LAS MONTAÑAS GAFRELAS

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Cuando entré en las montañas me sentía perdido y desorientado.
Sin saber a dónde ir, me adentré en las cumbres llenas de nieve, con gran esfuerzo andaba, no muy rápido pero lo hacía.
Una nube avanzaba por el camino sin detenerse, y moderé el paso.
Una tormenta de nieve cayó sobre mí, intente aguantar pero la nieve era dura y cada copo que caía me hacía daño.
Con el rostro congelado luché por seguir en pie, ya cuando creía que era mi fin me desmayé y antes de hacerlo vi una sombra sospechosa.
Al despertar me encontraba en una cámara de hierro, a mi lado había un armario de madera de roble, una cama de tercio pelo que tenía unas almohadas de color blanco, en ellas había retratadas unas letras antiguas de idioma arcano, a mi derecha se encontraba una ventana en la que se veía todo el paisaje, me asomé y creí ver un tipo de animal. En la mesilla que tenía a mi lado se encontraba platos con deliciosos manjares, que no sabía cómo podrían haber llegado allí. En una silla se veía a un personaje de largas barbas, una túnica gris y unos ojos de color miel.
Se dirigió hacia mí y me dio la bienvenida, cogió un libro de color marrón y una túnica de color negro.
Me explicó que estaba en una escuela de alta hechicería. En las montañas Gafrelas y que en el primer grado tendría que aprender los poderes de la tierra.
- Perdón todavía no me he presentado yo soy Sernar pero desde ahora me tendrás que llamar Maestro.
- Espera, y si no quiero ser mago?
- Piensa te lo y mañana me dirás si quieres ser lo.
Sernar se fue de la habitación dejándome sólo.
Tendría que pensármelo. Era una difícil decisión. No sabía que hacer.
Cuando salí de la habitación empecé a buscar cosas sobre estas montañas, no encontraba nada ni nadie que me pudiese ayudar, cuando me iba a rendir entré en la biblioteca y encontré a un elfo de Nardalon, le pregunté si vivía aquí. Él me respondió con una sonrisa, y me dijo que si.
En ese momento pensé que si quería pararle los pies a Granoncor debía saber de magia.
Me fuí corriendo al despacho de Sernar y le dije.
- Maestro.
En ese instante Sernar supo que yo quería aprender.
Me llevó a las montañas y me dijo que si sobrevivía tres días me enseñaría.
Me construí una choza como me habían enseñado los campesinos, y encendí el fuego. Me senté a admirarlo, la madera ardía y se quemaba en muy poco tiempo. Un ruido me hizo volver a la realidad. Me sobresalté y mire por la ventana, pero lo único que ví fue nieve cayendo todo el rato.
- Debía ser cosa de mi imaginación. Me dije a mi mismo.
Aunque debía estar atento por si pasaba algo raro.
Estas montañas no eran normales, nadie había llegado a contarlo.
En ese mismo instante un segundo ruido me hizo salir de la choza.
No pegué ojo en toda la noche fue demasiado tranquila y eso me parecía muy raro, siempre tenía un ojo abierto.
Al amanecer un rayo de sol me despertó y supe que tendría que salir a cazar para comer.
Cogí todo y me puse en camino, todo lleno de nieve de la noche anterior no dejaba ver a los animales que tenía que cazar.
Como por ejemplo conejos, jabalíes... Tenía que ver algo si quería comer.
Mirando a todos los lados encontré una madriguera, metí la mano y cogí un ratón que intentaba alojarse de la nieve.
- No era mucho pero al menos era algo. Pensé.
Encendí en ese mismo sitio una hoguera y empecé a pelar el ratón. Tenía un sabor raro no era como otros ratones que había en el campo de cultivo.
Un bulto apareció en frente mía, estaba salvado era un ciervo de gran tamaño, unas afiladas astas y largas patas, no sería fácil cogerlo, pero al menos lo intentaría.
Me acerqué con las manos preparadas para saltar le, y me miró, los ojos se clavaron en mí y no pude atacarle. Estaba buscando comida igual que yo y estaba hambriento por eso no podía hacerlo, me acerque tanto para tocarle la frente, agachó la cabeza y rebuscó raíces. Yo le ayude y encontré más de las que me esperaba, le di la mitad y yo me quedé con las demás para comérmelas.
Volví a mi choza y me la encontré destrozada, parecía que había venido una estampida de rinocerontes, se había destrozado, no quedaban ni un trozo en pie.
No sabía que podía haber sido, sólo quedaba la hoguera que quemaba la madera de la choza, apagué el fuego para que no hubiera un incendio y no sé quemaran las montañas.
Busqué por la madera de la choza alguna pista que hubiera, encontré, vi unas marcas de zarpas enormes.
Podría ser de cualquier animal.
Lo que sabía es que era de un animal enorme.
La nieve volvió a caer como todas las noches y me tuve que refugiar debajo de un árbol.
Tenía que pasar la noche debajo del árbol o sino no podría sobrevivir a esa noche.
Estaba hambriento en este día solo había comido raíces y un pequeño ratón de campo que había encontrado en una madriguera refugiándose de la nieve.
Me acurruqué al lado del árbol y me dormí.
Cuándo el sol ya se asomaba por el horizonte un rayo de sol me despertó. Me fui al río helado que tenía a mi lado, rompí un trozo de hielo y tomé un poco de agua.
El hambre hacía que me cayera de lado a lado como si estuviera borracho.
Un pequeño pájaro volaba por el cielo alegre sin saber lo que le podía pasar. Yo con el hambre, me subí a un árbol, le cogí y me lo comí.
Tenía muchas plumas pero se las quité y lo asé en la hoguera.
Cuando terminé de comérmelo una serpiente de color verde y anillas naranjas me mordió y su veneno recorrió todo mi cuerpo hasta llegar al corazón.
Me la quité de encima y la eché.
Me arranque un trozo de mi manga y me lo puse en la pierna dónde me había mordido la serpiente.
El veneno dolía, e intente buscar alguna planta medicinal.
Por suerte encontré la Terraniya una planta que curaba todo tipo de heridas y de veneno.
La pulí y me la eché por la pierna.
Pero no sabía si podía sobrevivir, porque conocía a ese tipo de serpientes, era muy venenosas y muy resistentes a fríos climas, casi nadie había podía sobrevivir.
De repente no te cómo se me paraba el corazón y en un instante me desmayé.

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⏰ Última actualización: Mar 26, 2016 ⏰

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