-¿Su profesión?- le pregunté.
Dio un larguísimo suspiro, como si durante todo aquel tiempo hubiera estado conteniendo el aliento, y:
-Pintor- contestó.
Vea usted, jamás habría sospechado yo que un hombrecito vestido con aquel sobretodo negro pudiese ser pintor.
-Pero- dije, ¿pintor de cuadro o de paredes?
-Este, ah, de cuadros- y lanzó una risita nerviosa, como si hubiera confesado una picardía.
Su respuesta no me gustó nada. Un pintor de paredes es un pintor, y éste es un honrado oficio. Pero un pintor de cuadros se piensa que, además de pintor, es artista y, lo que es más grave, se piensa que ha de vivir de su arte. Y usted ya sabe el mucho daño que han causado a las hospederías el arte y los artistas.
Él debió de leer en mi cara, porque no soy persona que disimule sus sentimientos, la poca gracia que me había producido conocer su profesión, pues la risita se le cortó como por ensalmo y se puso más rojo que una grana.
-¿Es usted solo?- continué, a ver si por ese lado le hallaba alguna cosa buena.
-Si, señora.
-Soltero, claro está.
-Si, señora- y otra vez enrojeció.
-¿No tiene parientes?
-No, señora, no.
-¡Cómo! ¿Ni un pariente?
-Oh, no, señora.
-Vamos, vamos, alguna tía vieja, ¿eh?, algún primo lejano, ¿no es cierto?
-No, no, nadie. Estoy -se miró las uñas- estoy solo en el mundo.
Y otra vez puso cara de sufrimiento. Vamos, saberlo solo en el mundo algo mitigaba el mal efecto que me había causado su malhadada profesión. Y él debió de comprenderlo así, porque se puso a negar que tenía familia, amigos, hasta simple conocidos, con tanta vehemencia, como si negase hanerme robado la cartera o asesinado a mis hijas. El pobre, evidentemente, deseaba conquistarme mi simpatía, y una dueña de casa de huéspedes tenía en aquellos tiempos tan pocas ocasiones de sentirse objeto de ninguna conquista, que su actitud me conmovió.
-Y dígame una cosa - le pregunté, para tirarle un poquito de la lengua-, ¿por qué dejó la otra hospedería?
Abrió tamaños ojos.
-¿Cuál otra?
-Hombre, la hospedería donde ha estado usted viviendo hasta ahora.
-¡Oh, no!- y meneó la cabeza y pestañeó repetidamente, como una solterona a la que le han preguntado si sale de noche- Jamás he vivido en hospederías.
¡De modo que era primerizo! Tanto mejor. Aunque usted no lo crea, yo prefiero estos primerizos a los otros, a los que se han pasado la vida de pensión en pensión y conocen todas las triquiñuelas y las trampas y las mañas del oficio del huésped, y le juegan a una unos ajedreces, que llámese contento el que les hace tablas. En cambio éstos, los inocentes, los virginales, aunque en los primeros tiempos fastidien un poco con la idea de que siguen viviendo en una casa, son muy fáciles de manejar, y tan educados, tan sin picardía que, como le dije antes, se termina por preferirlos.
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Rosaura a las diez
RandomTodo comenzó con un crimen. O mejor, todo comenzó unos seis meses antes, "aquella mañana en que el cartero trajo un sobre rosa con un detestable perfume a violetas". Los sobres van llegando puntualmente, cada miércoles a la pensión La Madrileña. El...