Pasos de bebé.

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Era el día más caluroso que recuerde jamás, mi padre seguía trabajando y mi madre se encontraba preparando la comida; algún tipo de estofado con papas y de complemento arroz, ella decía que el arroz era bueno, siempre hay que comerlo.

Yo había llegado de la escuela, y estaba sentado en la sala mirando las noticias. Hacía varios días, que los enfrentamientos entre la armada civil y el ejército se habían vuelto muy frecuentes. Después de la unificación de países, muchos de ellos despertaron inconformidades, y como consecuencia las comunidades pobres y las ricas formaron colonias, una armada civil a la que todo el mundo llama Gota Roja, porque todas las zonas en las que lograban controlar y eliminar el gobierno Unificante estaban marcados con una enorme gota de sangre en los cuatro puntos cardinales de cada poblado.

En mi niñez me encontré viviendo la mayoría del tiempo en la capital del país de Xica, donde el poder del gobierno era fuerte y no tenía carencias materiales ni humanas. Mi padre era abogado y mi madre era escritora de un periódico, aunque tenía trabajos propios como novelas y cuentos. Yo era el menor de tres hermanos, y por lo que parecía era el que menos problemas había generado.

Mis dos hermanos mayores eran ya adultos, el más grande se llamaba Erd y la que seguía de él era Gracia. Erd, había estudiado lo mismo que mi padre, pero con el tiempo se vio involucrado con la Gota Roja y comenzó a formar parte de la armada civil, hasta el punto que hace seis años no lo hemos visto ni hemos sabido de él. Gracia había estudiado medicina, en la facultad de la ciudad de Monteverde, y después se casó con un empresario, reconocido por su fuerte apoyo a la Gota Roja, cosa que a mis padres no les gustaba nada.

–La semana que viene iremos a cenar con Gracia y Jorge –me dijo mi mamá–, para que no pienses que podrás escapar este vez. Ve librándote de tarea y ve haciéndote a la idea que vas a ir –Oh sí, no me gustaba ir a casa de Gracia.

Yo amo a mi hermana, y la quiero con cada parte de mi ser, pero su esposo... es alguien con quien es muy difícil hablar, y tiende a ser molesto para mamá, papá y para mí.

–La semana que viene regreso al entrenamiento, no puedo ir –comenté por lo bajo.

–Ya hablaré con tu entrenador, tienes que ir. Jorge va a donar dinero a la caridad, y Gracia está organizando esta cena como festejo, no pienses que no puedo llevarte por la fuerza –y era verdad.

–Bien, yo hablaré con el entrenador. Pero, no tardaremos ¿verdad? Sabes que no me gusta ir...

–Ese es el plan, vamos, saludamos, comemos y nos regresamos. Simple, ¿no? –Me sonrió desde la cocina–. Ahora, ven, tu padre va a llegar tarde hoy, así que solo comeremos tú y yo.

Los momentos con mi mamá siempre fueron bonitos. Podíamos hablar de nada y estar a gusto, mirando la televisión o leyendo, y cuando platicábamos resultaba fascinante todo lo que podía contarme y lo hermosamente fácil que se le hacía articular palabras. A la edad de doce años, mi madre ya era y seguirá siendo la única mujer que podría amar de verdad.

–¿Qué piensas hacer mañana, Nabor? Necesito ir al centro de Monteverde para hablar con mi editorial.

–Nada en realidad, ¿quieres que vaya contigo?

–Sí, y pasamos a al parque a dar la vuelta ¿te parece?

–Claro, mamá.

Y así transcurrió el día, hasta la noche. Mi padre siempre tendía a llegar en la noche por los casos que tenía que atender. Cuando bajó del auto, sacó una pierna y comenzó a sobar su rodilla con fuerza, y después de varias veces se levantó y empezó a caminar hacia la casa. Traía su saco en el brazo y su maletín en la otra mano, parecía cansado... quizá no fue un buen día.

De mi lado de la mira.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora