-¡Savannah!- se escuchó el grito de mi madre. Suspiré, lista, y salí de mi alcoba para encaminarme por el pasillo. Llevaba un vestido celeste con un volumen de la cintura hacia abajo. Me quedaba un poco grande, ya que mi madre se había equivocado con el talle.
Acomodé un poco la tiara que estaba sobre mi corto y suelto cabello negro.
Doble la esquina y allí estaba mi madre que me miró con una sonrisa en el rostro. Mi madre, La Reina, se veía encantadora con su vestido color rosa y su cabello rubio recogido. Ella era un encanto comparada conmigo, y nunca había entendido porque éramos tan diferentes. Ni ella ni mi padre me lo decían, evitaban el tema, pero no me preocupada mucho por ello.
-Oh, mi pequeña, estás preciosa.- dijo agachándose para acomodarme un poco el vestuario. -Estoy tan contenta de presentarte al reino. Dios mío, estoy muy emocionada.- me sonrió pestañeando varias veces para no llorar. Yo me límite a hacer una mueca que ni cerca de una sonrisa estuvo. No sabía porqué, pero de alguna manera, no me entusiasmaba nada esto de presentarme al reino. Sentía que algo iba mal, muy mal. Pero protestar contra mi madre en un momento tan importante era inútil. La conocía tan bien como para decir que, si llegabas a negarle algo, se enfurecía muchísimo. Y más conmigo, aún no entendía por qué. - No quiero que hables, ¿vale? Y levanta la mirada, como te enseñé. Sé buena niña, ¿sí?- me sonrió.
Se levantó y me tomo de la mano, suspirando.
-¿Lista?- preguntó, y yo asentí.
Las puertas se abrieron y pude ver a todo el reino sentado mirando hacia el lado contrario al que nosotras estábamos. Todas las cabezas se dieron la vuelta y fijaron su vista en mí. Me asusté un poco, y quise gritarles que dejaran de mirarme, pero me quedé callada.
Había todo un pasillo entre la gente que nos llevaba hasta mi padre, quien estaba sentado en su trono con una increíble sonrisa.
Caminamos por el pasillo a paso lento, demasiado lento para mi gusto. Pero sonreí, a pesar de la impaciencia que me comía. Todo el reino sonreía hacia mi, como si su vida fuera una felicidad, como si todo fuera felicidad. Como si no hubiera nada que pudiera derrotar aquel momento.
Sonreí. Aquello parecía hermoso. Parecía el inicio a mi gran vida, a la vida que me daban. Me sentí afortunada, mientras veía a mi padre abrir los brazos invitándome a ir por el. Y sin más, corrí hacia el. Me agarro en sus brazos y me alzo, haciendo que todo el reino hiciera un "Awww" por la ternura. Y yo me sonrojé, como toda niña inocente.
En cuanto me dejo en el suelo apareció mi madre y nos sentamos todos en los tronos. Por primera vez, me senté en el trono y sentí algo tan fuerte, tan alegre. Me sentí poderosa, pero de la buena manera. Nunca me había sentido así.
Pero entonces vi como todos se inclinaban hacia nosotros, como nos miraban con respeto, como se apresuraban a demostrar "lealtad". Por un instante sentí que estaba mal, sentí que no merecíamos todo eso.
Y entonces, todos empezaron a mirarme con miedo. Me señalaban y se tiraban hacia atrás. Yo mire a mis padres, quienes me miraban con algo de miedo y mucha sorpresa. Comencé a sentir como los latidos de mi corazón iban fuertemente. A mí cortos 6 años, tenía una gran habilidad para sentirme bien y al momento terriblemente mal.
Mire hacia todos lados confundida.
-¿Es eso una sombra?- preguntó un niño señalando arriba de mi cabeza. Levante la cabeza, y allí la vi: era una mancha negra, sobre mi cabeza, y que cambiaba de forma y parecía flexible.
Me quede en shock. ¿Qué era aquello y porque estaba sobre mi?¡¿Qué estaba pasando?!
-¿Mamá?- pregunté sin dejar de mirar la sombra.
Mi padre me tomo en brazos y comenzó a caminar, pero la sombra estaba sobre mi y parecía no tener intenciones de dejarme. Comencé a asustarme. Mire a mis padre pidiendo auxilio y los dos me miraron extrañados, y hasta con poco de miedo.
Todo el pueblo susurraba cosas con miedo, protegían a sus niños, y se alejaban lo más posible. Algunos salieron corriendo por la puerta, haciendo que la mitad del reino los siguiera. Me miraban tan asustados, como si fuera un monstruo.
Me sentí triste y enojada a la vez. Unas lágrimas se asomaron por mis ojos y todas las luces comenzaron a parpadear. El lugar comenzó a vibrar, parecía que iba a derrumbarse. Los ciudadanos intentaron correr por la puerta, pero una mujer apareció. No pude verle la cara, pero llevaba un vestido negro y largo, con una capucha. Su cabello largo y negro caía por sus hombros, y caminaba con paso decidido hacia nosotros.
El reino entero se le quedo mirando con miedo, y con algo de intriga.
-Buenas tardes, lamentó la interrupción.- dijo, con una voz grave y decidida.
-¿Quién eres tú?-preguntó mi padre algo enfadado. Me dejo en el suelo y se acercó a la mujer. Pero está, levantó su mano y hizo que mi padre cayera hacia atrás. Yo, y el pueblo entero, nos quedamos boquiabiertos. Mi madre, corrió por mi padre, y aunque quise seguirla, parecía que mis pies estaban clavados en el suelo y mi mirada no se desviaba de aquella mujer.
Ella se quitó la capucha y pude ver su bonito rostro. Era de tez tan blanca como la mía, su cabello negro como el mío, y de unos ojos negros como al oscuridad. Sus ojos y los míos eran lo único que teníamos diferentes, mis ojos eran celestes.
Comencé a respirar hondo, ¿por qué aquella mujer me resultaba tan familiar?
-Soy Arantza, es un gusto conocer a los reyes, y a su queridita princesita.- me sonrió. -He venido, porque la mitad del pueblo ha salido corriendo hablando sobre una pequeña con magia negra.- se rió. Una risa que era tan satisfactoria y a la vez, algo malvada. -Quiero a esa niña.-
Retrocedí. Mi madre me miró y luego a la mujer.
-Savannah...-quiso decir mi madre, pero Arantza la interrumpió.
-¡Qué bello nombre! Qué gusto debe ser tener a una niña tan hermosa con tan Hermoso nombre...-
-Por favor, no se la lleve...- dijo mi madre suplicando, sin dejar a mi padre, quien estaba mirando todo en el suelo.
Suspiré, mi corazón latía con fuerza, y el miedo corría por mis venas. Las lámparas comenzaron a romperse. Sentí un poder dentro de mi pecho. No era tristesa, era furia. Una furia demasiado fuerte como para controlar. Comencé a llorar...¿qué rayos estaba pasando?
-Se viene conmigo, he dicho. - y al oír aquello, comencé a correr. Salí del palacio por la puerta trasera, y corrí por el pueblo. Todos me miraban, y se hacían hacia atrás al tenerme cerca. Entonces, sentí como algo me atraía hacia atrás. No era una mano, era como un imán.
De momento a otro, mi cuerpo se dio vuelta en el aire, de una manera tan extraña que no podría explicar. Arantza me atraía hacia ella con su mano estirada mirando hacia mi, para no escapar. Y al tenerme cerca me cogio de la muñeca.
-Tú vendrás conmigo, y aprenderás de tus poderes.- sonrío, y comenzó a caminar hacia el bosque. Intenté zafarme, intente huir, pero parecía que su mano estuviera pegada a la mía. Como si no hubiera manera de irme...
Los árboles comenzaron a aparecer a mi lado, dejando atrás el reino.