Capítulo 1: Ella

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Ya van dos semanas, catorce días y trescientas treinta y seis horas desde la primera vez que la vi. Desde entonces la he visto cada día a la misma hora y en el mismo lugar. No sé quién es, ni de dónde ha salido. Pero una cosa la tengo clara: Ella es diferente.

Soy guía turístico en prácticas y acabo mi jornada a las seis de la tarde en la plaza que hay bajo La antigua ciudad de Magyc, un pequeño pueblo de Arribós que está formado por tres lugares principales: La antigua ciudad, La plaza y La antigua biblioteca.

La plaza Es una plaza con un gran jardín y algún que otro árbol en los laterales. En el centro hay una pequeña fuente de color bronce, pero está algo oxidada, rodeada de bancos que siempre están ocupados por parejas cursis como las de las películas americanas. En los laterales del parque también está lleno de bancos en los que se suelen sentar los abuelitos cuando salen de paseo. Sólo hay cuatro bancos alrededor de la fuente de los cuales el único que no está ocupado por parejitas es ese que está más alejado de la gente. Ese siempre está ocupado por esa chica. No he podido evitar no fijarme en ella. Es increíble como las cosas más sencillas o más normales son las que más me suelen llamar la atención. Llevo dos semanas seguidas viéndola tumbada en ese banco con su libro.

Cuando llego al parque al finalizar mi ruta ella ya está allí, tumbada boca arriba en su banco con los brazos extendidos y el libro abierto sobre su cabeza. La última semana, en acabar mi ruta me siento en el banco que hay justo delante de ella en los laterales del parque y la observo. Cuando la miro veo su preciosa melena castaña clara recogida en una coleta alta que siempre le cae por los lados del banco hasta casi tocar el suelo. Parece una cascada de agua, pero aún más bonita. Sus ojos son azules grisáceos, como una fina capa de nubes que cubre el cielo y se transparenta el azul del día. Tiene la piel clara y su cara es como un día en el que se ven todas las estrellas, y sus labios son como las finas líneas de los pentagramas de una partitura.

Mirarla leyendo es como si mi artista favorito viniese a mi casa y me firmara todo lo que tengo, pero verla a ella es mejor.

Cuando lee partes que le entristecen sus ojos empiezan a brillar y a veces de le caen algunas lágrimas, y hace que a mí también se me caigan algunas. Cuando lee partes que le gustan curva su fina boca hacia arriba y se le marcan unos pómulos preciosos. Y hace que yo sonría también. Es increíble cómo me contagia todas las emociones que siente al leer el libro y la de cantidad de emociones que le provocan un par de páginas unidas en un mismo lugar.

En esta semana que llevo observándola no he sido capaz de acercarme a hablar con ella. Siempre está absorta en sus libros, como si la atrapasen e hiciesen que se olvidara del mundo que le rodea. Y no soy capaz de interrumpirla porque me maravilla la manera en que lee y en que siente. Y cuando se hace tarde y tengo que volver a casa ella aún sigue leyendo en ese banco, su banco.

Hoy es domingo, y los domingos no trabajo, por lo tanto he conseguido convencer a mi familia para ir de picnic al parque. Los he convencido diciéndoles que hacía mucho tiempo que no pasábamos días en familia y que podríamos ir de picnic para recuperar viejas costumbres. Y no han dudado en decir que les parecía perfecto.

Cuando era pequeño solíamos venir todos los domingos a hacer merendolas y pasábamos la tarde en el parque. Mis padres se sentaban en la manta de picnic que, en realidad, era una toalla de playa de tamaño enorme, mientras miraban como mi hermano pequeño y yo jugábamos al pilla-pilla alrededor de la fuente, y siempre antes de irnos, nuestros padres nos compraban un helado en la heladería y nos lo comíamos de camino a casa, pero por desgracia la heladería cerró y ahora ese puesto está abandonado.

Una Novela de Amor y Sorpresas sin TítuloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora