1942
Brooklyn, Nueva York.
Hola, sargento Barnes. Para ser sincera, esta será la segunda carta que enviaré y espero con mucha fe que llegue a sus gloriosas manos de guerrero, y que sus ojos azules como el manantial de los ángeles, puedan leer cada palabra; y con sus finos labios de seda pronuncien toda mi corta historia.
Oh, ignoro el hecho si lo recuerda, si dentro del cajón de sus preciados recuerdos se encuentra nuestro segundo ''encuentro''. Para usted sería el primero, sólo si hace memoria, estoy segura de que me verá.
Ese, y el resto de todos los días, jamás me esperé su llegada al bar. Le vi llegar, con su majestuosa vestimenta de sargento. Cruzó con mucha vehemencia, el umbral de la puerta. Su mandíbula señalaba al frente, mientras sus ojos se perdían entre la muchedumbre. Todos parecían seres zarrapastrosos y con actitudes muy vergonzosas comparado con usted, que por un momento —perdida en mi mundo de fantasías—, me pareció ver una luz cálida y celestial que lo rodeaba. Como un ángel...
Usted estaba en compañía de un joven muy delgado, le llevaba una cabeza de altura a este, y que le seguía un par de pasos detrás de usted, con la cabeza gacha y la mirada triste. Desaceleró su marcha para esperarlo, pasando su brazo por encima de su hombro, y le recitó algo que supuse como un poco de ánimo. Atravesó todo el lugar, y yo seguí como una niña pequeña, detrás de las cortinas del pequeño y un poco cutre escenario; siguiéndole con la mirada, detallando un poco sus gestos. Se situó en una mesa, donde ya se encontraban dos chicas guapas y elegantes. Sonrió, era la primera vez que le veía hacerlo, y pude ver un poco aquellos blancos dientes aperlados. Aquel hermoso mohín iba dirigido a la morena de ojos cafés y cejas pobladas, la cual le devolvió el gesto agraciado, y en sus mejillas se marcaron sus hoyuelos.
Me obligué a regresar a la realidad, devolviéndome a la banda que estaba casi lista para salir. Los nervios surcaron todo mi cuerpo, como la primera vez que me tocó salir al escenario, y mis piernas no tardaron en temblar. Recuerdo que estiré más los pliegues de mi falda, y corrí a mi camerino para acomodar el intento de peinado que traía, con los bucles un poco más alborotados que de costumbre, pero con un poco de agua logré apaciguarlos. Retoqué la pintura carmesí de mis labios, por alguna razón, sentí la necesidad de mostrarme un poco presentable para la ocasión, después de todo, iba a ser primera vez que me tocaba cantar delante de una autoridad tan importante.
Evité resbalar con las baldosas al trotar con premura para llegar justo detrás del escenario, donde ya todo el grupo parecía estar listo, esperando únicamente por mí. Mi corazón rujió con ímpetu en cuanto nos tocó salir al aire, y tuve que respirar hondo seguidas veces para no tropezar con algún instrumento. Me mantuve erguida, con los labios formando una línea recta, la vista fija en la nada, evitando cruzar miradas. Si lo hacía, sabía con certeza de que iba a perder.
Detrás del micrófono, me quedé estática, esperando la señal correspondiente para empezar. Con el rabillo del ojo me dio la impresión de que se removió de su asiento, mostrando un poco de interés. Aún no puedo dar seguridad de eso, puesto que no lo vi directamente. No recuerdo la canción, ni el nombre ni la letra, sólo sé que mis labios se despegaron y de mi garganta salía el timbre de mi tono de voz de mezzosoprano. Vocalicé, sé que lo hice, más como una máquina programada que por mi propia voluntad, porque mi cabeza volaba en otro lado.
Había terminado, o eso fue lo que me avisó el repentino estruendo de los aplausos que abarcaron todo el lugar. Se encontraba más gente de la habitual, pero ni siquiera me detuve a pensar la razón, no tenía importancia para mí en ese momento. Levanté la mano y saludé con delicadeza y sin demasiado carisma, tenía que reprimir un poco mis emociones, y ya debía salir enseguida del lugar. Al girar sobre mis talones, no pude dar mi media vuelta, porque mis pupilas tuvieron un encuentro, que lo he de describir como la fuerza de un choque frontal violento.
El primer momento en que se fijó en mí, de que yo existía. Pero si algo era cierto, es que fue por el compromiso de observar a quien recién salió a mostrar un poco de su talento, y no a la verdadera yo, a Jacqueline Campbell, la que escribe estas absurdas notas...
Las comisuras de sus labios danzaban, y me dije que era suficiente contacto visual, o incluso, un exceso total. Bajé por las escaleras que daban hacia la sala del bar, pasando precisamente muy cerca de su mesa, pero ya se encontraba de nuevo distraído, conversando con su compañía.
Conciliar el sueño esa noche, me resultó imposible, creyendo que ya era mucha suerte toparme con usted en dos ocasiones. Inocente, sin saber que no sería tampoco la última...
Con cariño, Jacqueline Campbell.
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National Anthem. (Bucky Barnes)
FanfictionEsta es la historia de hermosa joven que llevaba unos labios carmesí que hacían juego con su sonrisa triste. Unos ojos cafés que combinaban con su mirada nostálgica. Unas cejas finas y pobladas que quedaban a juego con sus emociones amordazadas. Un...