Sí sé que el amor no es siempre de un color bonito, también que sin querer se nos escapan algunas personas y sentimientos demasiado grandes que resultan inabarcables. Es sólo que —y sabiendo que la soledad es una consecuencia inminente— nunca estoy lo suficientemente preparada para contrarrestar el golpe, ni siquiera para aceptarlo. Así que me muevo de un lugar a otro, donde siempre espero que el lugar sea diferente que el anterior, para dar con la amarga certidumbre de que cualquier paradero se parece mucho a un desierto si te falta aunque sea el más insignificante detalle de alguien que decidió irse de la noche a la mañana. El amor, en otras palabras, y mirándolo desde esta perspectiva, comparte mucha similitud con aquel recuerdo de infancia: por la noche dormías en el sillón y despertabas en la cama, sólo que entonces parecía magia; hoy la variable es que duermes en la más absoluta inocencia para despertar sin previo aviso en una realidad que, de parecerse a algo, sería a un pelotón de fusilamiento. Si algo cuesta en esta vida es sin duda levantar el rostro cuando ya hace mucho que el dolor te pesa y te hace bajar la mirada. Y así vamos (porque sé que no soy la única) por rumbos que cada vez parecen más inofensivos. Sólo hay que permanecer firmes, sin perder la esperanza, y con suerte, el próximo paradero no se parecerá en nada al anterior.