Capitulo 13.4

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He reservado un comedor privado hace unas horas. Imaginé que la charla con Anastasia no iba a ser fácil y que, en algún momento, íbamos a necesitar de un cambio de escenario para "distendernos".

Le indico que traiga la copa de vino con ella, la tomo del brazo y nos dirigimos hacia allí. Subimos la escalera hasta el entresuelo. Está nerviosa, titubeante y excitada. Observa todo, como si necesitara recordar el camino por si tuviera que irse escapando como la Cenicienta.

Llegamos a nuestra sala. Hay solo una mesa, solo nosotros dos, tal como lo necesitamos. Pareciera que está sacando fotos con la mirada, que la impacta el lugar, los objetos, el trato que recibe de los camareros. Pero, pese a que está maravillada, no deja de sentir esa desconfianza molesta que intentaré erradicar lo antes posible.

Nos sentamos, uno frente a otro. Y hace su gesto, ese gesto que me pierde.

—No te muerdas el labio le pido.

Hace una cara como diciendo "no lo hago a propósito". Y lo sé. Es su subconsciente el que quiere seducirme, mientras su parte consciente lucha, a la defensiva.

—Ya he pedido la comida. Espero que no te importe.

—No, está bien —responde.

Es una buena respuesta para volver a comenzar esta reunión que se había vuelto un tanto insoportable.

—Me gusta saber que puedes ser dócil . Bueno, ¿dónde estábamos?

—En el meollo de la cuestión—responde, tal vez, burlándose, aunque a veces me pierdo con su extraño sentido del humor. Decido responder en serio.

—Sí, tus objeciones—le digo.

Y aquí saco mi as de la manga. O, lo que es lo mismo, su mail impreso del bolsillo de la americana.

Recorreré punto por punto. Vamos a ver si se atreve a ser tan valiente estando aquí, los dos presentes.

—Cláusula 2. De acuerdo. Es en beneficio de los dos. Volveré a redactarlo.

Toma un trago de vino. Mira hacia abajo, nerviosa. Los ojos le tiemblan. Pero voy a seguir. Si quiere discutir sus objeciones, pues bien, lo haremos.

Le cuento sobre mi vida sexual. Todas mis compañeras anteriores se hicieron análisis de sangre, y yo me hago pruebas cada seis meses así que no hay nada que temer. Luego, le aclaro, aunque supongo que es innecesario que estoy absolutamente en contra de las drogas. Odio las drogas y sus consecuencias, aunque esto último no lo digo porque sé que podría darse cuenta de que es algo personal y no quiero preguntas. Le cuento que en mi empresa hay prubas aleatorias sorpresas para los empleados.

Pareciera que esto la asombra. Nunca debe haber conocido de cerca las consecuencias que puede traer el uso de drogas.

También le aclaro que no me han hecho transfusiones.

Me sigue en silencio. Asiente sin objeciones, parece que su valentía solo aparece cuando está sola frente al ordenador. Ahora algo clave:

—El siguiente punto ya lo he comentado antes. Puedes dejarlo en cualquier momento, Anastasia. No voy a detenerte. Pero si te vas... se acabó. Que lo sepas.

—De acuerdo —me responde con una voz que apenas puede oírse. Algo le preocupa de lo que dije, me lo dicen sus ojitos tristes.

Llegan las ostras. Espero que le gusten. Me confiesa que nunca las ha probado. No me resulta extraño. Las he pedido porque quiero que pruebe cosas nuevas y también para darme el placer de explicarle cómo comerlas.

—. Lo único que tienes que hacer es metértelas en la boca y tragártelas. Creo que lo conseguirás.

Enseguida se pone roja. La avergüenza el doble sentido que pudo percibir en mi comentario. Me hace reír y no lo disimulo.

BAJO LA PIEL DE GREYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora