El ahijado de la muerte.

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Había una vez, en el periodo de tiempo mágico conocido como Edad Media, un hombre que acababa de tener un hijo varón, y como mandaba la tradición quería buscarle un padrino que lo ahijara, pero nadie quería, pues decían que el niño estaba maldito. En efecto el hijo de aquel hombre había venido al mundo de una forma extraordinaria, al nacer, su madre había fallecido. El hombre estaba desesperado y justo cuando iba a volver a casa escuchó una voz que lo llamaba.

-Yo lo apadrinaré y lo guiaré en su camino por la vida.

El hombre se giró y vio a una hermosa joven de piel blanca, vestida en una túnica ligera de seda tan negra como su pelo y sus ojos.

-¿Quién eres tú?-dijo el hombre.

-Soy la muerte, pero no temas, no vengo a llevarte, ni a tí ni a tu hijo.

-¿Por qué debería dejarte amadrinarlo?

-Te prometo que le enseñaré en la vida y le convertiré en un gran médico, conocido por todo el mundo.

El hombre aceptó y volvió a su casa contento por la promesa de la jóven. EL niño creció fuerte y sano, y en un momento de su vida recibió la visita de su madrina.

-Hola pequeño, has crecido, eres más fuerte que antes, ya eres casi un hombretón.-dijo sonriendo.

El niño, que ya conocía a la muerte por la descripción que su padre le dio de ella la reconoció al instante y la saludó.

-Hola madrina, lo siento, pero ún soy un niño, y muy débil.

-Para la tarea que te voy a encomendar no necesitas fuerza, sólo tener buenos ojos.

-¿Qué tarea es esa pues?

-Serás un curandero, ten este saquito.

El niño abrió el pequeño saco y vió que contenía hierbas aromáticas.

-¿Cómo curaré a la gente con esto?

-Es muy sencillo, mi niño, cuando atiendas a un paciente pídele a alguien que lo tienda sobre una cama, y si yo estoy a su derecha, esparce las hierbas sobre él, si estoy a su izquierda di que no tiene solución, y yo haré mi trabajo.

El jóven entendió a la muerte, y tras despedirla le dijo a su padre que iba a recorrer el mundo ayudando a la gente. Curó a toda clase de enfermos, incluso los que habían caído por un gran acantilado, y nunca tuvo que dejar morir a un paciente, hasta que tras tres años de viaje tuvo que atender a un hombre. El señor tenía fiebre, cuando fue a curarlo vio que la muerte se encontraba a la izquierda del paciente, pero el jóven se negó a dejarlo morir y le puso las hierbas encima, y como en los otros casos el paciente se curó. Al salir de casa del enfermo la muerte se puso delante de él con una expresión seria.

-Ese hombre debería estar muerto.

-Sólo tenía fiebre, no costaba mucho sanarlo.

-No vuelvas a hacerlo, nunca.

Pasaron los años y el médico creció hasta ser un hombre, su fama recorrió todo el mundo conocido, y lo llamaban reyes y duques, en tantos años sólo dos pacientes se le murieron, y un día le llegó un mensajero.

-Mi señor, por favor curad a la prinesa de este reino, está muy enferma y no se recupera.

El médico aceptó, y fue al castillo, ahí estaba la princesa, tendida en una cama, era una jóven hermosa y el pobre médico se enamoró de ella nada más verla, estaba roja de fiebre, le costaba respirar y parecía estar sumida en un sueño sin fin. Buscó a la muerte por toda la sala, y como temía estaba a la izquierda de la pobre princesa. El curandero estaba desesperado por ayudar a la joven, y en un momento de lucidez dijo a los criados entre susurros.

-Dadle la vuelta a la cama.

Así lo hicieron, de modo que la muerte quedó a la derecha de la princesa, entonces le aplicó las hierbas y la jóven abrió los ojos. EL médico estaba feliz, y se atrevió a pedirle a la recién despertada princesa su mano, la jóven, en gratitud, aceptó al instante, pero el jóven vio cómo todo se sumía en la oscuridad. Cuando analizó dónde estaba vio que se encontraba en un cuarto oscuro y con muchas velas, millones de velas, la muerte, que estaba enfrente de él, lo miraba.

-¿Ves todas las velas?

El hombre asintió.

-Son vidas humanas, las hay más cortas y más largas según el tiempo de vida de cada hombre, cuando una vida va a acabar debe acabar, entonces yo recojo ese alma, tú sólo ayudas a la gente que aún puede vivir más tiempo, no debes alargar las vidas, como has hecho justo ahora.

El hombre, aunque atemorizado, le preguntó una cosa.

-¿Y cuál es mi vela?

La muerte se movió a un lado, y tras ella apareció una vela, muy brillante, pero casi consumida, ya parpadeaba. El hombre, que sabía qué pasaría si se apagaba, le dijo a la muerte:

-¿Podría pasar esa llama a otra vela?

La muerte no dijo nada, pero el hombre creyó interpretar una afirmación, así que cogió su casi acabada vida y se acercó a una vela nueva, pero un poco de cera caliente le cayó en la mano, haciendo que se sobresaltase, tirando la vela al suelo y apagándola, y junto a ella, su vida también acabó.


Relatos de la muerte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora