un paseo para recordar

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  Cada mes de abril, cuando el viento sopla desde el mar y se mezcla con el aroma de las lilas, Landon Carter recuerda su último año en el instituto Beaufort. Era 1958 y Landon ya había tenido una o dos novias. Juraba incluso, que ya se había enamorado. Desde luego, la última persona de la que se imaginó que lo haría era Jamie Sullivan, la hija del pastor baptista del pueblo. Jamie era una chica callada, que siempre llevaba la Biblia entre sus libros para el colegio, y que parecía contenta viviendo en un mundo aparte del resto de los adolescentes: cuidaba de su padre viudo, rescataba animales abandonados y era voluntaria en el orfanato. Ningún chico le había pedido una cita jamás. Landon nunca hubiera imaginado hacerlo. Sin embargo, un giro del destino hizo que Jamie se convirtiera en la pareja de Landon para el baile. Y desde ese momento, la vida del chico cambiaría para siempre.  

A los diecisiete años, mi vida cambió para siempre.A menudo revivo mentalmente aquel año y me doy cuenta de que, cuando lo hago, siempre me invade una extraña sensación de tristeza y de alegría a la vez. Hay momentos en que desearía retroceder en el tiempo para poder borrar toda esa inmensa tristeza, pero tengo la impresión de que, si lo hiciera, también empañaría la alegría.

EN 1958, Beaufort, situado en la costa cerca de Morehead City, en Carolina del Norte, era el típico pueblecito del sur de Estados Unidos.si depositábamos nuestra confianza en el Señor, al final todo saldría bien. Era una lección que, con el paso del tiempo, acabé por aprender, aunque no fue Hegbert quien me la enseñó.

Con los años he aprendido que la vida nunca es justa.

aquel año Jamie Sullivan iba a ser el ángel.

A pesar de ser delgada, con el pelo rubio color miel y ojos azul claro, casi siempre ofrecía un aspecto... insulso, y que conste que lo digo por las pocas veces que me había fijado en ella.creía que era importante ayudar al prójimo, y eso era exactamente lo que hacíaJamie era la clase de chica que se pondría a arrancar malas hierbas de un jardín sin que se lo pidieran,Creo que el designio del Señor era que yo lo encontrara e intentara salvarlo.A pesar de todas esas peculiaridades, lo que más me sacaba de las casillas de ella era que siempre se mostrara tan abominablemente sonriente y feliz, sin importar lo que pasaba a su alrededor.El mundo sería mucho mejor si hubiera más personas como ella.

Al verme me sonrió, obviamente encantada de que estuviera en la clase de teatro. Solo más tarde comprendí el motivo.

—Por supuesto que puedes ganar.

No quería ir solo: ¿qué pensarían los demás?Así que ahí estaba yo, hojeando las páginas del primer curso en el instituto, cuando vi la foto de Jamie Sullivan. 

Jamie ayudaba a todo el mundo; era una de esas santas que creía en la igualdad de oportunidades.—¿Te gustaría ir al baile conmigo?—Me encantaría —dijo al final—, pero con una condición. Erguí la espalda, esperando que no fuera a pedirme algo horroroso.—¿Qué condición?  —Has de prometerme que no te enamorarás de mí.

La acompañé hasta la puerta y permanecimos unos momentos fuera, bajo la luz del porche. Jamie cruzó los brazos y sonrió levemente, encantada, como si acabara de regresar de un paseo nocturno en el que se hubiera dedicado a contemplar la belleza del mundo. Jamie se giró hacia la pared, pero podía ver las lágrimas en sus ojos. Era la primera vez que la veía llorar. Creo que una parte de mí también quería llorar.

—No te pido que lo hagas por mí —alegó con suavidad—. De verdad, y si dices que no, seguiré rezando por ti; te lo prometo. Pero si quieres hacer algo por un hombre bueno que significa tanto para mí... Por favor, ¿te lo pensarás?Aquella era su palabra favorita: maravilloso.—Deberías estar agradecido por ser tan afortunado.—Lo conseguirás —me aseguró Jamie.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque he rezado para que así sea.—¿Te gusta o te entristece?
—Ambas cosas.

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