Capítulo III

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La oscuridad cubrío toda la ciudad, mientras que la niebla la arropaba. El frío que había dejado la lluvia entumecía los huesos de las personas, y hacia castañear sus dientes. El viento elevaba con facilidad las hojas que caían de los árboles, así como el gran abrigo de Peter Blake que se iba hacia un lado.

Caminar por las calles a oscuras le daba la gracia de pensar en su trabajo, y en cómo volver a recuperarlo; estaba en quiebra y tenía miedo de perderlo todo. Había salido del bar, y estaba algo mareado e ido. Sentía que la brisa se lo llevaba y hubo un momento que cayó al piso; que iba a ser de su familia sin dinero.

Escuchó unos gritos provenientes de un callejón. Sintiendo curiosidad, se acercó para ver; la peor idea que se le ocurrió. En el callejón, dos hombres eran descuartizados de la manera más atroz que él nunca había visto. Se levantó para ayudar, corrió como pudo, pero fue jalado hacia atrás. Se golpeó la cabeza y al abrir los ojos todo estaba borroso, solo notó una persona vestida de negro que tomó su mano de manera brusca, y la sujetó en una reja con unas esposas. Estaba mareado, sin fuerzas y absorto por el alcohol; vomitó sin contenerse.

Te quedas aquí —le susurró el hombre al oído. Su voz hizo que volviera a subir su cabeza; reconocía esa voz.

Lo que presenció después, fue ver al hombre vestido de negro morder, desgarrar y perforar partes del cuerpo de ambos hombres; lo hacía de manera rápida y sanguinaria, como si estuviese ansioso; lo peor de todo era verlo saborearse al probar la... ¿sangre? Aquello hizo que él volviera a vomitar. Quería irse, correr, pero las esposas lo impedian. Se levantó ya con la mente completamente despierta, tratando de quitarse la esposa jalando su muñeca; pero eso lo hirió, haciendo que la carne se perforara expulsando una leve gota de sangre. La desesperación lo invadió por completo.

Sintió a alguien detrás de él, y comenzó a respirar rápidamente por el pánico. Sentía el nudo en su garganta, a punto de llorar.

—No me mates por favor —suplicó él. Las lágrimas cubrieron su rostro.

—Voltéate mi buen amigo —dijo.

Él hizo caso, pero antes de ver su rostro, primero se fijó en su ropa, elegante pero completamente manchada, subió lentamente la mirada hasta su rostro, quedando pasmado por lo que vío. Era Marc Cromwell, su mejor amigo, con los labios completamente manchados de sangre, y los ojos de un color carmesí completamente oscuros; la mirada de él le causaba ese pánico que lo hacía temblar, era el diablo en persona.

—Al parecer me recuerdais viejo amigo —comentó su amigo sonriente, dejando a la vista sus dientes—, es un gusto verte —le extendió la mano, pero él no respondió al saludo—. Bien...—Retiró la mano—. Nunca pensé que te iba a encontrar por aquí, desamparado y sin dinero; que diría Layla si estuviera viva. Lástima.

Al escuchar el nombre de su esposa una punzada pego en su pecho.

— ¿Qué le hicisteis a mi esposa cabrón? —gritó él exasperado y preso del pánico.

—Ay Peter, me dí cuenta que cuando amas a una persona, amas cada parte de ella y Dios... su sangre, aún la recuerdo entré mi paladar —suspiró, saboreándose los labios.

— ¡No! —chilló. Luego se arrodilló.

—Ahora veo que no puedes hacerme nada ¿verdad? —espetó él fuertemente—. Maldito e inservible humano. Morirás, así como cada persona me vio morir a mí.

Marc fue directo a su muñeca, mordió con todas sus fuerzas y él sintió el dolor agonizante. Los colmillos traspasaban la piel, y él sentía el calor del veneno, el dolor feroz que sentía que lo iba a matar. Sintió como perforaba el hueso, hasta el punto llegar a romperlo. Sin más fuerza cayó al suelo, subió su brazo y miró cómo su mano se había desprendido, dejando una gran hilera de sangre salpicar todo el brazo y salir sin parar. Marc había cortado la mano con ayuda también de una navaja que brilló bajo el foco que poco alumbraba.

—Termina con esto Marc —suplicó él. Su vida había comenzado a ser un caos, y sin su más apreciada familia, como según dijo Marc que había matado, ya él no quería vivir.

—Eso haré amigo —respondió Marc en un suspiro; parecía ansioso— ¿Recuerdáis cuando juré venganza por lo que me hicieron? —Preguntó, pero él no respondió— ¡Pues aquí esta! —gritó

Elevó la navaja, para luego bajarla rápidamente, introduciendo la arma en su abdomen; sintió dolor insoportable, pero no gritó, solo se adentró a la agonía. Marc hizo lo mismo una y otra vez, rápidamente y con fuerza. Él se dejó llevar por el sufrimiento, para luego cerrar los ojos y ver la oscuridad de la muerte.

En aquella extraña ciudad #Dosenuna2016 3er lugar en el concurso Donde viven las historias. Descúbrelo ahora