Kholat Syakh

El principio del fin

Me hallaba en la biblioteca concentrando en un libro oscuro y mugriento que parecía contener una buena historia cuando apareció Juan, mi compañero de piso.
Juan era un ricachón consentido que dependía del dinero para ser feliz. Pocas cosas le hacían más feliz que ello de hecho...
Una persona realmente patética.
A pesar de no ser un mal chico todo en lo que se concentraba era en divertirse, en gastar y obtener dinero y, por extraño que parezca, en lo paranormal.

-¿Te apetece ir de acampada?- me preguntó de repente.

- ¿Tú eres tonto?-dije sin vacilar- ¿Vienes hasta aquí a joderme la lectura con algo tan estupido? Es obvio que no, no me apetece, gracias.

-Vamos Jason, será divertido. -contestó en tono burlesco.- Te estoy ofreciendo ir al Paso Dyatlov. Ya sabes lo que es eso... ¡Una aventura! -vociferó eufórico.

-Me estás tomando el pelo.-respondo secamente.- No voy a caer en uno de tus caprichos tan fácilmente. Y mucho menos porque no tienes ni idea de acampada, ni alpinismo, ni nada de nada. Joder, si quieres que vaya búscate a un equipo experto en ello y luego vuelve a ofrecérmelo. Quizás entonces decida, milagrosamente, aceptar.

-¿Y si te digo que ya tengo ese equipo?- Respondió en un tono un tanto satírico.- Además ella también viene.

- ¿Ella? A ver, háblame con claridad o no voy ni a plantearme acompañarte.- Respondí un poco enfadado por lo fastidioso que era.- Sí tienes un equipo, vale, ya tienes un punto a favor pero... ¿Y los utensilios y todo el material? No soy rico, sabes.

-Ella es Paula, tu amiga. Y por el material no te preocupes, yo me encargo de todo. Venga, vente. Llevo años preparándolo no me rechaces así...- dijo con tono suave.

- Venga, va. Pero que te quede clara una cosa: si ocurre algo y por casualidad podemos morir, voy a huir. Sin mirar atrás y sin preocuparme por los caídos. ¿Entendido? Así que tendrás que ser cuidadoso con tus decisiones y con lo que haces. No voy a morir por un capricho de los tuyos, que te quede claro.- dije enfadado y serio. No iba a morir por alguien a quien ni siquiera aprecio de verdad. Eso era lógico.

Así pues, empezó una aventura un tanto desagradable.
Juan y yo partimos a buscar a Paula y acto seguido fuimos al aeropuerto con los billetes que el ricachón nos había comprado sin previo aviso. Una vez allí conocí a Vladimir, el ruso experto en alpinismo que se había encargado de comprar suficiente material para los seis. Si, éramos nosotros tres, el ruso y dos mansis. Los mansi eran la tribu que habitaba esos montes y los que ayudaron a encontrar los cadaveres del Paso Dyatlov mucho tiempo atrás, en aquel desafortunado y extraño incidente. Aunque más bien yo lo definiría como masacre.
El caso es que por suerte Paula también era experta en alpinismo y los mansis, eran mucho más útiles que cualquiera de nosotros ya que a parte de conocer el camino conocían mil formas de defendernos, cazar, deducir si habrían tempestades... En sí, eran increíbles. Como nuestros guarda espaldas.
Estuvimos todo el viaje hablando y creando teorías sobre lo que pasó allí pero ninguno estaba contento con lo deducido. Pasamos las horas expectantes por llegar y encontrar respuestas, si es que las había, claro.
Cabía la posibilidad de no regresar y la posibilidad de regresar con las manos vacías, sin respuestas y, por lo cual, enervados y decepcionados del viaje.
Tenía miedo de quedarme solo, sin recursos ni esperanzas en la inmensa blancura. Miedo de lo desconocido, miedo de algún monstruo oculto en la maleza cubierta de nieve, miedo a la hipotermia o a morir por una avalancha. Sin embargo quien no arriesga no puede ni perder ni ganar, así que decidí arriesgarme. Aun teniendo en cuenta que quizás no encontraría nada de lo que buscaba y volviendo tras un enorme fracaso con pintas de gran aventura a la inmensa rutina y, quizás, mi mayor miedo era esa rutina que envolvía mi vida y la decoraba como si de un árbol navideño se tratase.