Cap. 11 Entonces lo recordó todo

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A las seis horas de la mañana miles de alarmas sonaron con el mismo fervor con el que suenan las campanas de una iglesia. Utopía se vestía completamente de vivaces colores y se exaltaba de honoríficos cantos que aludían a la celebración del Rey de Oro. Poco a poco, cada persona fue uniéndose al júbilo conforme se despertaban de la larga siesta; se levantaban, se aseaban y se vestían de blanco —el único color permitido ese día— y, seguidamente, se dirigían hacia el centro de la isla, El Área.

El departamento de Sebastian se unía armoniosamente con la decoración que rodeaba toda la ciudad. Este había sido acomodado y arreglado de tal manera que los salvajismos que presentaba el sistema de protección ya no estaban y los panales no tenían ni siquiera la marca de un mínimo rasguño superficial.

En la última habitación yacía el cuerpo de Sebastian, quien apenas intentaba vagamente abrir los ojos. La cabeza le dolía y su mente aún seguía dando vueltas como en la búsqueda de recuerdos que él quería recordar. Las cortinas de las ventanas comenzaron a recogerse lentamente dejando que luz solar penetrara y alumbrara la habitación y el televisor, suspendido al lado de la pared, se encendió automáticamente en el canal de las noticias.

—¡Muy buenos días, felices utopianos! —saludó alegremente el reportero. —Hoy, como todos deben saber, estamos en una de las fechas más importantes de nuestra civilización.
—¡Así es, mi queridísimo Patricio! —dijo una reportera uniéndose a la conversación. —Hoy es el décimo viernes del tercer trimestre. Dentro de unas horas, la reina Blanca dará inicio a la gran celebración del Rey de Oro.
—¡Eso es correctísimo! Estamos a solo horas para que comience una de nuestras fiestas favoritas y, sobre todo, para que la inauguración del planetario comience.
—¡Así es, queridos utopianos! Tienen que darse prisa y dirigirse a El Área para no perderse de esta maravilla.

Cuando Sebastian logró por fin adaptar los ojos al nivel de iluminación, se levantó de la cama un poco confundido e hizo una breve serie de estiramientos mientras bostezaba como si no hubiese dormido nada. Miró hacia el ventanal y pudo apreciar cuerpos gozosos que se movían de un lado a otro, coloridos objetos que desprendían desde las alturas y, lo que más llamó su atención, la silueta del planetario. Recordó inmediatamente que no había podido acercarse a él desde el inicio de su construcción y le extrañó que ya, a simple vista, parecía terminado.

—¿Lucy? —preguntó un poco ronco.
—Por aquí estoy —dijo la inteligencia a través de un parlante mientras se paseaba por la cocina.
—¿Qué día es hoy?
—Hoy es el día de la celebración del Rey de Oro. Deberías apurarte si quieres llegar a tiempo, ya te deben de estar esperando.
—¿Es hoy! —vociferó.
—Sí, ¿a caso no te acuerdas?
—Pensé que era mañana… no sé… ni siquiera recuerdo que hice ayer o anteayer…
—Me pondría a explicarte tu agenda de la semana, pero ya es tarde.
—¿Tarde para qué?
—¡Para la inauguración del planetario! —gritó.
—Ah, cierto… es hoy… ¿no?
—Llamaré a Marcos para que esté informado de que vas a llegar un poco retardado —dijo mientras se escuchaban unas teclas apretarse. —Ve a darte una ducha que ya el agua está caliente. ¡No te tardes!

Sebastian obedeció sin más qué decir. Se desnudó y se dirigió hacia la sala de baño de su habitación. Como Lucy había dicho, la ducha estaba encendida; del tubo superior salía agua tibia y, de una cornetas incrustadas en la pared, salía una música instrumental relajante. Sebastian comenzó a frotar el jabón por todo su cuerpo. Parte por parte, lo deslizaba y dejaba salir espuma que luego quitaba con el agua. Los recuerdos aún no dejaban en paz su cabeza. En ese instante, mientras se tocaba el cuerpo lentamente, sintió como si ese cuerpo no le perteneciera o, más bien, como si la memoria y los recuerdos que él tenía no correspondieran con su cuerpo.

Sebastian tomó nuevamente el metro aéreo y emprendió camino hacia El Área. Mientras más se acercaba, más se acrecentaban los colores, anuncios, globos y hasta personas. Durante el recorrido, pudo prestar atención a varios utopianos que se encontraban especulando sobre la celebración y sobre lo que sería aquella megaestructura. Imaginaban grandes funciones y espectáculos y esperaban sorprenderse. Sebastian, que se abstuvo a la idea de hablarles sobre la edificación, solo actuaba como si no estuviese escuchando nada y un tanto desinteresado.

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