Tenía solo 9 años cuando eso ocurrió.
Yo cursaba la primaria, mi hermano todavía era un bebé.
Mi madre se encargaba de los deberes de la casa, ya que mi abuelo se encontraba un poco enfermo, y mi hermano acababa de nacer.
Salí de la escuela empapada, puesto a que estaba lloviendo y esperé a que llegaran por mí.
Recuerdo que fue un día horrible.
Mis compañeros me habían molestado bastante, como siempre.
La maestra me había gritado que era una inútil por no poder resolver una operación en matemáticas. En receso me tiraron la comida, y en deportes me aventaron balones para que los "esquivara".La maestra de deportes lo ignoró, claro, es un juego, la niña es pésima para los deportes y no puede esquivar tan rápidamente como los demás, pero, juego es JUEGO.
Pero, ¿qué juego consiste en que todos tus compañeros te avienten balones con la intención de lastimarte o hacerte llorar? O ¿qué maestro es tan DISTRAÍDO como para no percatarse de la jugarreta de sus "adorables" alumnos?
Volviendo a lo otro.
Me encontraba sola, todos ya se habían ido a sus casas. Unos minutos después, mi papá llegó.
Salió corriendo de su auto y se quitó la chamarra. Cuando llegó donde yo estaba me abrigó y me abrazó, pidiéndome disculpas por llegar un poco tarde, lo abracé y le di un beso. Me daba tanta alegría verlo, él era la única persona que podía subirme el ánimo.Subimos al auto y comenzamos el viaje devuelta a casa. Pero, era un camino desconocido para mí. Le pregunté a mi padre el motivo de ir por ese "atajo" a lo que me respondió que como mamá estaba ocupada atendiendo a el abuelo que está enfermo y a mi hermano recién nacido no tiene dinero como para comprar las medicinas, así que nos dirigimos a el banco.
Yo nunca había acudido a ese banco, estaba muy lejos y para llegar tenías que atravesar las vías del tren. A mí me dan miedo los trenes. Con mayor razón nunca había ido a ese lugar, pero en ese momento era necesario.
Mi padre me dijo que no me preocupara, que no pasaría nada malo.
Conforme nos acercábamos a las vías del tren, empecé a saltar en mi asiento ya que no quería pasar por ahí, seguimos avanzando hasta que estuvimos en medio de las vías, mi padre me miró con algo de molestia, pero no presté atención. Olvidando que estábamos a mitad de la vía, mi padre, con molestia, se desabrochó el cinturón y se puso de rodillas para abrochar mi cinturón.
En ese momento sentí un brusco golpe. El tren golpeó nuestro auto tan fuerte. Todo se tornó oscuro.
"Abrocha tu cinturón".
Fueron las últimas palabras de mi padre.