Piropos de obrero

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Para Genos Saitama era su maestro pero también muchas otras cosas.

Saitama era fuerte, admirable, un héroe que merecía todos los honores y desde aquí en confidencia también pensaba que tenía su punto atractivo.

Por todo aquello cuando su sensei le dijo que trabajaría durante un par de semanas como peón en un obra cercana no daba crédito a lo que oía.

―Ya sabes cómo está esta ciudad, derruida por todas partes, mucha de esta destrucción lleva mi firma de una forma u otra. Piénsalo como un acto heroico, además no es un trabajo gratis y hay facturas que pagar.

―Sensei, si el dinero es un problema usted ya sabe que...

El cyborg se vio obligado a callar su frase cuando recibió una mirada indignada.

La misma mirada de indignación que le puso aquella vez en la que le informó de una oferta de champú en el supermercado de la esquina.

Cuando Genos se mudó a aquel pequeño apartamento para aprovechar al máximo las enseñanzas de su maestro se ofreció a pagar la renta del piso arrojando un fajo de dinero bastante contundente sobre la mesa.

En esos momentos pensó que aquel movimiento había sido decisivo para que el mayor le permitiera quedarse, por lo que había sido bastante desconcertante que veinte minutos después Saitama le hubiese dicho que recogiese aquel fajo de billetes y lo guardara para otra cosa más importante.

"―Debes tener muchas ganas de vivir aquí si incluso pensabas pagarme. De las facturas y esas cosas me ocupo yo."

―No, Genos. Ya tengo suficiente con que vayas limpiándolo todo a pesar de que te he dicho que no hace falta.

―Pero...

―Ni peros ni peras, no hay nada más que hablar. No te estoy pidiendo permiso.

Era extraño ver a Saitama con aquel semblante serio, con la mirada penetrante y los labios apretados en una línea recta, hasta ahora solo había visto esa expresión de determinación cuando había alguna oferta a punto de acabar o cuando en televisión salía alguna amenaza que le diera esperanzas de una buena batalla.

Y así es como nuestro dúo dinámico fue hasta el lugar de la obra al día siguiente, uno a cumplir con su deber y otro como un innecesario guardaespaldas.

Un hombre bajito con la cara marcada por el acné de su época adolescente bajó a recibirles, gruño unas cuantas indicaciones en la dirección de Saitama, le pasó un casco de seguridad y un mono reflectante manchado de pintura.

Aquel hombrecillo gruñón era el capataz, en el camino Saitama le había contado el perfil de aquella persona. No era la primera vez que trabajaba para aquel hombre, por lo visto antes de formar parte de la asociación de héroe casi todos sus ingresos provenían de aquello, su prodigiosa fuerza le hacían un obrero a prueba de bomba y aunque el capataz no era alguien agradable pagaba bien y siempre le tenía un hueco para trabajar cuando lo necesitaba.

Saitama se colocó el mono sobre la ropa, se ajustó el casco y se despidió de Genos para entrar en el lugar de construcción.

El cyborg se quedó allí un poco descolocado, sin saber muy bien qué hacer cuando el capataz que aún no se había movido del sitio le llamó la atención.

―Tienes unos brazos fuertes.

Saitama localizó con la mirada a su discípulo, el chico parecía estar conversando con el capataz que le estaba palpando el metal de los brazos. Se rascó la cabeza y siguió a lo suyo moviendo una viga de puro acero de un andamio a otro. Una voz grave le llamó la atención.

Segunda infanciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora