Salió caminando a las prisas con sus dos amigas, la falda gris del uniforme y la playera blanca no restaban en nada lo hermosa que siempre la veía Pedro. No importaba qué tan lejos estuviera, sus rizos negros sobresalían en cualquier multitud, y él la miraba, sólo la miraba. No sabía cómo se llamaba, sólo que estaba en el salón de enseguida y que también estaba a punto de graduarse.
La primera vez que la vio, se paró de repente, se quedó en medio de la acera, sin importarle los empujones que recibía por parte de los que, tristemente, no habían tenido la suerte de ver a una chica tan hermosa. Se quedó hecho una estatua, la chica de los rizos, como él en su mente la bautizó, notó su mirada poco después de unos minutos. Frunció el ceño, y entró al colegio.
A partir de entonces, Pedro había iniciado una persecución silenciosa. Siempre estaba solo, así que no era un problema para él justificar con nadie por qué estaba en diferentes lugares en tan poco tiempo. A veces estaba sentado en una de las escaleras del colegio, viendo el patio donde, sentada en el pasto, estaba esa chica que, algún día, decía, sería su novia. A veces lo veían en los campos de voleibol. Pedro no jugaba nada, y los profesores lo sabían. Así que, cuando lo encontraban ahí, no evitaban preguntarle : «¿Y tú, ¿qué haces aquí?», Pedro sólo movía la cabeza en señal de negación.
Un día, un día que Pedro aún no olvida, salió decepcionado del colegio. Su profesor de matemáticas le había llamado la atención frente a toda la clase, no pudo ver a la chica de los rizos en todo el día y, para colmo, se había resbalado, para fiesta de todos, en medio de la cafetería. Se sentía miserable, derrotado. Así que, cuando el reloj dio la 1:30, tomó su mochila y salió deseando que el mundo acabara en ese momento. Al cruzar la puerta de salida, una chica que veníancorriendo, lo empujó y lo hizo caer de nuevo. La chica tenía el cabello negro, rizado, Pedro sintió que renacía lentamente. Estaba intentando levantarse, pero entonces pasó otra gritando más fuerte: «¡Cristiana! ¡Cristiana! ¡Espera, tonta, ni creas que te libras de mí!», las dos chicas se reunieron en medio de un estruendo de carcajadas.
Pedro se quedó quieto, viendo alejarse a esa estrella que cada vez sentía más cerca de él. El maestro de matemáticas desapareció de su mente y el resbalón en la catefería dejó de tener total importancia. Lo único que importaba era ella, ella: Cristiana. Desde ese día le pareció el nombre más bonito que había escuchado. No lo relacionaba con ninguna religión, con ninguna santidad. Cristiana, la única Cristiana del mundo era ella, la chica de los rizos, su amor de siempre, su amor eterno.
Dejó escapar una sonrisa, recogió su mochila, y, como si el saber su nombre le diera algún tipo de poder que el no conocía, se fue a casa sientiéndose el chico más afortunado de todo el mundo.
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Cristiana
Short Story"Hay una chica de cabello negro rizado, con una risa escandalosa y unos ojos cafés más bellos que jamás haya visto antes", así describió Pedro a su mejor amigo Mateo a la chica con la que iba a soñar por mucho tiempo. El nombre de la chica es Cristi...