La telenovela del proceso de formación de gobierno

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España, un rico país lleno de oportunidades y donde todo el mundo tiene cabida. O eso fue antaño, tal vez, cuando la política era considerada una carrera seria que era estudiada por gente con grandes capacidades y conocimientos, cuando los políticos eran respetados. Aunque sea difícil de creer, sí, una vez España fue así. Vamos, digo yo, porque si no, estamos algo jodidos.
Y ahí estaba el país en el que taurinos y anti-taurinos acabarían algún día provocando una guerra civil, tras las elecciones generales más desastrosas de toda su historia. Desde luego, tener que elegir entre cuatro opciones no se le daba muy bien a estos españoles. Lo siento, Garzón, pero no participaste en el debate a cuatro y ni siquiera tuviste base en el rap de Keyblade, así que... vuelve a Zamora, esa pequeña aldea que aún te quiere, o al menos la mayoría.
En esos momentos, pues, Pedro Sánchez, el secretario general del PSOE y nuestro protagonista, se encontraba sumergido en la más profunda desesperación. ¿Por qué? Seguro que quieres saber porqué. Bien, joven padawan, resulta que quería ser presidente del gobierno. No porque quisiese apartar a Rajoy del poder ni porque buscase reflotar el país, solo quería hacer algo con su vida, algo grande. Sin embargo, el amor oculto que mantenía con Pablo Iglesias, secretario general y fundador de Podemos, lo ponía en una situación comprometida. Él necesitaba el apoyo tanto de Podemos como de Ciudadanos para aspirar a la presidencia, pero desde la ruptura de Pablo Iglesias y Albert Rivera, el secretario general y solo secretario general de Ciudadanos, había hecho que ambos políticos se negaran en público a formar parte del mismo bando. Entonces, Pedro tuvo la brillante idea de pactar con Albert a escondidas de España y de su greñudo amante.
-Alberto Carlos Rivera, quiero tus escaños -dijo el socialista con voz ronca y seductora.
-Abandona a Pablo y te los daré todos.
-¡No puedo! Yo lo amo, más incluso que a mi mujer tapadera y a los hijos que tuvo con el jardinero.
-Entonces márchate, páctare con el PP.
-¡No! ¡No te vayas con Rajoy! ¡No caigas en la derecha! ¡Vente conmigo a la izquierda!
-¿Dejarás a Pablo por mí?
-Lo dejaré, pero dame tus escaños.
-Son tuyos. Al igual que yo.
-Genial. Ahora -Pedro sacó un contrato de grosor similar a un libro de Juego de Tronos-, firma aquí y pon tus iniciales ahí para que podamos hacerlo oficial. Toma, un boli del PSOE para que firmes.

En la intimidad de su sede, el secretario general de los socialistas se preguntaba qué había hecho, ¡había engañado a Pablo!
-¿Por qué? Se supone que yo amo a Pablo, él es mi alma gemela, no he podido olvidarlo desde esas miradas que compartimos durante el debate a cuatro. Y aun así, ¿qué es eso que brilla en los ojos de Albert y que tanto me cautiva? ¿Cómo puedo amarlos a los dos? Ser o no ser, he ahí la cuestión.
-Oh, lo siento -se disculpó José Luis Rodríguez Zapatero apareciendo en la sede como Pedro por su casa, nunca mejor dicho, y llevándose el CD que se estaba reproduciendo en el radio casete-. Necesito esto, discursos versión Hamlet, tal vez algún día vuelva a la política.
-No, no lo hagas, por favor, ya jodiste sufieciente España.
-Y dale, ¿cómo iba a saber yo que la burbuja inmobiliaria explotaría? ¿Desde cuándo las burbujas explotan?
Las palabras del expresidente calaron en el corazón de Pedro: las burbujas explotan. Quizá su relación con Pablo no había sido más que eso, una burbuja, e iba a explotar de un momento a otro. Entonces, tomó la decisión más importante que tomaría en toda su vida.

-¡Tú! ¡Canalla! ¡Casta! ¿Cómo has podido aliarte con Albert? -habló Pablo mordiendo un pañuelo en plan drama-. Jamás pensé que serías capaz de hacerme algo así.
-Lo siento, Pablo, pero os necesito tanto a él como a ti. Ven, olvida tus diferencias con Albert y únete a nuestro pacto.
-No, no pienso aliarme con alguien como tú ni tampoco con Albert. Me has decepcionado, Pedro.

Así pasaron y continuaron los días durante el interminable proceso de formación de gobierno. Dentro de Podemos, tanto Íñigo Errejón como los demás anónimos del partido le insistían a su secretario general que pactase con el PSOE y Ciudadanos, pero él seguía negándose. Ni siquiera las indirectas extrañamente directas que Pedro le mandaba en sus discursos lo moverían de su sitio. Él ya no le amaba y no volvería hacerlo. Y todas esas acusaciones de que lo stalkeaba eran falsas, ¡falsas! A esos testigos los había manipulado alguien, Rajoy posiblemente, y esa orden de alejamiento no era real, al igual que los escaños de Izquierda Unida.
-¡Pablo! -lo llamó Pedro con su sensual voz.
-¡Déjame! ¡No me mereces!
-¡Abandonaré a Albert si me lo pides! ¡Pídemelo y pactemos!
-¿Cuántas veces tendré que decirte que no? Si Albert está ahí, a dos metros de mierda.
-Sostengo unas ramitas por algo -se quejó el de Ciudadanos-. Solo fingid que no estoy aquí.
-¡Vete a la mierda, Pedro!
El líder de Podemos se alejó de allí corriendo con dramatismo y una cebolla en sus manos, ya sabes, para poder llorar.
-Otra vez hemos fallado.
-¿Pasamos al siguiente plan? preguntó Albert.
-No tenemos más, solo hicimos hasta la Z.
-¿Y qué hacemos?
-Busquemos ayuda en otros partidos, solo así terminará esta tortura.
Sin embargo, nuestro protagonista no tenía razón, para no variar. El proceso de formación de gobierno no acabó nunca y España permaneció mucho tiempo con este en funciones, pese a las exigencias de Alemania y los otros desconocidos países que conformaban la Unión Europea. De este modo, los españoles demostraron que podían hacer telenovelas más extensas que los venezolanos.

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