Capitulo 3: Destrucción

114 8 5
                                    

"Algunas veces, ellos dicen que debería sentirse algo como fuego. Hasta que te consume."
-Fire, Sleeping with sirens.

La soledad, nos lleva a confundir cualquier sentimiento ligeramente bueno, con cariño o amor, cuando no va mas allá de la necesidad. Somos propensos a entregar nuestro roto ser, con tal de pasar tiempo, o recibir lo que queremos de alguien que ha llegado en el peor momento.
Con el pasar de los días llegue a la conclusión de que el dolor nunca desaparece. Solo se esconde mientras la vida te da una razón para ser feliz, para tener esperanza una vez mas, pero el dolor esta ahí, asechando, esperando el momento en el que algo, o tu mismo destruya todo lo que se habia conseguido. Es mas fuerte, mas nocivo, mas destructivo, y no solamente por que lo que halla pasado sea asi. Si no por que la vida feliz a la que nos habiamos acostumbrado era maravillosa, olvidamos esa presión en el pecho que hacia tan facil ver todo de una manera positiva.
El ciclo se repite, una y otra vez hasta que te acostumbras a el, o por lo menos el golpe es mas suave. Esto es lo que llamábamos temporadas.

La muerte de James, fue el inicio de mi mas larga y profunda temporada de dolor, y no solo por el largo tiempo que su maravilloso ser había estado en mi vida, también por haber perdido a la única persona que realmente tenia a mi lado. Poco a poco, sentía como me llenaba, como corroía la paz que había construido, y me note lo mucho que necesitaba la presencia de aquel chico.

Los días se volvían mas largos, mas difíciles de sobre llevar, mentiría si dijera que no perdí el control de mi vida, que no me hundí en una depresión, de la cual sentía, solo el me podía sacar.
Siempre fui de esas personas que intentaban ser fuertes a pesar de las adversidades, pero termine siendo fría, débil y frágil.
Mi vida, era como un bloque de hielo en medio de la blanca e inquietante inmensidad del invierno a la espera de un rayo de sol que lo calentara todo. Pero solo pasaba el tiempo, y aquella nieve se derretía dejando me a la deriva entre un mar de dolor, ansiedad y tristeza. Y al no encontrar aquel salvavidas, solo me hundí, poco a poco, sin encontrar fin.

Mi vida... bueno, nunca fue un cuento de hadas ni mucho menos. Crecí sola, en una familia destruida por la rabia y las peleas, en la cual nunca sentí amor, ni cariño (aparte de mi amada abuela) mi puesto ahí, era el de la esponja. Debía absorber y aceptar las palabras hirientes de mi madre, las cuales hasta el día de hoy, no he entendido y mucho menos perdonado.
Las cosas solo empeoraron, con el pasar de los años había dado todo de mi, siempre intentando hacerla sentir orgullosa, escucharla decir: "Muy bien hija, eres todo lo que podía esperar y mas, te amo". Pero nada había ocurrido, y mucho menos había pronunciado aquellas palabras. Mi madre era una mujer fría, sin un aparente sentido de la maternidad, la cual descargaba su frustración y estrés con nosotros. Y con el paso del tiempo, en mis primeros años de adolecencia abrí los ojos, y adquirí la memoria nostálgica, la cruel visión del mundo que tanto me ha caracterizado en la vida, esto trajo a mi vida vacío, dolor, soledad, inteligencia, crueldad y sobre todo... cicatrices.
No de aquellas que desaparecen con el paso del tiempo, si no cicatrices marcadas en el corazón, en la memoria, en el alma. Y aquellos gritos de ayuda que marcaban mis brazos y posteriormente mis piernas, suplicas que nadie podía ver, pero que surgieron bajo la mejor mentira de felicidad, incluso a mi, me sorprendió la liberación que sentí cuando esa hoja resbalaba por mis brazos. Cada día mas, cada semana mas en ese mundo de auto destrucción, odio y asco infinito, que enterraba a aquella niña divertida y sonriente que había sido en mis años dorados. No me reconocía, solo era un recipiente vacío con un bello diseño que empezaba a corroer se con el tiempo. Así seguí, durante años en los cuales la simple acción de respirar presionaba mi pecho, el despertarme cada mañana era una tortura, y el placer que producía lacerar mis brazos se acaba, hasta volverlo un acto rutinario, que no causaba ni siquiera dolor, solo adormecimiento por todas las heridas de una sola noche.

Creía haber salido de eso, pues en dos años, solo recuerdo haberlo hecho unas pocas veces. Pero seguía sin conocerme a mi misma, y creía tener valentía, que se reducio a ilusión, y en menos tiempo del que alguna vez pensé, volví a tocar fondo de la misma manera que años atrás.
Había perdido aquel salvavidas que me mantenía a frote, me di cuenta de lo frágil que era mi vida y lo mucho que dependía de alguien, lo cual, para mi yo anterior, seria toda una decepción.
No habría apreciado antes lo feliz que el me hacia, como llenaba cada centímetro de mi ser, como a pesar de estar jodido hacia lo posible por verme bien, y yo hacia lo mismo por el, el dependía de mi, y yo de el, llevábamos una vida simbiótica, en la que esperábamos nunca tener que dejar a otro.
Lamentablemente nunca fui lo mismo para el, no pude detener su dolor, y hacerlo quedarse a mi lado, donde sin importar que yo estuviera muriendo el estaría bien, me encargaría de ello. Pero lo deje ir, y no hay algo de lo que me arrepienta mas, que de eso.

Hojas De OtoñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora