Ahí va, caminando por los pasillos de la escuela con su mochila «que luce bastante pesada» al hombro y unos cuantos libros entre sus brazos. Con sus cabellos alborotados ocultos en una discreta cola de caballo. Nadie se detiene a mirarla ya que se ve como la típica nerd del colegio.
Lástima que la mayoría de los que notan su existencia estén allí solo para complicársela; le hacen zancadillas, la empujan o simplemente se dan la delicadeza de reírse en sus narices, con algún chiste acerca de su vestimenta de por medio. Ni se inmuta. Ya se ha acostumbrado. O, mejor dicho, mal acostumbrado.
Cada día es igual al anterior, entrar a clases, pasar por el corredor esperando no caer ni hacer el ridículo, unas horas más en el aula y regresar a casa. «No hay nada como el hogar» pensaba a diario.
Su vida estaba resumida en solo dos cosas: la escuela y su casa. De su casa iba a la escuela y de la escuela a su casa. En realidad, sí había algo que se le escapaba. No un algo, sino un chico.
Jonathan Báez, un estudiante de su instituto. Compartían la misma aula, aunque cree que él ni siquiera sabe de su presencia. Cada día entra al curso y va directo a su banco en la última fila del medio y desde allí lo espía.
Una vez casi desaprueba un examen por haberse hipnotizado contando los lunares que surcan su mejilla.
Si sumara su reputación más la locura esquizofrénica que siente por ese chico la encerrarían en un manicomio, quizás es un pensamiento muy extremista, pero todo es posible.
Aún le queda este año y el que viene para terminar la secundaria y con ella sus horas de acosar a su Jonathan. Empezaría la universidad y buscaría trabajo, como toda persona hace. Pero antes de que todo esto suceda quiere una cosa, solo una cosa. Una cita.
Suena desesperado y lo sabe, pero «según su psicólogo» es típico de la edad.
La verdad es que no se le da muy bien el hablar con chicos ni tampoco el hacer amigos, pero esa es una historia diferente.
Sinceramente nunca había tenido un novio. No hasta ahora. Su fe es fuerte pero sus esperanzas ya están por los suelos.
Con una nube abrumadora de cálculos matemáticos rodeando su cabeza se distrae y choca contra alguien derribándolo y desparramándolo todo, unos libros por aquí, los anteojos por allá. Todo el mundo comienza a carcajearse a su alrededor mientras busca a tientas sus gafas. Todavía no se ha fijado a quién acaba de voltear. Unas manos solidarias le acercan los anteojos y se los pone. Esas mismas le ayudan a levantarse y recoger sus pertenencias.
- Gracias por ayudarme y disculpas por haberte empujado. Soy una torpe.
- Pero no, querida, los exámenes pueden marear a veces. Soy Laura - dice dándole un beso en la mejilla - ¿Vos cómo te llamás?
- Eh... soy Mi-Micaela - tartamudea - Perdón es que no acostumbro a hablar ni nada de eso - «En realidad es porque nadie lo hace conmigo» piensa.
- Oh, entiendo, ¿a qué curso vas?
- Quinto ''A'', ¿y vos?
- Al mismo, recién me dieron el pase de mi antigua escuela. Resulta que me mudé hace poco a acá Concordia con mi padre y este es el único instituto que tenía banco disponible a estas alturas. Así que seremos compañeras - dice con una sonrisa de oreja a oreja. No recuerda la última vez que alguien le sonrió así.
- Cierto, así nos conoceremos mejor. ¿De dónde venís?
- De Rosario, Santa Fe. ¿Vos?
- Soy de Federal, queda a unos cuarenta minutos de acá
- Oh, qué bueno, me contaron que es lindo esa ciudad. Bueno, nos apuramos porque vamos tarde para la clase de Matemáticas.
- Tenés razón, vamos.
Alrededor de las siete de la tarde, se despide de su nueva amiga y va directo a la computadora. Navega por las redes sociales buscando a Laura Cardozo.
Tras cinco minutos en internet la encuentra. Alta, pelo a la altura de los hombros color castaño claro, que resaltan sus ojos color miel. Piel blanca como la nieve. Tal como la vió. La chica perfecta. No, en cambio como ella. Mide uno cincuenta y cuatro, no se considera gorda pero tampoco flaca, con su pelo negro hasta la mitad de la espalda y su piel dorada por el sol. Usa anteojos, (de vez en cuando se los saca, pero se siente insegura sin ellos).
Se siente bien con ella misma, no se mata de hambre ni se hecha dos kilos de maquillaje en la cara, pero en algunos puntos se cuida. Sin embargo, cuando se compara con alguna chica de su escuela siempre termina poniéndose en lo más bajo de todo. Algún que otro dirá que es lo que genera la sociedad de hoy en día. Tal vez lo es o tal vez no. Ese no es el punto. Aunque la cuestión termina con la misma conclusión; le da igual. La única opinión que busca es la de ella y la de su abuela. Ya que sus padres habían fallecido en un accidente de tránsito.
Bueno, su padre.
Volvía del trabajo en colectivo, en ese entonces habían vendido el auto que tenían, en una curva los frenos no respondieron y al ser muy cerrada volcó y el tanque de gasolina estalló, simplemente eso. Según la policía no pudieron reconocer el cuerpo, todos estaban... incinerados.
Pasados dos meses de tratamientos con psicólogos y psiquiatras mi madre tomó la decisión de reunirse con él y se bajó un envase completo de somníferos.
José, su hermano, y ella fueron a vivir a lo de sus abuelos.
Una tarde de sábado, se habían ido a hacer las compras y José quedó a cuidar la casa. Cuando volvieron lo encontraron balanceándose inerte en el medio del comedor. Habrá tenido unos dieciocho años.
Por supuesto dejó una nota que explicaba que era porque extrañaba a sus padres y que ya no soportaba más el dolor, por eso decidió simplemente dejar de respirar. Explícitamente eso. Nunca fue buena con las emociones, pero aseguro que esos meses de tanta muerte le dolieron como nunca. Con el tiempo decidió seguir con su vida adelante porque
La única familia que le queda son sus abuelos paternos.
Ya caído el día, Micaela se va a dormir, mañana le espera un largo día. Recién está comenzando el año y ya tiene previstos un examen de biología el lunes que viene.
Ésta es una de esas noches en las que gira de lado a lado de su cama sin poder conciliar el sueño. El problema siempre es el mismo: un pensamiento. Corrijo: "El pensamiento". Y no, no es Jonathan el dueño de su insomnio, no de esta noche por lo menos. Sino que es la idea de ver su vida pasar, el no haber hecho nada. Absolutamente nada. Es trágico, muy paranoico quizás.
Ya le ha dado varias vueltas a la situación buscando excusas. «Tu deber es solo estudiar» se defiende. «Siempre hay tiempo para algo más que estudiar y hacer tareas» recrimina su conciencia. «Cuando vaya a la facultad tendré más tiempo». «¿Y si las cosas no salen como esperás? Ahí ya no tendrás más tiempo» contraataca su voz interior.
O tal vez es solo la adrenalina de tener una nueva amiga. El solo hecho de pensarlo le estruja las tripas y le provoca cosquilleo en el pecho.
Consigue dormirse luego de varias vueltas.
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Tez Morena
RomancePiensen en la historia de amor típica, ahora imaginenla en la vida real. Ese es el sentido de la historia. Un dilema. La típica historia de amor de princesa pero con un toque de realidad