Ojalá que te parta un rayo

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Al día siguiente, Pedro llegó al colegio con esa sonrisa que sólo le conocía el espejo, se extrema delgadez quedaba opacada por esa actitud triunfante con la que acompañaba sus pasos, una o dos chicas voltearon a verlo entre sorprendidas y admiradas, pero Pedro no se dio cuenta. Su mente estaba demasiado ocupada en otras cosas, en cierta de ojos cafés, con cabello rizado y una risa escandalosa.

Durante todo el día anduvo vagando para verla, pero nunca lo logró, parecía que se le escondía a propósito. Pedro no se explicaba por qué, ahora conocía su nombre, todo debería ser más facil, ¿no? No lo fue. La pesadez de las asignaturas, las explicaciones de los profesores y hasta el ruido del viento estaban a punto de hacerle estallar. Pedro salió renegando, pateando cosas que se le ponía en frente, empujando a alumnos. Y, casi en la salida, ahí estaba. Tan relajada como siempre, presumiendo con su sonrisa lo perfecto que era su mundo. Tan bella como siempre. 


Pedro, molesto por no haberla visto en toda la mañana, y como si eso fuera su culpa, se acercó a ella para decirle algo, no sabía qué, en medio de tanto enojo, ni siquiera se daba cuenta de que el miedo no lo había paralizado ni lo había hecho retroceder. «¡Hey!», le dijo, como si fuera lo bastante educado o lo bastante amable o lo bastante inteligente. Cristiana no respondió, le dijo algo a sus amigas, y se prepararon para irse. Pedro se dio cuenta de que sí escuchó, que lo ignoró. Todas esas emociones le hicieron decir algo que nunca, jamás hubiera pensado:  

—Ojalá que te parta un rayo.

Cristiana se detuvo de inmediato y volteó a ver a Pedro, si sus ojos hubieran sido balas, ahí mismo habrían acabado con él.

  —¿Perdón?

— Sí, ojalá que te parta un rayo.

— Eres un idiota.

— Y tú una sangrona.

— Vete al infierno.

— Y tú regrésate, que seguro de allá saliste, ¡jugadorsillo de ajedrez de quinta!  


Y se fue. Pedro se quedó congelado. Más tarde se familiarizaría con esa sensación. No podía creer que lo que había pasado. Lo más impactante no era que él la había insultado ni que ella lo había insultado a él, sino que Cristiana, la chica más hermosa del colegio, sabía que jugaba ajedrez, lo había visto, lo había identificado, lo reconocía. Pedro se fue a casa como si hubiera recibido un beso.

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⏰ Última actualización: Feb 23, 2016 ⏰

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