El día

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Un joven adolescente se preparaba para poder ver a la chica de sus sueños. Estaba nervioso, quizá demasiado, pero era algo que ya no podría callarse y, además, no podría echarse atrás.

Lo hecho, hecho está, y él no podría dar marcha atrás.

Después de todo lo que había dicho y hecho por ella, le seguía siendo difícil expresarse cara a cara.

Se había puesto una camisa blanca y unos pantalones negros, además de una chaqueta negra de manga larga. Se había vestido trajeado, formal, pues Marinette se pondría aquél vestido que tanto le había gustado. Aunque... Su ropa sería cubierta por otra unos minutos.

El joven intentó tranquilizarse. Lo único que hacía era dar vueltas por su habitación, de lado a lado. Se había dado una relajante ducha hacía al cabo de una hora y su pelo ya estaba seco del todo.

Un pequeño compañero lo seguía con la mirada, incluso llegó a marearse de tantas vueltas que daba el mayor, pues no apartaba la mirada de él. El pequeño lo intentó tranquilizar.

—No puedo. Simplemente no puedo. Estoy nervioso— Respondió el mayor, colocándose el pelo y revisando que su ropa no tuviese ninguna arruga.

—Oh, vamos, sólo tienes que decirle lo mismo que en las cartas— Contestó el pequeño compañero, comenzando a comer algo de queso para recargar fuerzas.

—¡Ese es el problema! Me pondré nervioso y... Y todo saldrá mal y... Necesito un plan— Dijo el mayor. Los nervios lo estaban consumiendo.

—¿Un plan?— Preguntó entre risas su pequeño amigo, mientras negaba con la cabeza.— Pues vas tarde, en diez minutos deberías estar en el parque para ver a tu amada— Prosiguió con un tono algo divertido.

El mayor abrió los ojos de golpe al darse cuenta de la hora que era. Efectivamente quedaban diez minutos para su "cita".

En cambio, en la habitación de Marinette sólo había silencio.

La chica se encontraba frente al espejo, contemplando como le quedaba el vestido. Se había puesto un poco de maquillaje, aunque no demasiado, prefería ser un poco más natural. Se había quitado las dos coletas, dejando su pelo suelto.

—¡Estás hermosa, Marinette!— Exclamó la pequeña kwami, Tikki, mientras se sentaba en el hombro de su portadora y miraba como le quedaba el vestido.

Ella sonrió levemente.

—Gracias, Tikki— Le agradeció. Se quedó unos segundos en silencio, sin apartar la mirada del vestido.— Estoy algo nerviosa... ¿Quién crees que puede ser...?— Preguntó mirando a la pequeña kwami de color carmesí.

—No lo sé, Marinette. ¡Pero tiene pinta que ser un buen chico! Ya verás como todo sale bien...— La animó, con una sonrisa para que se tranquilizase.

Marinette asintió ante lo que le dijo su pequeña compañera y cogió un bolso que hacía juego junto al vestido. Cogió lo necesario y dejó que Tikki se metiera en el bolso. Nunca se sabía si algún villano aparecería, aunque preferiblemente no quería que eso pasase.

Cuando ya lo tenía todo, salió de su habitación. Sus padres seguían trabajando en la panadería, así que prefirió salir por la entrada de su edificio, para así no molestar a sus padres y ser invadida de preguntas, además de que no quería llegar tarde. Al salir, no dudó ni dos segundos en ir rumbo al parque, donde había quedado con aquél misterioso chico.

Cuando entró al parque se paró a pensar. ¿Y si era todo una broma? ¿Y si no aparecía? Dejó de caminar poco a poco, y la sonrisa se le borró del rostro lentamente. No quería llevarse una decepción. Se dio un poco la vuelta, mirando hacia la entrada del parque, pensando en dar media vuelta e irse, pero algo en su interior la impedía a hacerlo.

Cartas para una princesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora