[Ezio's family]
Era el año 2016, la ciudad se veía rodeada por nubes grises que amenazaban lluvia, que nunca llegaba o lo hacía muy tímidamente. Un mes de enero frío, pero demasiado seco para la época del año.
Era una ciudad tranquila, de hecho, varios carteles por la ciudad la elogiaban asegurando que era la mejor para vivir. Desde lo alto de la iglesia de San Pedro, acompañando a las palomas, podía verse el conjunto de calles y el enmarañado de gente que caminaba con rapidez hacia sus lugares de trabajo. Niños, adormilados aún, cargaban con enormes mochilas, algunas casi tan grandes como sus portadores. La calma venía de la mano de los ancianos, ajenos a todo este ajetreo, pasaban la mañana sentados en los bancos al sol, aprovechando el astro para entrar algo en calor, charlando unos con otros, seguramente sobre tiempos, si no mejores, que les traían buenos recuerdos.
Siguiendo con el paseo por el aire, se podían ver otros edificios característicos como la Catedral de Nuestra Señora del Prado, la puerta de Toledo o la plaza mayor donde se sitúa el ayuntamiento de la ciudad y una estatua dedicada al fundador de la ciudad, Alfonso X el sabio.
Entre todo el conjunto de calles, bajo un cielo gris repleto de nubes, caminaba un hombre embutido en un abrigo negro abrochado hasta donde la cremallera podía llegar, con la capucha de una sudadera que llevaba debajo del abrigo cubriendo su cabeza y un pasamontañas tapando su cuello y boca. Cualquiera que lo viera pensaría que trataba de protegerse del frío, pero para él el propósito de estas prendas, que no dejaban ver su fisionomía, era más bien el de ocultarse.
La calle peatonal por la que caminaba le llevó a la plaza mayor. Al lado izquierdo, en uno de los extremos de la plaza, se situaba el ayuntamiento y justo enfrente, atravesando la misma, la estatua del antiguo rey. A ambos lados se extendían soportales bajo los edificios, que estaban repletos de bares, tiendas de dulces o de ropa. El hombre giró a la derecha entrando en la plaza y se metió bajo el soportal, apoyándose en la pared de una de las tiendas, en concreto de zapatos, y esperó.
Tras media hora de espera, en la que simulaba que miraba su teléfono móvil y contestaba unos mensajes, consiguió ver un par de chicas que caminaban despacio, envueltas en una conversación, distraídas, riendo. El hombre calculó que tendrían una edad entre los 25 y los 30. Iban vestidas con ropas de invierno para paliar el frío, cuya sensación aumentaba con la brisa que corría bajo los soportales. También se fijó en los grandes bolsos que colgaban del hombro derecho de ambas.
Cuando pasaron por su lado, el hombre dejó de apoyarse en la pared y caminó tras ellas. Seguía mirando su móvil mientras caminaba, disimulando. En realidad las seguía observando, quería asegurarse del comportamiento de las chicas, de su destino, de su grado de atención.
Las chicas se pararon en el escaparate de una tienda de ropa femenina, comentaban unos pantalones. El hombre pasó por su lado, extendió la mano con la que no sostenía el móvil ligeramente, un movimiento casi imperceptible, cualquiera que estuviera cerca habría tenido que prestar bastante atención para saber que estaba pasando. Fue rápido y preciso, las chicas ni se giraron. Finalmente, volvió a meterse la mano en el bolsillo y pasó de largo.Siguió caminando hasta el final de la calle, hacia la plaza del Pilar. Se sentó en uno de los bancos, sacó la mano izquierda de su bolsillo, la misma que había metido en los bolsos de las chicas, y extrajo con ella dos tarjetas de crédito, de dos bancos distintos. Las observó por un momento girándolas, viendo el dorso de estas. Una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro bajo el pasamontañas. Se volvió a meter las tarjetas de crédito en el bolsillo y siguió contemplando a la gente que caminaba en esta nueva plaza, en busca de otra víctima.