Capítulo 2

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El despertador, como es habitual, suena a las siete de la mañana. Lo normal sería que sonase a las nueve o diez. La razón para esta atrocidad no es la limpieza matutina ni nada de eso, sino que a comienzos de año decidió ponerse en forma para su fiesta de egresados del año entrante.

Esto es así, se levanta, lava sus dientes, peina su cabello y se viste en ropa de deporte preparada para la acción.

Su rutina de ejercicios es simple y eficaz. Unas sentadillas por aquí, unos abdominales por allá, unas cuantas flexiones y para rematar una vuelta a la manzana trotando. Siempre termina exhausta, sin aire y sudada de pies a cabeza. Literalmente.

Se conforta con la idea que se acostumbrará con el pasar de los días.

A todo esto, son alrededor de las diez de la mañana. Sus abuelos le replican que está exigiendo demasiado su cuerpo, principalmente su abuelo. «Estás bien tal como estás» le decía. «Abu, es que quiero estar bien para la recepción, la belleza puede doler a veces» bromea, siempre intentando sacarle una sonrisa a su abu Mario.

Desde muy chica se fascinó con su sonrisa, le parecía magnífica. Perfecta. Así que cada vez que podía hacía alguna monería o chiste solo para ver esa dentadura blanca como el papel.

Devorado el almuerzo preparado por su abu Yaya, la chef de la casa, le queda bastante tiempo libre, por lo que avoca dicho espacio para chequear sus redes.

Esto la encuentra desprevenida: un mensaje. ¿Cuándo fue la última vez que alguien le envió un mensaje? Cuando murieron sus padres puede ser, lo siente tan lejano que la sensación le provoca un escalofrío.

Es Laura.

"Mi misteriosa nueva amiga, ¿puedo pasar a buscarte? Mi padre nos llevará en auto si lo deseas. Pero antes debés decirme tu dirección, (claro, o sino cómo va a saber dónde vive), Besos, Laura".

Eso es raro. No el hecho de que haya recibido un mensaje, sino que aún no la conoce y ya la quiere pasar a buscar. Por no despreciar contesta.

"¡Hola, Laura! ¿No vas a secuestrarme verdad?"

Piensa por un momento si habrá sonado muy emocionada o algo, pero lo descarta enseguida.

"Ja, ja, ja, no tontuela solo te ahorro la plata del pasaje de colectivo"

Reflexiona un segundo y escribe.

"Está bien, si vos decís..."

Y le envía su dirección.

Tras veinte minutos llega su nueva-súper-híper-mega-master-mejor-amiga-en-el-mundo que acaba de conocer, corrijo, aún no conoce, pero ya la viene a buscar.

Eso es una de las cosas que tiene a favor, a todo le encuentra un lado cómico. Si tan solo se pararan a escuchar una, solo una, anécdota de esas que ella relata a diario que te hacen reír hasta las lágrimas. Se divertirían, eso es seguro. «Ellos nunca me dieron la oportunidad, yo nunca la pedí, ¿qué se le va a hacer?» los justifica. En fin.

— ¡Hola Micaela! — dice Laura totalmente eufórica.

— Hola, Laura, si vas a raptarme que sea rápido e indoloro — le dice con una total seriedad que su amiga comienza a reírse como si se les fueran a salir los pulmones del lugar. Seguramente no esperaba tal respuesta.

— Micaela, Dios, se ve que sos muy simpática, eso que apenas estuve unas horas con vos.

— Lo sé, suelo provocar ese tipo de coas en la gente —dice con un ademan de hacer el pelo hacia atrás con una cara sexy forzada.

— Cielos, que idiotas esos que te molestan.

— Sí, bueno, ellos se lo pierden.

— ¿Te parece si salimos ahora?

— Dale, déjame cambiarme y vamos.

No hay lugar para una charla concreta más que un simple "hola, ¿cómo te llamás?, ¿viste que raro el clima?", ya que de su casa a la escuela son solo ocho cuadras.

Parece que nada ha cambiado, solo hecho de que hasta ayer estaba completamente sola y ahora tiene una amiga de verdad. Todos siguen sin notarla, los típicos que la insultan. Normal.

Acaba de caer en la cuenta de algo, Laura está en peligro de convertirse en objeto de bromas e insultos ahora también. Con tan solo caminar dos pasos al lado mío por voluntad propia es una condena de muerte segura.

Acelera el paso para dejarla atrás y salvarla del infierno que le espera. Pero Laura, que es de piernas largas, en unos cuantos pasos la alcanza, la toma del codo y le pregunta si está todo bien. Micaela, sin más, le advierte de los peligros de ser amiga de ella con una seriedad tal que en otro escenario se lo hubiese creído. Pero ésta no es esa ocasión. Larga una carcajada estrepitosa que ya media escuela la ha escuchado y la miran como con miedo. Realmente esa risa suena como la de los psicópatas en las películas de terror. O las películas de personas que quedan mal psicológicamente. Podría ser ambas.

Micela la mira con aire confuso pensando «no sabes a lo que te enfrentas». La frase suena tan dramática en su cabeza como también sería si la dijera en voz alta, se plantea el hecho de dejar de leer un poco. Hecho que descarta casi al instante que sale de su cabeza. Puede ser que la soledad y toda la marginación la esté dejando un poco chiflada, pero así es feliz.

Su compañera, al no encontrar señales de que efectivamente sea una broma en la cara de su seria amiga. La comisura de sus labios se deformó hasta formar una expresión de desconcierto.

Ambas se quedaron mirando a la otra sin nada que acotar por un largo rato. Suena el timbre. Podríamos decir que el término "salvado por la campana" se aplica en esta situación.

Primero, el saludo inicial. El rector nos dice las noticias del día, recomendaciones, bla, bla, bla. Ahora, sí, al aula.

Micaela camina apresuradamente, subiendo escaleras, torciendo a la derecha y atravesando sin frenar la puerta. Se acomoda en su silla. Laura, al rato, se detiene a un paso de ella y escoge el asiento de adelante suyo.

Martes, aún no les han dado los horarios de las materias, con todo el tema de los paros, las protestas y todo ese rollo están complicados con la organización de la institución.

A veces se cuelga pensando en la falta de orden que tienen los preceptores, celadores llamados antiguamente, con respecto a las inscripciones de los alumnos, las notas, todo. Pero luego ese pensamiento se esparce al pensar que no se puede ser perfectos en la vida y que todos tenemos una manera única de ser, una idea bastante cursi, filosófico diría su profesor de filosofía. Aunque tiene una veracidad concreta, tan concreta como que uno más uno es dos.

Muchas veces se contradice con lo que piensa porque al nunca dar su opinión de las cosas se le arma un quilombo en la cabeza y olvida sus ideales principales. Su psicólogo no le ayuda mucho que digamos.


Tez MorenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora