Libro de la Resistencia

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Capítulo 8

Laura se colocó el electrodo como, la figura holográfica, le indicaba. Había cambiado todo tanto, y en tan poco tiempo, que aún se sentía confusa. Notó como la corriente entraba en su cerebro y rescataba, de su memoria, las facciones de su marido. Luego, observó como el cristal orgánico comparaba estas con los millones de liberados que habían regresado, o que estaban esperando para regresar, en los muelles del Imperio. Sin embargo, de nuevo, como las otras veces que lo había intentado, el cristal había dado negativo. Desde que el Emperador Sutra, en un impresionante despliegue militar y delante de todas las holocámaras del Universo, capitulara, partiendo su blasón frente a la tumba del "Compañero", erigida en lo que antes había sido el peñón de Gibraltar, más de mil millones de seres humanos habían regresado a casa.

Laura sabía que, en todas partes, se estaba repitiendo lo mismo que sucedía en la tierra y que, incluso, en universos desconocidos, la apertura había sido total. Ella no comprendía lo de una alianza secreta a niveles intercósmicos, eso lo dejaba para la Federación de Planetas, pero lo que sí sabía, junto con todos sus conciudadanos, era que su protector había vencido y que, por fin, llegaba la paz.

Se alegraba por todos los que, gracias a Dios, habían podido volver a reunirse, y se apenada por los que, como sus cuñados, no regresarían jamás. Empero, su caso era diferente, ella no sabía si su marido estaba vivo o muerto, ni si estaba aquí, o a millones de kilómetros de distancia. Su esperanza se caía a pedazos cada vez más grandes, y su dolor se hacía tanto más intenso cada día que pasaba.

Cogió a su hija de la mano y salió del Ministerio de Refugiados junto con otras decenas de personas. El trasiego de gente allí era constante las veinticuatro horas del día. Cruzó la calle en dirección al metro, cuando se sintió observada. Se detuvo a la entrada del suburbano y miró alrededor, pero sin fijarse demasiado en nadie en particular. Su vista completó un ángulo de trescientos sesenta grados hasta que se detuvo en un soldado desaseado, y con ropas desgatadas que, un poco más allá, las miraba fijamente. Entrecerró ligeramente los ojos para concentrar su vista y poder ver su cara con claridad. De improviso, soltó la mano de su hija y se tambaleó ligeramente hacia atrás, enseguida se recompuso y comenzó a correr hasta que saltó sobre la figura y se fundió en un abrazo compulsivo. La pequeña Alexia miraba confundida como su madre cubría de besos al desconocido mientras lloraba desconsolada.

Ella era un bebé cuando él desapareció, sin embargo, papá había regresado.

HISTORIA DE LAS GRANDES GUERRAS. "A - 3° Gran Guerra"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora