aún así, su mente le jugaba malas pasadas. Como para hacer que aquel agujero en el pecho que empezaba a crecer en su interior se expandiera aún más.


-Ése ha sido un gesto propio de una telenovela - incluso en ésos momentos se atrevía a sacar apuntes estúpidamente curiosos. Le volvía loco, en todos los sentidos de la palabra.

-Mi pateticismo sí es digno de una telenovela. Pero no me importa. Necesito que te quedes aquí, conmigo. Te necesito a ti. Por favor... Por favor, no me dejes. - se abrió. Los dos sabían que acababa de derribar todas sus defensas, aunque ése era el efecto que ella había ejercido en él desde el principio.


Plantada frente a él y con las manos escondidas en las mangas de su abrigo, se limitó a mirarlo a los ojos una vez más. Quedaba reflejado que nunca había dejado de quererlo. Porque nunca había dejado de quererlo, ¿No? Entonces, ¿Porqué se estaba yendo de su lado? ¿Porqué ahora, de la nada, decidía marcharse? No podía entenderlo. Había muchas cosas que jamás podría entender, pero tenía claro que si de verdad era definitiva, ésta sería la incógnita que nunca lo abandonaría durante el resto de su vida. La chica comenzó a andar con pasos de plomo en la dirección contraria a él, quien escuchaba los sollozos ahogados por sus dos pequeñas manos alrededor de su cara. Sin embargo, con valentía, ella seguía alejándose.


-No te vayas. Te quiero. - fue lo único que se le ocurrió decir. Puede que fueran las dos frases más recurrentes que puedan existir en una relación, pero también era lo único que su cabeza repetía una y otra vez como un tambor en su interior. No puede irse. La quiero.

-Yo también, créeme. Pero no puedo seguir aquí - se paró, y giró ligeramente la cabeza, lo justo para que a pesar del flequillo aplastado y los metros que los separaban, él viera otro destello de sus tristes ojos. "Se supone que en una ruptura alguno de los dos es quien quiere dejar la relación. Pero aquí estamos, rotos los dos, y yo más confundido que nunca por su decisión.


Los sollozos se hicieron cada vez más fuertes y ella salió corriendo, quizás para asegurarse de no tener la debilidad de volver y abrazar a aquel chico con ojos repletos de desesperación e incredulidad fijos en su ser. Él se sentó en mitad de aquel callejón oscuro, que ahora le parecía aún más tenebroso que al llegar, como si la luz que su chica traía se hubiese marchado. "Y así es - se arriesgó a pensar, aún a costa de la poca estabilidad mental que le quedaba -. Yo soy este callejón. Oscuro y sin esperanza. Ella, ella era mi luz. ¿Qué soy yo sin ella?"


Recordó cada una de las facciones de su cara, la manera en que sus ojos se iluminaban al verlo, cómo sus manos encajaban perfectamente por muy típico que sonara ésto. La manera en que hacía que todo fuese divertido y sus tonterías fuera de tono. Pero sobretodo, cada centímetro de los adorables hoyuelos que se le formaban al reír de verdad, con ganas, cosa que sólo hacía con quien confiaba de verdad. Él se había jactado de ser una de ésas afortunadas personas, de saber exactamente cómo era su risa. Nunca encontraría una manera de describirla.

Pero por desgracia, no volvería a oírla clara y sincera como en otros tiempos, tan cercanos en la línea temporal y sin embargo ahora tan lejanos en su cabeza. Los últimos sonidos que había escuchado que aquel hermoso ser había emitido eran tristes, desesperados, y le abrían aún más la herida ya incurable que suponía el ir aceptando que sí, que a partir de ahora ella no formaría parte de su vida.

MelifluoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora