Empezaba la primaria de su colegio.
Colegio en el que pasó toda su adolescencia.
Adolescencia que ojalá hubiera sido diferente.
Diferente porque a ella nunca le gustó.
Gustos los que nunca le habían respetado.
Respeto que de verdad se merecía y no tendría.
No tendría ni una pizca de valor.
Valor para plantarles cara.
Cara preciosa era la suya.
Con esos ojos que seguían siendo casi negros.
Negro como el carbón que había tenido siempre en su corazón.
Corazón que siempre tuvo que cuidar.
Cuidar lo que hacía.
Lo que hacía con su alimentación.
Alimentarse era lo que más necesitaría.
Lo que necesitaba ahora era hacer amigos.
Amigos que no le servirían de nada.
Nada sería el tiempo que le quedara si continuaba así.
Así de infravalorada por si misma.
Mismas eran las mochilas de la clase.
