Parte 1 Sin Título

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¿Nunca han sentido la curiosidad de probar algo que oyeron, vieron o leyeron recientemente por ahí, en algún lugar sólo por curiosidad?, ¿sí? Bueno, la siguiente historia te hará dudar si hacerlo o no, lo sé, es mi historia.

Todo comenzó aquel jueves en la mañana, bajé de mi habitación al comedor, me senté a devorar mi desayuno, tenía mucha hambre, nuestro comedor era circular y sólo nos hallábamos sentados mi padre, mi hermano menor, Gabriel y yo. Mi madre se encontraba de pie frente a la televisión.

—¡Amanda, ven!, tú comida se enfría— le dijo mi padre a mamá que minutos después de esto apagó el televisor.

—Cálmate, hombre, ¿no ves que estaba informándome del último secuestro?— dice mientras toma asiento y empieza a probar bocado.

—¿Otro niño secuestrado?— pregunta papá.

—Sí, ocurrió anoche, mientras la niña paseaba a su perro- respondió mamá de manera como si nos quisiera asustar a mi hermano y a mí —Robert, no creo que sea prudente dejar a los niños ir solos a clases hoy. ¡Llevémoslos!

Mi hermano y yo dejamos de tragar como puercos y nos miramos fijamente, sabíamos que si nuestros padres nos acompañaban sería el fin de nuestra vida social en la escuela.

—¡¿Qué?!, ¡mamá!, ya estoy muy grande para que me lleves a clases, además, vivimos a 5 cuadras de la escuela— dijo Gabriel con un tono de fastidio.

—Nada de nada, jovencito, apenas tienes 10 años, aun te puedo cuidar como yo quiera— le sermonea mamá mientras yo devoro mi cereal.

—¿Cuándo me darás más libertad?— le pregunta Gabriel.

—Cuando te coma un gato gigante- responde nuestra madre con sarcasmo —a ver, contéstame tú, ¿por qué ayudas a Miguel en ocultar a su novia?

—¡Mamá!, no digas tonterías, no tengo nada —termino de contestar ante mi vergüenza. Al voltearme y ver a mi hermano este tiene la mirada perdida en la ventana, como si estuviera incomodo por lo que le dijo mamá.

—¿Por qué no?, eres al chico de 12 años más guapo de todo el mundo— comentó mamá.

—Sí, mamá, como digas —contesto yo y me voy a buscar mi morral, Gabo no cambia de expresión y eso me preocupa.

Más tarde en esa mañana, luego de que papá y mamá nos escoltaran hasta la escuela, me acerco a Gabo y le pregunto: oye, Gabo, ¿qué te pasa?, ¿qué tienes?

—Hermano... —contestó Gabo débilmente, como si el sólo hablar le costara —Hermano, no aguanto más, día y noche, esté donde esté, me siento observado, perseguido, hasta siento su presencia tan cerca. Me alcanzará, lo sé, sé que lo hará —en ese momento la mirada de mi hermano estaba ida, como si no fuese a mí a quien estuviera contestando, como si estuviese hablando consigo mismo. Luego de esto, volteó y me miró —Sólo tienes que verlo, siempre está ahí, siempre.

Se hizo el silencio, sus ojos estaban fijos en mí, indagando, desesperados, como si esperaran de mí una aprobación, tan si quiera un gesto de entendimiento. El silencio que nos rodeaba era inquietante, de un momento a otro no escuchaba a la gente hablar a nuestro alrededor, los autos dejaron de sonar, el reino del sonido se va, y tras él queda aquella oscuridad asfixiante que me engulle. Tengo que hablar, dar mi respuesta para poder librarme de esas manos silenciosas que me aprietan el cuello. ¡No!, no puede ser, mis labios no responden, no logro hacer que mi boca emita mi veredicto. Mi hermano no deja de verme de manera tan fija, de vivir en la edad media lo hubiese acusado de echarme mal de ojo.

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