III

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   Interminables recuerdos inundaban mi mente. Sentía cómo mi corazón palpitaba rápidamente, y cómo lentamente se aplastaba por mi pecho, lleno de una horrible sensación de culpa, tristeza, depresión. No podía continuar así porque, aunque la hubiera matado para que se mantuviera a mi lado, la sentía a kilómetros de distancia. 

   Cada noche me arrepentía más de lo sucedido y deseaba poder abrazarla de vuelta. Y ésta noche todo iba a acabar.

   Lentamente me incorporé en mi cama. Hacía horas, días, o tal vez semanas que estaba recostado en el mismo lugar y me dolía todo el cuerpo. Sentía ardor en la espalda, en mi palpitante cabeza y la forma en la que mis hombros llevaban tanto peso que eran obligados a tirarse hacia abajo. Mis párpados pesaban más de lo común, pero en ese momento nada dolía más que mi corazón.

   Mis pies desnudos hicieron contacto con el piso, el cuál estaba helado por las bajas temperaturas, provocando que me corriese un escalofrío desde las puntas de mis dedos hasta la cabeza. Con las pocas fuerzas que me quedaban logré ponerme de pie y caminar a un paso demasiado lento hasta el baño.

   Justo en frente de mí se ubicaba un espejo que mostraba mi horrible reflejo. Tenía el pelo enmarañado y sucio, los ojos completamente rojos e hinchados y, justo debajo de ellos, se extendía un velo oscuro de ojeras que representaban las pocas horas de sueño que había obtenido en este tiempo.

   Abrí la canilla y en tan sólo unos minutos la bañera ya estaba lista para lo siguiente. Me arrimé hasta la orilla de ésta y mis dedos hicieron contacto con el agua. Otro escalofrío aún más fuerte recorrió mi columna vertebral causado por el frío del líquido. 

   Ya dentro de la bañera sólo me quedaba esperar, esperar a congelarme por completo. Al paso de las lentas horas aún más recuerdos inundaron mi mente. Mi vista se comenzó a poner borrosa a causa de las lágrimas. Estaba temblando del frío, del frío que había nacido en mí aquel día. Comencé a sentir cómo el agua se colaba por mis fosas nasales, sus fosas nasales.

   No, ella no estaba ahí, no la estaba matando. Me estaba ahogando, ella me ahogaba. Ahora el agua comenzaba a inundar mis pulmones, y a los suyos también. Frenéticamente moví mi cabeza y la ví, junto a mí, ahogándose y cogelándose. No era posible, no estaba allí, me estaba volviendo loco. Pero aún más recuerdos se hicieron presentes. Mi corazón comenzaba a latir más lento y mis venas hacían correr hielo por mi cuerpo.

    Sus ojos se estaban apagando otra vez. No, no podía verla morir otra vez. Intenté moverme pero todo iba muy rápido y mi cuerpo ya no respondía. Me falta oxígeno, no quiero morir, no viéndola a ella hacerlo también. Muchos escalofríos recorrían mi cuerpo y ella se estaba apagando conmigo. Quería salvarla, pero mi corazón ya no respondía.

   Y fue ahí cuándo todo se congeló, bajo la fría agua en la que ambos nos ahogamos, y en la inmensa penumbra de la habitación, todo se apagó.

DepresiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora