— ¿Por qué no vamos hoy al cine? La película que querías ver la van a quitar ya mismo y luego en la tele no se ve igual de chula —hablaba sin mirarla, concentrado en los horarios de las sesiones mientras ella ni siquiera estaba prestándome atención—. Oye, ¿estás ahí?
— ¿Qué quieres? ¿No ves que estoy hablando con los del pádel para ir esta tarde un rato? —dijo en tono irritante, centrando su mirada en mí simplemente de reojo. Y yo, de nuevo, asentí y agaché la cabeza a modo de disculpas. Otro día sería.
Hacía mucho tiempo ya que no hacíamos nada juntos que no fuese ir a la biblioteca o discutir, y que los ratos buenos eran los cinco segundos de reconciliación a escondidas que me concedía. El pádel, el trabajo y quedar bien con sus amigos había hecho que yo pasase a un segundo plano y que por ende, nos viésemos un par de horas a la semana.
Con suerte.
Podría haberla dejado hace mucho, podría estar haciendo lo que me diese la gana sin dar explicaciones a nadie y todo iría mejor, pero no, sin saber cómo estaba metido hasta el cuello en una de las relaciones más tóxicas de la historia y por supuesto, yo no lo veía así.
Mi día a día se basa en escribir un diario. Pero no uno de estos que escondes bajo la almohada o dentro de algún escondite que para ti es lo más secreto del mundo, no, ella es el diario. Cada movimiento, cada palabra e incluso cada cosa que estuviese viendo debía decírsela al instante y sin mentiras o como las descubriese sería mucho peor.
No puedo entender cómo lo hacen mis amigos, cómo hablan con sus novias de simplemente lo guapa que es una famosa o en los casos más extremos, como ven porno juntos para disfrute de ambos. Eso, para mí, es algo mucho más que impensable. No es que quiera ver porno cada día por necesidad o porque lo necesite para vivir, pero el hecho de no tener libertad sobre lo que haces es mucho más frustrante de lo que parece, y la más mínima e insignificante cosa, parece un mundo.
— Nos vamos. Tengo que llevarte a ti y todo —lo dice como si fuese la tarea más laboriosa del universo y yo, siento nuevamente que más que su novio soy un maldito obstáculo.
— Ehm... ¿Quieres que me vaya en el autobús? A mí no me importa —habló con la boca pequeña, dejando claro que claro que me importa y que realmente no quiero hacer las cosas así.
— ¿En serio? Mejor, así voy directamente a mi casa y me da tiempo de estar un momento con mi madre para que no me diga nada —comienza a recoger deprisa, más feliz que si le hubiese tocado la lotería, y yo solo me limito a mirarla, sonriendo pero queriendo lo contrario—. Me voy corriendo, avísame cuando cojas el autobús y cuando llegues a tu casa, ¿vale? —me da un beso en la mejilla mientras me pellizca la otra y se separa rápido para revolverme el pelo, mirando después a un lado y a otro—. Es que por aquí puede haber gente de mi clase... Hablamos después. Te quiero, hasta luego.
Mi "hasta luego" ni siquiera puedo escucharlo yo de lo bajito que lo digo, quedándome allí sentado, con la mirada puesta en su espalda y en lo de prisa que va ahora. Supongo que eso es mucho más importante que estar conmigo después de casi una semana sin vernos. ¿No?
Por fin llego a casa y como siempre, mi madre está a lo suyo, mi padre aún no ha llegado y mi hermano pequeño se escucha desde la entrada por el enfado enorme que ha cogido por culpa del último nivel de su videojuego preferido.
— Buenaaaas —voy directo a mi habitación y dejo las cosas sobre la cama.
¿Enciendo la tele? Bah, no tengo ganas de ver dibujos animados y seguramente sea lo único que pueda ver a estas horas. Dibujar descartado. ¿Música? Nah. Será mejor que simplemente lea o mire cómo solo se pone en línea para hablar con alguien que no soy yo, mientras le voy escribiendo cada paso que doy.