—¿Quién está ahí? —pregunto intentando mostrar valentía. De pronto, las luces de los paneles del techo se encienden y aparece frente a mí Alana junto con la chica de antes. Tiene las llaves de la clase en la mano—. Ah... solo eres tú. Qué pasa, ¿quieres la revancha?
Me gusta molestar a la gente, pero la cara que pone Alana ante mis palabras no tiene precio y sonrío para mis adentros.
—Te crees mejor que el resto de la gente, ¿verdad? Siempre mirándonos por encima del hombro, como si fuéramos una mierda en comparación a ti —dice Alana a medida que se va acercando—. Pero en realidad solo eres una zorra anoréxica que va a aprender cuál es su lugar.
Me encojo de hombros.
—¿Y? ¿Qué le voy a hacer si soy mejor que tú?
Los ojos de Alana se encienden de rabia y, antes de que pueda reaccionar, me propina una bofetada en la mejilla derecha.
—Cállate —sisea Alana.
La miro incrédula por lo que acaba de hacer; su amiga parece asustada, probablemente tampoco creía a Alana capaz de llegar a lo físico. El aula se queda en completo silencio, llena de tensión por lo que pueda pasar.
—Yo seré una zorra acomplejada —digo—, pero tú tienes problemas. Personales. Y te aconsejo que los resuelvas antes de pagarlo con la gente que te rodea.
Alana quiere hacerme callar de nuevo con otro bofetón, pero esta vez reacciono más rápido; atrapo su mano en el aire, retorciéndosela y quedando nuestros ojos a la misma altura. A pesar de que su amiga trata de acercarse para ayudarla, le lanzo una mirada amenazadora que la hace retroceder inmediatamente.
—La que va a aprender cuál es su lugar eres tú —digo lentamente mientras le aprieto más la articulación, ignorando sus quejidos—. Tú y la otra os vais a largar y no me vais a volver a molestar. ¿Queda claro?
Alana logra zafarse de mi agarre violentamente: a juzgar por su expresión, ahora sí que está cabreada de verdad.
—Eres... una insufrible de mierda.
Y antes de salir del aula, se gira y me dedica una siniestra sonrisa. Cuando cierran la puerta, oigo un tintineo precedido de un chasquido. Mierda. No habrán...
Las risitas al otro lado de la pared confirman mis sospechas: han cerrado con llave y me han dejado tirada. Me dirijo a grandes zancadas a la puerta para intentar abrirla, pero mis esfuerzos son inútiles.
Vale, Jenna, piensa con calma, no entres en pánico. Miro alrededor intentando buscar otra posible salida: las ventanas. Me acerco rápidamente hacia ellas, y abro la del medio; una desagradable brisa golpea mi cara cuando me asomo para comprobar la distancia desde el segundo piso hasta el suelo del exterior.
—Demasiado alto —mascullo con frustración al darme cuenta de que, si salto, acabaría con más de un hueso roto. El aparcamiento se encuentra a unos veinte metros: está prácticamente vacío, casi todo el mundo se había marchado ya de la facultad, pero aun así merece la pena intentar pedir ayuda—. ¡Socorro! ¿¡Alguien puede oírme!? —La única respuesta que recibo es un silencio sepulcral, acentuado por la oscuridad del anochecer—. ¡¡Ayuda!!
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El café de todas las mañanas
RomanceUna chica problemática se enamora de un camarero perseguido por rumores maliciosos. Juntos deben hacer frente a un pasado que los une. *** Jenna Rose no tiene una gran capacidad para hacer amigos debido a su carácter arisco y directo; Sam Záitsev, e...
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