DAENYS TARGARYEN

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El cielo se partió con un rayo que alumbró toda la ciudad. El sol se había ocultado tras unas nubes negras como el carbón. Los Catorce Fuegos comenzaron a temblar y a explosionar. Al rato expulsaron una vasta capa de cenizas y al rato siguiente un río de fuego líquido. El mar se embruteció y las olas golpearon contra la costa. La tierra tembló y la ciudad fue sacudida por un gran número de terremotos que partieron la tierra en numerosas partes. Una ola de muchos pies de altura se estampó contra Valyria. Daenys se quedó sumergida en la fría y salada agua. No podía respirar e intentó nadar pero todo estaba oscuro. No sabía dónde quedaba arriba y dónde abajo. De lo único que sabía era que se estaba ahogando. Seguía pataleando pero era inútil y sus fuerzas comenzaron a flaquear.

Y dio un grito. Jadeante se despertó en su cama. Le latía el pecho a toda velocidad. «Una pesadilla –se dijo–. Ha sido todo una pesadilla», pero... ¿y si era verdad todo? Alguien llamó a la puerta y por ella entró una mujer en camisón y un hombre semidesnudo. Tendrían unos treinta años. Ella tenía el pelo rubio platino y los ojos color índigo. Él tenía una cabellera hasta los hombros, lisa y plateada, con unos ojos violetas intensos.

–Hemos oído un grito –dijo ella en Alto Valyrio– ¿Estás bien hija?

–¡Nos has asustado! –dijo Aenar Targaryen, Lordragón de Valyria.

–Ha sido una pesadilla... –respondió ella con la voz entrecortada– Solo una pesadilla...

Al rato se fueron los dos y Daenys intentó dormir pero no pudo conciliar de nuevo el sueño en lo que quedó de noche. Con los primeros rayos del sol, Daenys se levantó de la cama y cogió agua de la palangana. Era una doncella de dieciséis años, con una melena hasta la cintura plateada como su padre, y sus ojos color índigo como su madre. Siguiendo la tradición del Feudo Franco de Valyria, Daenys estaba comprometida con su hermano Gaemon, tres años mayor que ella, así conseguían mantener la sangre pura.

Una vez aseada y peinada, fue a su armario y escogió un vestido de tirantas de seda verde esmeralda con piedras rojas cosidas con hilo de oro formando el dibujo de pequeños dragones a lo largo de la cintura. Bajó al salón para el desayuno y se sirvió, sin mucho apetito, un cuenco de huevos revueltos con bacon y una jarra de cerveza especiada.

–Buenos días, hermanita –dijo Gaemon con una amplia sonrisa.

Era de complexión atlética y tenía una extraordinaria belleza. Sus ojos lilas brillaban con la luz, al igual que su pelo plateado que tenía por los hombros. De la «Sangre del Dragón». Se decía que la familia Targaryen estaba emparentada directamente con los dragones, además era la única familia del Feudo que poseía cinco a la vez.

–Qué mala cara tienes esta mañana, Daenys –le dijo su madre, Visenya– ¿Estás mala?

–No he podido dormir bien –le respondió ella sin que pareciera preocupada por su sueño. «Era tan real...».

Terminó de comer y salió de la casa con dirección al templo de Balerion, a consular con los sumos sacerdotes del dios. El templo era de piedra blanca, con un techo de placas de oro. En el altar estaba la estatua de Balerion de oro con la cabeza y las manos de madre perla. Tras presentarle sus respetos al dios y hacerle una ofrenda floral, Daenys fue en busca del Sumo Sacerdote, el cual podía interpretar los sueños.

–Bienvenida seáis, hija del Lordragón, a la casa del dios –dijo el Sumo Sacerdote en trance y oliendo unos vapores que emanaban del suelo– ¿Qué le trae por aquí?

Y Daenys relató su pesadilla con todos los detalles posibles. Ya se estaba haciendo de noche cuando salió del templo. El viento comenzó a soplar y la Targaryen se echó parte el pañuelo del cuello al pelo a modo de velo para cubrirse mejor. Ella entró en su casa, accedió al comedor y allí estaba su familia. Estaban reunidos sus padres y su hermano, su tío Aegon con su esposa Jaehaerys y sus hijos Aemon, Baelor y Alysanne y además algunos amigos de su familia, los hermanos Ardrian y Crispian Celtigar y Daemon, Rhaenyra y Armydon Velaryion.

Valar Morghulis –dijo Daenys a modo de saludo.

Valar Dohaeris –le respondió su padre.

–Padre, he hablado con el Sumo Sacerdote de Balerion –comenzó a decir– y ha traducido mi sueño. Padre, tenemos que irnos de Valyria. Los dioses van a pagar nuestro uso del dracarys («fuegodragón» en Alto Valyrio). El Sumo Sacerdote dice que hemos pecado de soberbia y de igualarnos a los dioses. Estos abrirán la tierra, lanzarán fuego, una ola nos sepultará y Valyria y el Fuedo Franco acabará en el olvido. Por favor, padre, debemos irnos de aquí lo más lejos posible –dijo esto al tiempo que se ponía de rodillas y comenzaba a sollozar.

–Hija, no seas insensata –respondió su padre–. Valyria no perecerá. Somos un feudo fuerte y poderoso. Ahora cenemos.

–Pero padre, por favor... –y fue interrumpida con un levantamiento de mano de su padre.

Daenys, destrozada, salió corriendo llorando a su cuarto. Estaba desesperada y asustada, ¿cómo conseguiría convencer a su padre? Valyria había sido un pueblo de pastores hasta que descubrieron los dragones viviendo en los Catorce Fuegos. Aprendieron a dominarlos y a entrenarlos. Los usaban como armas de guerras y conseguían esclavizar a miles de hombres, mujeres y niños. Y ahora estaba condenada. La gran Valyria estaba condenada a la destrucción.

Cinco días tardó Daenys en convencer al cabeza de familia a huir lejos de Valyria. Para cuando lo consiguió, los Targaryen fueron reunidos en el salón de audiencias.

–Muchos ya sabéis por qué estamos aquí reunidos –comenzó a decir– y por ello seré breve. Sobre Valyria caerá una maldición de los dioses y, aunque otros lo vean como un símbolo de debilidad, los Targaryen abandonarán el Feudo Franco con dirección al oeste. Si es preciosa atravesaremos el Mar Angosto. No usaremos las carreteras del Dragón, sino que cogeremos barcos y nos haremos a la mar.

–Nosotros nos quedamos –respondió Aegon, hermano menor de su padre–. Mi mujer, mis hijos y yo tenemos aquí nuestras vidas, nuestras casas y nuestras posesiones. Es el hogar de nuestros ancestros. Nosotros no huiremos de un sueño.

Valonqar («hermano pequeño» en Alto Valyrio) –dijo Aenar con la voz rota– no puedes. Valyria será arrasada. Eres sangre de mi sangre, por favor, recapacita y vente con nosotros, o al menos deja que me lleve a los niños. Si estamos equivocados y Valyria no es destruida volverán contigo.

–No, hermano. Las maegi no hablan de una destrucción, sino de un renacer –respondió este–. La civilización valyria renacerá de las cenizas del Dragón. Balerion, Meraxes y Vhagar ayudarán a los valyrios.

–Aegon, valonqar, siento mucho tu decisión y se que no podré hacer nada para cambiarla... Que los dioses te protejan. En unos días nos iremos de aquí y así que id preparando el equipaje y todo lo que podamos cargar.

La maldición de Valyria (Fanfic de Juego de Tronos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora