Capítulo II

65 9 6
                                    


Una mujer se encontraba meciendo a su nene para hacerlo dormir, lo movía a cada lado con suavidad en la cuna, y ella le encantaba admirar a su más grande adoración, que cerraba los ojos apunto de dormir.

Alguien toco la puerta, y sintió un sobresalto. La noche estaba llena de relámpagos y truenos, la lluvia caía a torrenciales y solo se podía iluminar la habitación con una vela que esparcía su luz con poca fuerza; todo aquello hacia una noche inquietante.

—Señorita... —llamó la otra mujer detrás de la puerta— ¿Le traigo la cena?

—Sí, Alice —respondió ella con suavidad—. De tanto cuidar a este retoño estoy hambrienta.

—Bien, ya le traigo su cena —dijo la sirvienta.

Ya ella al notar a su nene dormido, por fin pudo sentarse en una silla a descansar. Acercó un libro a su regazo, y con la poca luz comenzó a leer un libro.

De nuevo tocaron a la puerta y volvió a sobresaltarse, porque junto al toque, un relámpago ilumino la habitación como un destello.

—Adelante Alice —dijo. Pero no escuchó respuesta alguna—. Alice, puedes entrar. —Nuevamente todo en silencio.

Sintió incomodidad, dejó la lectura y se levantó para acercarse a la puerta. La abrió lentamente pero no había nadie afuera; el pasillo estaba un poco a oscuras, y solo se iluminaba la sala principal con las velas. Al salir chocó con algo, miró lentamente al suelo y vió una bandeja con su cena. Aquello le causó una extraña nerviosidad; su sirvienta nunca dejaba la cena ahí. A la vez se enojo e iba a reñirla.

— ¡Alice! —gritó indignada, pero no recibió respuesta.

Aún un tanto nerviosa pero exasperada se propuso ir a la cocina. Cuando dió el primer paso sintió que iba a resbalarse, rápidamente se apoyó en la pared, y nuevamente miró hacia abajo. Levantó su vestido que se había llenado de unas manchas oscuras, y al ver el piso, éste también se hallaba manchado. El color era muy oscuro, así que toco con su mano la mancha del vestido, luego acercó sus dedos a su nariz; aquello olía a metal. Aquel olor era familiar para ella, por ello su corazón comenzó a latir con más rapidez.

Caminó por la casa sin pisar la viscosidad que recorria por todo el pasillo, hasta las escaleras para bajar a la sala principal. La puerta principal se hallaba abierta al igual que las ventanas, la lluvia entraba y la brisa hacía elevar las cortinas; la mayoría de las velas se habían apagado.

Escuchó un grito provenir de la cocina

— ¡Señora! —Gritó una mujer, y ella sabía que era Alice— ¡Ayudem...! —la mujer no pudo completar la frase, y ella insinuó que fue por un golpe. Golpes y golpes siguieron escuchándose, junto con algo que se rompía.

Caminó lentamente hacia la cocina, llena de pánico. Una puerta se cerró fuertemente, y los llantos de un bebé inundaron el silencio.

— ¡No! —exclamó ella.

Se volteó para correr hacia la habitación de su bebé. Al llegar a las escaleras sintió que alguien la jalo del vestido, haciéndola caer, y la trasladaron en el piso resbaloso hasta la entrada de la cocina. Quiso zafarse del agarre, pero al correr sintió un mano en su pecho, que la empujo con tanta fuerza que se sintió volar por los aires. Aterrizó fue en la mesa del comedor, pero justamente uno de los bordes de la misma pego en uno de sus costados, rompiéndole algunas costillas. El dolor era insoportable y sentía que le faltaba la respiración; el golpe en el pecho y las costillas rotas, hicieron que escupiera sangre.

Trató de acomodarse, y miró hacia un lado. Vió a su sirvienta tirada en el suelo, con los ojos completamente abiertos observándola a ella, tenía una abertura en su cuello que esparcía sangre a todos lados, y los labios ligeramente abiertos; ella sabía que Alice estaba muerta.

Ella trato de levantarse, pero no podía; cuando logró rescuperar su fuerza con dificultad pudó sentarse, pero nuevamente fue acostada de manera brusca en la mesa. Un hombre se colocó arriba de ella, apoyando sus manos en la mesa a cada lado de su cuello y sus rodillas a cada lado de su cadera. La mujer no pudo notar quién era por el sombrero que ocultaba su rostro, pero lentamente el hombre se dejó a la vista. Ella sintió el horror, el miedo que la consumía; nunca pensó que lo iba a volver a ver.

—Marc...—susurró, y su labio inferior temblaba— ¿Qué le has hecho a mi hijo? —exclamó con la poca fuerza que tenía.

—Lo que lamentablemente te haré a ti mi querida —murmuró lentamente. Ella recordó su voz, siempre tan apacible y delicada. Él rozo suavemente su rostro, y sonrió con tristeza; ella notó rápidamente los dientes, sus colmillos afilados—. Tú siempre serás mi reina hermosa, pero...—Ahora sonrió de manera tenebrosa— en estos momentos más que nunca, amo todo de tí, y tu sangre me está volviendo loco —inhaló— ¿Cuáles serían tus últimas palabras antes de morir querida? —dijo entre dientes, frunciendo el entrecejo y apretando su mandíbula.

— ¿Cómo es que estas vivo? —fue lo que pudo formular ella. Sus dientes castañeaban y sentía el frío arroparla. Ella lo que más quería era ver a su criatura, quería gritar y pedir ayuda; pero el dolor en su cuerpo era muy elevado que sentía que se iba a desmayar.

La noche me resucitó...

En aquella extraña ciudad #Dosenuna2016 3er lugar en el concurso Donde viven las historias. Descúbrelo ahora