El foco tintineaba en la habitación, eso anunciaba que la luz se iría en cualquier momento. Busqué mi celular entre los papeles regados que tenía en el escritorio, cuando lo encontré miré si la batería alcanzaría para sobrevivir al menos hasta la mañana siguiente por si nos quedábamos sin electricidad.
Sesenta y seis por ciento. Era más que suficiente.
Y como lo esperé, la luz se fue dejando que la oscuridad inundara toda la habitación, pero pronto fue iluminada de nuevo por la serie de relámpagos que caían lentamente del cielo, me preparé para escuchar los truenos que vendrían después tapándome los oídos con las manos.
Encendí la linterna del celular para iluminar a mi alrededor, aún no terminaba de alistarme para las clases del siguiente día, el cuaderno que contenía el resto de mis apuntes no recordaba a dónde haberlo dejado.
Continué buscando en los cajones que tenía el escritorio, me topé solo con libros, plumones, clips y demás artículos de papelería, al no encontrar nada ahí, me dirigí hacia la cama, la base de madera contenía dos cajones laterales los cuales también los utilizaba como almacenamiento; el primer cajón solo contenía álbumes de fotos y unas cuantas fotografías sueltas, eran de toda la familia pero especialmente mías y de mi madre, me ensimismé por unos segundos en todas esas fotos hasta que escuché tres golpecitos en la puerta.
—Adelante —dije cerrando el cajón de golpe.
La puerta se abrió y tuve que apuntar la linterna hacia la puerta para ver de quién se trataba. Era Ernest, con el cabello y la ropa completamente empapada.
—No entres, quédate ahí —le hice una señal de stop con la mano— vas a mojar todo el piso —él me ignoró por completo entrando a la habitación.
—Uy, lo siento, ya entré —se sacudió la cabeza y pequeñas gotitas cayeron sobre las cosas que se encontraban cerca de él, se rio cuál niño travieso— ¿Qué haces ahí? —preguntó al verme hincada en el suelo.
—Estoy buscando algunos apuntes —arrastré mis rodillas unos centímetros hacia la derecha para acercarme al segundo cajón y revisarlo— estoy ocupada ¿qué necesitas?
Saqué el cuaderno que había estado buscando y la aventé a la cama. Me puse de pie y sacudí mis rodillas.
—Escuché que hay gente nueva en el instituto —dijo despacio.
—Ajá
—¿Ya los conoces? —me volví hacia él para ver su expresión y entender a dónde quería llegar preguntándome eso, pero solo vi su mirada curiosa.
—No realmente.
—¿Qué significa eso?
Tomé el cuaderno de la cama, una de las pastas estaba toda arrugada debido a la fragilidad del cartón que la cubría, era de las alumnas más responsables, pero no la que mejor cuidaba sus cosas.
—¿Por qué quieres saber de ellos?
Su rostro se volvió pensativo, guardó silencio durante cinco segundos.
—No son realmente nuevos en la zona —respondió finalmente y lo miré queriendo saber más— se fueron hace unos años y han regresado, pero la cuestión es que no se fueron por voluntad propia, los echaron de aquí.
—¿Los echaron de aquí? ¿Cómo? ¿Por qué? —mis preguntas salieron tan rápido como balas.
—Eso no lo sé, pero, es lo que dicen.
—¿Dicen quienes? —Ernest se sorprendió por el nivel de interés que tenía.
—La gente —fruncí el ceño— o bueno, el padre de Leo le dijo que hace unos años estuvieron aquí e hicieron cosas que atemorizaron a la gente y terminaron siendo echados del pueblo.
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Guardián
Fantasy-Volví al infierno solo por ti -susurró mientras me acurrucaba en su pecho -Y yo tuve que pelear con un par de demonios para que salieras de ahí -Entonces me parece justo que, nos quedemos aquí, juntos. No más infiernos y ningún otro demonio -levant...