Aritmética Imperfecta

432 8 1
                                    

Aún recuerdo aquella lejana tarde de otoño, el viento soplando con intermitencia, a veces acariciando las ramas de los árboles, otras golpeándolas con fuerza hasta que caigan hojas como lágrimas. Mis hermanos, Máximo y Arquímedes, el primero mayor que él segundo sólo con un año, ellos junto conmigo jugando a la pelota en la calle, en frente de la casa; riendo, gritando, siendo felices en nuestro pequeño mundo. Felicidad que aquella misma tarde se empezaría a desvanecer, así como nuestra infancia, cambiando sin saberlo, nuestro pequeño mundo, por el pequeño mundo de nuestro padre. 

Un automóvil se aproximó, decidido a interrumpir nuestro juego, nos replegamos los tres hasta la puerta de calle de nuestra casa. Era el auto de nuestro tío Manuel, se detuvo en nuestra puerta y mi madre bajó de la parte de atrás, ordenándonos que entráramos a la casa, pero no nos inmutamos. Mientras tanto mi tío ya se disponía a abrir la otra puerta para ayudar a salir a mi padre. Mi madre sacó un par de muletas, luego rodeó el auto para alcanzárselas a mi padre, yo me asomé para ver mejor, él se acomodaba y luego empezó a caminar, me doy cuenta que le falta una pierna, retrocedí para juntarme con mis hermanos, mi padre voltea y ya nos alcanza con la vista y también con un grito para hacer obedecer la orden de mi madre. Entramos corriendo a la casa, hasta llegar a nuestra habitación. Esa voz, aunque era prácticamente desconocida para mí, ya me causaba miedo, miedo que en poco tiempo sería bien justificado.

Hacía dieciocho días, mi padre, en uno de sus viajes, había tenido un accidente de trabajo mientras reparaba la camioneta que conducía. El gato había resbalado haciendo que el chasis del vehículo que sostenía, caiga sobre sus piernas con todo su peso, apenas dándole tiempo para que en un acto reflejo, amortiguara el golpe a una de sus piernas con una madera, pero sin poder evitar serias fracturas en la otra, la pierna derecha que finalmente perdería, por falta de atención médica inmediata. Mi padre trabajaba como conductor de vehículos, en una ONG dedicada al desarrollo humano de comunidades campesinas, hacía ya siete años, desde el año que yo había nacido. Él vivía en el campo y lo veíamos ocasionalmente, algunos fines de semana y sobre todo en fin de año cuando tenía vacaciones.

La tragedia de mi padre se convertiría mucho más en nuestra, de mi madre, de mis hermanos y mía. Aquellos primeros meses de vivir con mi padre, de conocerlo, fueron los últimos en los que mis hermanos y yo fuimos niños, para transformarnos en meros títeres de nuestro padre. 

Ya desde los primeros días, mis padres pasaban la mayor parte del tiempo discutiendo, peleando, gritando y maldiciendo, aunque mi madre le hacía frente a mi padre, terminaba sometiéndose a su voluntad; hasta el evento más insignificante podía convertirse en una discusión de dimensiones épicas, cualquier momento y lugar era bueno para iniciar una discusión y de vez en cuando terminarla con alguna pequeña tragedia, por eso vivíamos en un estado de miedo constante. 

 La economía de la familia dependía de algún dinero que mi madre ganaba por sus trabajos de costura, pero sobre todo de la indemnización otorgada a causa del accidente de mi padre. Sus intentos de iniciar algún negocio con ese dinero, nunca prosperaron, no se ponían de acuerdo ya que la condición de mi padre, según él, no le permitía estar al mando de esos emprendimientos y acusaba a mi madre de sabotearlos. Es así que mi padre empezó a dedicarle algo de su tiempo, como decía mi madre, a “planificar nuestro futuro”. Empezó a sistematizar cualquier actividad de la casa, hacerla más eficiente en todos los aspectos. Cuando no estaba peleando con mi madre o gritando a alguien, le veíamos en la mesa de la sala, con cuadernos y hojas repletas de números, haciendo cálculos y dibujando esquemas, y como más tarde me enteraría, registrando toda actividad de la familia minuciosamente. Él siempre decía que el mundo había sido creado con una base matemática, que el mundo giraba gracias a las matemáticas, que cualquier cosa para que funcione debía tener exactitud, de lo contrario no servía. Al parecer, él siempre había estado obsesionado con los números y con el orden de las cosas, casi todo lo que hacía tenía una estructura definida. Obsesión que mi madre conocía bien, pero que seguramente nunca imaginó que llegara a alcanzar semejante dimensión, ni que sus efectos marcarían nuestras vidas.

Aritmética ImperfectaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora