Diecisiete

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Sam se acomodo en el asiento del copiloto del BMW y Samantha condujo a toda velocidad por la carretera interestatal. No podía creerlo, era como un sueño. Ahí estaba él, sentado en un BMW nuevecito, viajando a toda pastilla por la carretera con una tía buena a su lado. Además, el coche era de ella, y lo conducía ella misma. Ya era sexy de por sí, pero todo el asunto del BMW la hacía todavía más increíble. Sam tenía la sensación de estar en una película de James Bond. Cosas como ésa no le sucedían con frecuencia. Las chicas nunca le hablaban y las pocas veces que había tratado de ligar con ellas, había fracasado estrepitosamente.

Pero la buena suerte no acababa ahí: Samantha no solamente tenía una casa impresionante y un coche genial: ella, al igual que él, sólo quería emprender el vuelo y huir. Ambos tenían la ventanilla bajada y aquel día de marzo estaba comenzando a ser un poco más cálido. En la radio sonaba Coldplay; Sam se estiró para subir el volumen. Se preguntaba si ella lo bajaría o si cambiaría de emisora. Pero no; más bien, lo subió todavía más. Esa chica era genial.

Se asomó por la ventana y vio cómo pasaban los árboles con gran rapidez. Pensó en el momento en que conocería a su padre; era asombroso que todo aquello le estuviera sucediendo porque, después de pasar años buscándolo, por fin se vería con él en un par de horas. También le resultaba difícil creer que su padre hubiera estado siempre tan cerca. En Connecticut. Era sólo un paseíto.

¿Cómo sería? Probablemente era un tipo muy cool, alto, con barba de tres días, cabello más bien largo y una motocicleta. Tal vez vivía en una casa maravillosa; una especie de mansión o una casa barco. Tal vez era una estrella del rock que ya se había retirado.

Sam se imaginó llegando con Samatha por la espléndida entrada flanqueada por árboles. Aparcarían frente a la puerta. También imaginó a su padre saliendo a recibirlos y sonriendo al ver a su hijo. Lo vio abrazándolo con mucha fuerza y, también, disculpándose.

«Lo siento, hijo; todos estos años te he estado buscando sin éxito. Pero todo será distinto ahora y vivirás aquí.»

Sam sonrió al imaginar todo aquello. Le costaba trabajo ocultar su emoción y se preguntaba si aquél sería un nuevo comienzo. Sí, cuanto más lo pensaba, más seguro estaba. Tal vez ni siquiera se tomaría la molestia de volver a Oakville. Quizá solamente se mudaría de inmediato. Por fin tendría algo de estabilidad y a alguien que se preocupara por él día y noche. Sería estupendo. Era el primer día de su nueva vida.

Se volvió y contempló a Samantha mientras conducía con la ventana bajada. Su cabello largo y rojo daba latigazos por el viento. Era tan sexy, tan cool... ¿Por qué estaría interesada en él? Le preocupaba el asunto de su padre y lo iba a llevar a verlo. Supuso que simplemente se trataba de una chica con sed de aventuras, como él mismo: siempre en busca de algo más.

Luego pensó en lo incómodo que sería conocer a su padre con ella a su lado. Pero en seguida cambió de opinión y pensó que, de hecho, iba a ser fenomenal. Lo haría parecer todavía más cool de lo que era. Ahí estaba él con una chica guapísima. Su padre se quedaría impresionado y, tal vez, hasta sentiría mucho respeto hacia su hijo.

Entonces se preguntó adonde iría Samantha cuando todo acabara y él se mudara a la casa de su padre. ¿Se quedaría cerca o se iría? Por supuesto que tendría que irse; acababa de comprar la casa en Oakville. Tenía que regresar. Pero entonces ¿cómo quedaría el asunto entre ellos?

Sam se mordió los labios. De pronto se puso muy nervioso y comenzó a reflexionar sobre cómo se sucederían los acontecimientos, sobre lo que tendría que hacer. Si su padre le pedía que se mudara de inmediato, lo haría. Pero claro, tampoco le gustaría separarse de Samantha.

En fin, ya atendería el asunto a su debido tiempo. No quería pensar en tantas cosas; lo único que deseaba era disfrutar del paseo; del momento.

Oyó como rugía el coche y vio a Samantha poner sexta. El velocímetro llegó a los 180 kilómetros por hora. Sam estaba contentísimo. ¿Le permitiría conducirlo después? Todavía no tenía carnet, pero le daba la impresión de que a ella no le importaría ese detalle.

Después de un rato, por fin reunió el valor para preguntarle.

-¿Me dejarás que lo lleve yo?

Samatha lo miró y le sonrió. Sus dientes eran perfectos y relucientes.

-¿Crees poder hacerlo?

Amores (Libro #2 de Diario de un Vampiro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora