Suspiro. Continúas con la espalda apoyada contra el muro, esperándome diligentemente mientras tratas de calentar tus manos en los bolsillos del largo suéter negro que alguna vez no tuvo agujeros. Que alguna vez fue radiantemente nuevo, como tu sonrisa.
Tu oscura figura esbelta se reclina, con el trazo blanco de la luna encima. Y todo pareciera en perfecta calma a tu alrededor, flotando como el vaho que sale de tus labios. Tu porte sigue siendo grácil, a pesar de pasar estos últimos años arrodillándote ante los demás.
Cuando escuchas el motor del auto no haces más que voltearte y subir, apenas mirándome. Esforzándote por no darme a notar que tiemblas levemente y no sólo de frío. Tus dedos están helados cuando colocas los billetes en mi mano, tus labios en una línea seca y fina. Sabes qué sigue después de esto. Y que lo mismo te espera mañana, y pasado mañana, y el día siguiente; hasta donde la sombra de tu orgullo pueda resistir sin desvanecerse.
Sabes, pensé que te irías mucho antes. Cada noche, antes de frenar ante el callejón, espero internamente que ya no estés ahí. Y al mismo tiempo, tengo un deseo visceral de que seas mío hasta el resto de los tiempos. De que al final de la noche no tengas otra opción que bajarte del auto y esperarme en el asiento de atrás. De que tus manos me reciban juntas, preparadas para ser atadas, y que tus piernas hagan lo contrario y el que termine atado por ellas sea yo. De que sea tu último cliente de la noche. Y que eso me convierta automáticamente en el mejor.
No sé cómo haces con los demás, pero eres siempre tan callado conmigo, ignorando el obvio impedimento de la mordaza. Como si en serio te desagradara tanto como lo aparentas. Como si yo fuera responsable de tu decisión. Me miras con furia. Te vienes con rabia. Mis noches terminan con el espectáculo que sucede en el fondo de tus ojos. Siempre de un azul chispeante, que irónicamente raya en la pureza.
Porque aún hay fuego en tu alma. Aún hay vida en tus sueños.
¡¿Qué haces aquí?! Pienso. Quiero sacarte a patadas del auto y al mismo tiempo abrazarte hasta que duermas y las profundas ojeras desaparezcan de tu rostro.
Maldigo y agradezco por tu presencia. Me lleno de alivio cada vez que paso la boca por tu cuello y siento el pulso que bombea contra mis labios. Te siento real. Te siento mío, incluso si sólo es por una hora, una vez al día.
Pero me siento tirano. Porque sé lo que haces el resto del día. Porque en mí vive el eterno deseo de acabar con todos los que te tocan, y sin embargo sigo recibiendo los billetes arrugados que colocas en mi mano.
Me siento el maldito más afortunado del mundo. Megusta estar cerca de ti. Incluso cuando no nos decimos nada. Incluso cuandotodo se limita a tocarte sin que la acción sea recíproca. Y sólo sería másfeliz si confirmaras que no te desagrado tanto como aparentas.
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Drabbles
FanfictionDos historias que pretenden ser narradas por Shannon. Una desde el punto de vista de un adolescente de Louisiana, otra desde el de un proxeneta.