Hazel.

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Los días pasaban ante ella como un corto.
Todo era una rutina, que aunque la tranquilizaba y la hacía sentir en control, la desgastaba y aburría.
No tenía un sueño, ni siquiera un objetivo, solo estaba ahí, viendo como se le escapaba su juventud por entre los dedos.
Ella no sentía que vivía, bueno, realmente, no sentía.
No desde ese día.
A veces le daban esas ganas incontrolables de salir, de disfrutar, de conquistar el mundo y reír junto miles de personas.
Pero luego venían los recuerdos, la nostalgia y sobretodo, el miedo.
No volvería a arriesgarse, porque ya sabía cómo se sentía caer, y no creía que tuviera las fuerzas necesarias para levantarse otra vez.
Pero vamos, las cosas siempre se saldrán de control, inevitablemente.
Así es la vida, ¿no?
Tal vez ella tenía que perder el miedo y volver a vivir, a arriesgarse.
Y tal vez, no lo haría sola.

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