Capitulo I

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Nueva Esperanza.

Era un día nublado en Nueva York, el día estaba gris y la gente desanimada, ¿y cómo no estarlo? Decenas de asesinatos llenaron de pánico la ciudad éstos últimos meses. Todos tenían miedo de salir. Hasta el hombre más musculoso y grande podía ser víctima de un homicidio en cualquier momento, incluyéndome. Los niños ya no salían a la calle a jugar desde que la tasa de secuestros aumentó drasticamente este año. Iba en taxi hacia mi trabajo, el Departamento Policiado de Nueva York (DPNY). Hace unas semanas habían secuestrado, torturado y asesinado a nuestro mejor detective. Todos aún estábamos conmocionados. Él era muy querido gracias a su generosidad y su carisma. Pero, cosas malas le pasan a la gente buena, y no había mucho que hacer para evitarlo. Le pagué al taxista y me bajé del coche, abrí la gran puerta gris del edificio y entré, encontrándome con todos de un lugar para otro, agitados.

— ¡Hey, Henry! — habló Ford, mi compañero. — ¡Te habla el jefe!

Asentí con la cabeza desde el otro lado del pasillo, a lo que el sonrió sin ánimos y siguió con su camino. Caminé a velocidad media hacia el pasillo del señor Blake, mi jefe. Toqué tres veces, y en cuánto escuché su voz autorizarme la entrada, pasé.

— ¿Me necesita, señor?

— Si, Henry...siéntate.— dijo él con esa voz ronca llena de tristeza.

— No te he visto en el funeral de Tom...— dijo con el ceño fruncido mientras buscaba unos papeles.

— Oh...No he ido. — suspiré. — No me encontraba en buen estado.

— Entiendo...Nos tomó por sorpresa, ¿a que sí? Su madre sigue...muy mal.

El señor Blake era el padre de Tom. Siempre mostraban una actitud muy profesional en el trabajo, evitaban llamarse padre e hijo, por lo que los demás no sabían de su relación. A excepción de mí, ya que era muy cercano a su hijo.

— Si...— solté un sonoro suspiro — Aún me cuesta asimilar que ya no esté...

Hubo un leve silencio. Ese silencio que se forma después de hablar de algún fallecido. Segundos después, el señor Blake sacó una carpeta llena de hojas y me la entregó deslizándola sobre la mesa. La tomé. El se recargó en su silla y me miró fijamente, esperando a que lo leyera. Decidí no hacerle esperar más y leer aquellas hojas. Lo primero que ví al abrir la carpeta, fué a una chica.

— ¿Jennifer...Black? — fruncí el ceño, mirándole.

— Sigue leyendo...— dijo él, lentamente. Obedecí. — En voz alta, por favor.

Suspiré, cerré los ojos con fuerza, y al abrirlos unos segundos después, comenzé a leer en voz alta.

— Jennifer M. Black, 23 años, también conocida cómo La Deduccionista, es la mejor detective de la historia, conocida cómo la versión femenina de Sherlock Holmes gracias a su actitud de sociópata, y su capacidad mental de leer grandes cosas de cosas pequeñas...

Alzé la mirada y miré fijamente al señor Blake, quién me miraba con una pequeña sonrisilla nostálgica.

— Ella, Henry, puede ser nuestra salvación...— se puso de pie y comenzó a caminar por su amplia oficina — Cómo bien dice ahí, es la segunda Sherlock Holmes. Puede reconocer a un ciclista por sus pies, y a un abogado por su corbata. — sonrió él, fascinado.

— ¿Y porqué me está diciendo ésto?

— Porque mañana llega aquí, a Nueva York, y necesito que tú la protegas.

Abrí la boca para responderle, pero no tenía argumentos suficientes para hacerlo. Negué con la cabeza y los ojos cerrados, y pregunté.

— ¿Porqué tengo que protegerla?

— Porque puede ser un blanco fácil, al igual que Tom lo era.

— Ahí dice que es una sociópata...— dije apuntando con la cabeza a la carpeta.

El señor Blake me miró fijamente, a lo que alzé las manos y asentí repetidas veces con la cabeza. Tomé la carpeta, y me dirigí a mi oficina, no sin antes despedirme de Timothy, mi jefe. Suspiré pesadamente y arrojé la carpeta a mi escritorio. En eso, Ford entró riendo.

— ¿Qué pasa, hombre? ¿Te ha dejado la novia? — rió.

— No, algo mucho peor...

— Venga, dime. — escuchó él atentamente.

— Me ascendieron...— al decir esto, Ford sonrió inmensamente — ...a niñero.— completé lanzándole la carpeta.

Ford la atrapó y se dispuso a leer. Con la boca abierta, me miró. Comenzó a reír burlón.

— Henry, ¿que no la estás viendo? — dijo poniéndome una foto de ella en la cara.

— No seas un imbécil, estoy con Elizabeth, Ford.

— Bien...Entonces yo la pido. — dijo moviendo las cejas repetidas veces.

Reí para mis adentros. Ford se despidió de mi y salió de mi oficina, volviendo a la suya. Tomé los papeles de nuevo y los releí. La foto da la tal Jennifer fué tomada a distancia, por lo que no podía verla muy bien..

— Supongo que tendré que esperar a mañana...

Terminé con mis trabajos pendientes, hice algunas llamadas, y mandé a varias patrullas a ciertos lugares. El día se me había pasado muy lento, lo único que quería hacer era volver a casa con Eli y caer en un profundo sueño. Salí del edificio, no sin antes despedirme de todos. Salí con una caja llena de casos sin resolver, y pedí un taxi. En seguida se paró uno frente a mí.

— A la quinta avenida, por favor.

Subí al taxi, reposando la caja a un lado mío. El coche avanzó, acercándome cada vez más a mi destino...Sentí un profundo sueño, mis ojos se hacían cada vez más pesados y mi cabeza se inclinaba hacia un lado...

(...)

— Disculpe, señor...— escuché decir— Señor...

Sentí una mano agitar mi hombro, a lo que desperté de golpe, espantándole. Suspiré pesadamente, le pagué y salí. El taxi se fué. Metí la mano en mi bolsillo y saqué una llave, la observé, y era la del casillero dónde metía los casos no resueltos...Espera...

— ¿Dónde está la caja? — susurré mirando a mi alrededor.

Corrí y paré en seco justo en medio de la calle, dónde comenzé a girar para ver si visualizaba al taxista. Pero no, se había ido.

— ¡Maldita sea! — grité enojado.

El sonido de una bocina de coche me espantó, sacándome de mis pensamientos. Me dí la vuelta y ví un coche negro esperando a que me quitáse. Me disculpe alzando la mano y me quité del medio de la llave...Suspiré frustrado, y abrí la puerta de mi casa. Elizabeth, mi novia, se encontraba en el salón, viendo la tele.

— Buenas noches, amor...— dije rendido.

— ¡Hola, amor! ¿Cómo te ha ido? — dijo ella alegre.

Sonreí falsamente, y sin decir palabra me dirigí a mi habitación. Me quité la ropa negra y me puse mi pijama. Me lanzé a la cama y cerré los ojos dispuesto a caer muerto, pero no podía dormir. Una sensación inquietante me había inundado por completo. En ese momento, no sabia que había sido ella. Eli entró abriendo lentamente la puerta, me senté en la cama y estiré la mano, ella se acercó más confiada y la tomó, se sentó en mis piernas.

— ¿Un mal día? — dijo ella masajeando mis hombros.

— No tienes ni idea...— dije cerrando los ojos.

— Acuéstate...

Obedecí y me acosté boca abajo en la cama, Eli se sentó en mi espalda baja y comenzó a hacerme un masaje. Pasaba sus manos por mis hombros, mi espalda, y mi espalda baja, era muy relajante. Siguió haciéndolo por unos minutos, hasta que ambos escuchamos su celular sonar. Eli se quedó quieta, y después, sin previo aviso, corrió hacia el salón y contestó.

— Si...Espera un momento...

Dicho esto, escuché la puerta de la entrada abrirse, y luego cerrarse. Probablemente había salido a contestar...

Pero, en ese momento, yo no tenía ni idea de cómo eran las cosas en realidad. 

La Deduccionista Donde viven las historias. Descúbrelo ahora