La maldición de la hoja de pino.

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No había problema o temor que atormentara la mente o cordura de los integrantes de la familia Ramos, bueno, cuando se es adinerado el único temor que puede hacerle frente al orgullo es el horror directo. Ya saben, la repentina aparición de una bestia, la sangre, o las películas de terror en las que sólo se le puede hacer caso al festival visual o al sonido fuerte y sorpresivo, sólo interrumpido por el grito del público al admirar tal espectáculo.
Digamos lo que digamos, simplemente no podemos predecir hechos futuros en su totalidad. Para muchos, el echo de predecir el futuro es una maravilla, pero hay gente que nisiquiera se preocupa por lo que va a venir porque sabe como será, ni espera que cambie. Su presente es más que perfecto, y con la perfección viene la seguridad. Lo único que pueden seguir haciendo, es disfrutar.
Esta mentalidad afectaba a la familia Ramos. Este echo se confirmaba al pasar de los días, como una hoja caída del árbol, muriendo. Pero claro, esta hoja va a terminar seca y árida en el mojado asfalto.
Miquél Ramos despierta disfrutando del segundo día del año 1998 junto a su esposa, quien se levantaría cinco minutos más tarde. Oh! Era bastante disfrutable levantarse 24 horas después de la resaca. Inclina su torso unos noventa grados hacia adelante para seguido rascarse los ojos y notar algo descansando entre sus pies. Era una hoja de pino. Miquél no le daría mucha importancia, puesto que tiene un árbol de pino a unos 6 metros de su ventana, aunque esta esté cerrada. "No importa, sólo la agarraré y la tiraré por la ventana" se decía a si mismo en su cerebro, para seguido continuar con su día. Al bajár las escaleras hacia la cocina, se encontró con su hijo comiendo su cereal, como una jirafa comiéndose las hojas de un árbol común y corriente, simplemente, todo en ese acto es aburrido, aunque quizás algo pueda pasar. Miquél notaría el sorpresivo optimismo por parte del pequeño Jhon, de unos diez años... Nueve? Su padre no pensaba mucho en el o su edad, sólo piensa en comprarle la última consola o el último videojuego de moda. En el momento, Mariana, la hermana de Jhon e hija de Miquél, bajaba por las escaleras hacia la cocina para prepararse el desayuno sin mediar palabra. Continuando su buen humor, Jhon le cuenta a su padre sobre un texto que leyó ayer en una revista de sucesos paranormales: - ¡Papá, acabo de leer algo sobre una maldición en la revista, trata sobre una hoja que aparece en los pies de los ricos y les llena de una ira que...- no pudo terminar, gracias a la interrupción de su padre: -Cállate.-.
Esas palabras fueron sorpresivas, incluso para los tres en la habitación, incluyendo a los niños espectando inocentemente, y a Miquél, quien estaba sorprendido incluso de sus propias palabras, sólo que no lo expresó por fuera. Sus palabras le seguían retumbando dentro del cráneo. Pero su cuerpo, su cuerpo sólo tomó el diario que estaba en su puerta y se fué a la sala de estar a leer, antes agarrando una de las botellas de cerveza en su nevera.
Algo similar ocurre cuando su esposa, Michelle, al bajar hacia al sillón de su esposo y seguido prendér la televisión. -¡Buen día, cielo!- decía como todos los días, sólo que en este caso, la respuesta no fue igual de positiva. -¡APAGA ESE MALDITO APARATO! ¡TRATO DE LEER MALDITA SEA!- Y claro. La respuesta no podía ser opuesta a la de los niños, los cuales sorprendidos otra vez, llegaron a la sala de estár, sólo que sus cuerpos temblaban como un arbusto es una tormenta del 25 de diciembre más frío, simplemente no lo esperaban.
Su Michelle se quedó con los ojos abiertos. Solo pudo pedir explicaciones, cuya respuesta fué una fuerte cachetada en la presencia de los jóvenes. Todo para seguir leyendo su diario con indiferencia por lo que acaba de pasar.
Jhon y Mariana sólo podían gritar para seguido irse de la habitación, y Michelle sólo podía quejarse del comportamiento de su marido.
-¡¿COMO OSAS A...?!- Mientras se frotaba lentamente la zona del golpe con su mano izquierda. Miquél simplemente no aguantó, aunque en su mente siga sorprendido por sus acciones, el tomó la botella y la rompió en la cabeza de su querida esposa.
Ella cae. Su sangre color rojo oscuro resalta en el sofá color beige, y disimula en la alfombra del mismo color que el líquido que gotea de la cabeza de su bolsa de dinero en el sillón.
Si. Ese era el único pensamiento que pasaba por su cabeza. Sus ganancias no iban a ser las mismas. Su futuro merodea por su cerebro. Su futuro le esperaba con una a su lado. Esperando. Esperando que Miquél llegue hacia el con toda la ira, para que caiga en su eterna trampa. Su futuro le preocupaba otra vez en varios años.
Le queda una botella rota en su mano, una cara de haber presenciado la muerte, y lágrimas cargadas de enojo. Un enojo que le penetraba por dentro. El momento en el que mató a su esposa fué como si un rayo hubiera caído justo en la punta de un pino. Chamuzcandolo hasta hacerlo cenizas. Breve, un sonido fuerte y directo que retumba en el corazón. Pero perdura horas, horas calientes y dañinas.
El hombre tiene media botella en la mano. Quiere descargar toda su furia ¡Vamos, nisiquiera piensa en todo lo que hizo, ni en el temor que tenía de si mismo antes! Solo quiere descargar su furia. No es humano, no piensa sus acciones, no piensa en porqué está subiendo las escaleras, aunque quizás, en el fondo sepa el fin. Está en la puerta de la pieza de su hija. La abre de una patada para ver como los los niños gritaban aterrorizados por la agresividád de su padre aunque, de echo, ya no están tan seguros de si es el. Ya están seguros de que no puede ser resaca restante del día anterior.
Los mató.
Lo último que escuchó de ellos fueron sus gritos de horror al ver que el verdadero monstruo no era quien esperaban, esto no es nada parecido a lo que vieron en televisión. Esto era real. Al salír del cuarto, el animal se topa con una hoja de pino en frente de la puerta de su hija. Aunque no se detuvo a verla, el solo pasó por encima, desmenuzandola, como si su pie fuera lo suficientemente pesado como para romper una piedra como si fuera manteca. Describir como fue que murieron sería inmoral y simplemente desagradable. Solo podemos confirmar que murieron a manos de la bestia.
La bestia se siente mareada.
La bestia va a dormír.

El tiempo a pasado. A pasado como si fuera un anécdota, pero no un anécdota que cause temor, o algún tipo de placer, o tristeza. Miquél se sentía indiferente, no podía darle emoción alguna a su recuerdo.
Son las 12 de la mañana. El hombre de levanta inclinando su torso unos noventa grados, y se prepara el desayuno. No pensó en lo de ayer desde que comenzó el día.
Son las 3 de la tarde, sigue sin haber individuo alguno, o los restos de fallecidos. Alguien toca el timbre de la casa. Miquél no esperaba a nadie, pero igualmente abrió la puerta fríamente para encontrarse con dos policias. -Quiere algo, oficial?- dijo el ahora solitario señor. -Si, nos han informado sobre unos gritos que vienen de esta casa. Está todo bien por ahí?- decía el más alto del duo. La respuesta fué insatisfactoria. -Ah, debieron ser mis niños jugando, gritan bastante, ya sabe como son los niños de hoy en día ¿no? ¡Jajaja!- Niños... La palabra niños le paraba el corazón al pensarla, como un golpe hacia el pecho con una palma abierta que se ejecutaba cada vez que las letras se juntaban. Dos palmadas fuertes.
Al despedirse de los policías y cerrar la puerta, Miquél se fué caminando de forma pacífica hacia un cuadro de unos hombres a caballo. Al levantarlo unos centímetros, los pedazos de una hoja de pino caen como una persona yendo a su trabajo un jueves de invierno. El hombre sigue indiferente, la misma sensación que tenía desde que se levantó.
Sacó el cuadro de la pared, sólo para notar que la carne, cabello, y ojos reemplazaba el cemento de la pared de ladrillos. Esto si que le sorprendió, se supone que haya una caja fuerte con una pistola dentro.
Indignado, baja el cuadro.
Al inclinar la vista hacia abajo 90 grados, nota una revólver junto a los pedazos de la hoja. Decisivamente agarró la pistola para ahogar su agonía en su propia sangre y plomo. Tiene el cañón pegado a su cabeza, sabe el movimiento exacto que debe hacer con su dedo para acabar su sufrimiento, aunque, de echo, seguía con una cara indiferente. En el fondo no sabía que estaba haciendo, sólo pudo pararse a medio metro de la pared de su familia, en la cual tenía la vista clavada, y mover el dedo índice.
Caí, caí como la primera hoja del otoño que se va a pudrir. El cuerpo ahora es inutil, sólo puedo presenciarlo pudrirse o secarse...
... O puedo tomar otra hoja, para compartirle al mundo mi agonía y sufrimiento... ...Si, me emociona esa opción.

La Maldición De La Hoja De PinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora